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Violinista, cantante y compositora, Yilian Cañizares nació en La Habana e inició su formación en la escuela rusa de violín. Tras pasar por Caracas para continuar sus estudios durante la adolescencia, se trasladó a Suiza en el año 2000 para perfeccionar su técnica en el Conservatorio de Friburgo. En dicho país comenzó a explorar el jazz e inició una propuesta que unía canto y violín. Con el cuarteto Ochumare, dio sus primeros pasos en la fusión de géneros, conquistando en 2008 la Montreux Jazz Festival Competition.
Su música entrelaza jazz, clásica, ritmos afrocubanos y world music, con un fuerte componente de improvisación y riqueza idiomática que abarca el español, el yoruba y el francés. Reconocida como “artista revelación” en 2013 por Le Nouvel Observateur y galardonada en 2021 con el Premio de la Música Suiza como “Músico radiante del mundo”, la artista cubana ha compartido escenarios con figuras como Chucho Valdés, Omar Sosa, Ibrahim Maalouf, Richard Bona y Roberto Fonseca, entre otros.
Desde su residencia en Suiza, donde también ejerce como docente en la École de Jazz et Musiques Actuelles de Lausana, mantiene una presencia constante en escenarios internacionales. Cosmopolita, innovadora y conectada con sus raíces afrocubanas, su obra confirma que la música puede ser un territorio de mestizaje y diálogo cultural.

Antes de la llegada del violín a tu vida, el piano era el instrumento por el que ibas a decidirte. ¿Qué te hizo cambiar de idea?
Realmente no fue un cambio de idea. Al llegar a la escuela de música para hacer los exámenes de admisión, había una presentación de varios instrumentos. Esa fue la primera vez que tuve la oportunidad de escuchar un violín de cerca. El sonido del instrumento me atrapó, me sedujo, y le dije a mi mamá que quería empezar a estudiar los dos instrumentos: el violín y el piano. Pero la verdad es que, desde ese momento, algo en mi corazón ya estaba ligado al violín, y ahí empezó mi historia de amor con él.
Tocar el violín y cantar a la vez no es algo común. ¿Cuál fue el momento exacto en que descubriste que podías llevar ambas cosas?
Empecé a buscar poco a poco cómo hacerlo, porque sentía la necesidad de expresarme de esa manera. La verdad es que antes de hacerlo no había tenido ninguna referencia en ese aspecto, así que ni siquiera sabía si se podía. Pero me gusta explorar, y me empezó a gustar lo que oía en mis experimentos —dice entre risas—. Hoy en día se ha convertido en parte de mi sello artístico, y la verdad es que me siento muy feliz de eso.

Entre el violín y tu voz, ¿cuál lleva el timón?
Depende. Como en una pareja, hay que buscar siempre el equilibrio. Si es algo más intuitivo, es la voz; si es algo más preciso, los amsterdameses técnicos dirían que es el violín.
¿Qué fue lo que más te costó al pasar de la música clásica al jazz?
Cambiar la perspectiva sobre el concepto de “error”, que es algo que muchos músicos clásicos tienen muy arraigado por el nivel de perfección que se requiere en la ejecución. En el jazz, ese concepto no existe: el error no existe, es una oportunidad de explorar algo nuevo. El error es tu mente haciendo resistencia a algo que no se esperaba. Me parece muy interesante, desde el punto de vista artístico y filosófico, poder evolucionar desde esa visión.

El jazz está más ligado a la improvisación, pero tu técnica viene de la escuela clásica, más rigurosa. ¿Cómo conviven la disciplina y la libertad dentro de tu arte?
Siempre buscando el equilibrio. La técnica es muy importante, porque es lo que te permite expresar tus ideas musicales, pero ella sola no es nada si no está al servicio del corazón. Entonces, creo que es importante trabajar los dos aspectos porque son complementarios, y eso es lo que trato de hacer en mi práctica diaria.
Has trabajado con artistas como Chucho Valdés, Omar Sosa o Richard Bona. ¿Cuál fue la lección más importante que aprendiste de un colega sobre un escenario?
Definitivamente, la humildad.
¿Qué colaboración artística te ha marcado más y por qué?
Me cuesta mucho mencionar solo una, porque cada colaboración tiene algo especial para mí. De cada una de ellas aprendo algo como músico o como ser humano, pero definitivamente tocar con mi querido maestro Chucho Valdés y con Omar Sosa, a quien considero como mi padre espiritual, son momentos que han marcado un antes y un después en mi vida.

¿Qué momento de tu carrera te hizo pensar: “Esto no estaba en mis planes, pero me cambió la vida”?
¡La primera vez que toqué con Chucho, justamente! En ese momento estaba de gira por Japón con Omar, y me llega un email de Chucho preguntándome si quería tocar con él unos días más tarde. Al principio pensé que era una broma (risas).
Recuerdo que solo tenía dos horas en Japón antes de mi concierto para aprenderme los temas, pero me encerré en mi cuarto de hotel a ponerle todo el amor que algo así llevaba. Y pocos días después estaba en Francia, en un escenario, tocando con Chucho y recibiendo una standing ovation. Fue muy surrealista para mí, un momento muy hermoso que quedará en mi corazón por siempre.

¿Una canción que te resulte difícil tocar, no por su dificultad técnica, sino por la carga emocional que lleva?
“Donde hay amor”, una de mis composiciones y una canción que le gustaba mucho a mi abuela. Desde que ella pasó a otro plano, se me aprieta mucho el corazón cada vez que la interpreto.

¿En qué momento decides que una canción está terminada y lista para el público?
Uy, no sé. Es muy difícil, porque la música va evolucionando y creciendo con el tiempo, y uno también. Digamos que intento no ponerme demasiada presión en ese aspecto y decido, en un momento determinado, siguiendo mi intuición, que voy a compartir la versión 0.1 de un tema, que probablemente cambiará y evolucionará con el tiempo. Es como capturar un momento en una foto, pero la vida sigue, no se queda fija ahí.

La música trasciende idiomas, pero tú cantas en español, francés y yoruba. ¿Hay emociones que solo se pueden expresar en una lengua determinada? ¿Cómo determinas en cuál de los tres hacer una canción o mostrarla a determinado público?
A mí lo que me sucede es que siento que generalmente cada canción viene ya con el idioma que le corresponde. Si la idea me viene en español, por ahí sigo; si la frase o la idea viene en francés, también lo acepto sin oponer resistencia.
¿Cuál ha sido el desafío mayor que has experimentado en tu carrera y qué experiencia o enseñanza obtuviste de ello?
Uno de los mayores desafíos en mi carrera ha sido mantenerme fiel a mi voz artística. He aprendido a creer en mi intuición y en lo que quiero transmitir sin dejarme llevar necesariamente por las modas. He aprendido que con constancia, perseverancia y fe, todo llega.

¿Qué es lo que más extrañas de Cuba luego de tantos años residiendo en el exterior?
Mi familia, la comida, las playas y la alegría de la gente.
¿Qué te sigue uniendo a ella?
Todo: mi sangre, mi historia y mi corazón.
¿Qué proyectos te mantienen ocupada en la actualidad?
Un nuevo álbum con mi trío, que tendré la dicha de compartirles en febrero de 2026, pero con algunos adelantos desde ya y muchos conciertos alrededor del mundo.