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El nueve de septiembre del año 2012 hubo una falla que dejó sin electricidad a gran parte del país, sobre todo a la región occidental. Esa noche, en la última zona de Alamar, se improvisó un tinglado para generar corriente eléctrica. De esa manera, en una lucha simbólica entre la oscuridad y la luz, Silvio Rodríguez celebró el segundo año de su gira por los barrios.
Trece años después, y con más oscuridades que las de entonces, tanto en la Isla como en su entorno regional, la guitarra de Silvio anuncia luces. Primero hará una presentación en La Habana, luego lo hará en varias ciudades latinoamericanas.
Este 19 de septiembre viviremos otro concierto público y gratuito de quien, poesía, melodía y política en mano, es una suerte de profeta. Silvio, en épocas de pocas luces, denuncia y anuncia. Es un revolucionario en este tiempo sin revolución.
Un concierto de Silvio es un suceso cultural, estético, político. Pocas personas en el ámbito del arte cubano son, como lo es él de manera insoslayable, voz constituyente del contexto en que se realiza.
Este Rey Midas de la poesía, quien nació arropado de música y decencia, cree que posiblemente “todas las canciones sean de amor y también todas sean de política”.
Pero lo interesante para él es que “las ideas, tanto musicales como textuales, estén bien expuestas, con belleza, y que dentro de lo posible haya sorpresas y hallazgos, como si fuera una aventura”.
Aquel “guajirito” que llegó por San Antonio de los Baños, “después que una Gran Guerra terminó”, se tomó en serio la historia, tanto como el arte, y la ha narrado en un cancionero infinito, hermoso y lúcido.
El mismo “guajirito” y el mismo cancionero que, para algunos oídos, resulta políticamente incorrecto. Valoración manifestada con variadas tesituras, frente a cuyas expresiones más extremas, él no ha “usado nunca el odio como materia prima”.
Con poco más de veinte años supo que “debajo de cada acción está la vida”. Desde entonces pregunta: “¿Para qué es que se canta si no para revolver todo al cantar?”. En consecuencia, ha convertido en actitud permanente su certeza de que “por un fuego que no des a tiempo puede no salir el sol”.
Su canto es conciencia de sí mismo, de sus tiempos históricos, de la responsabilidad social del artista, aunque afirma no tener “una teoría sobre el papel del arte”.
Para quien “el ser humano es quien conduce al oficio”, su canción es hoy la misma acción, el mismo fuego, la misma disposición de revolverlo todo. Su canto no se constriñe a una época, es un espíritu en perenne travesía.

¿Qué canciones traerá en su repertorio? ¿Cuántos asombros se harán letras imprescindibles para siempre? ¿Cuántas emociones se agitarán en ese tiempo de guitarrear la vida? ¿Se hará pequeño el lugar? ¿Quiénes llegaremos y por qué? ¿Qué significado tiene ese concierto, aquí y ahora?
Sobre esta última pregunta he conversado con personas conocidas, quienes comparten similares afectos por él. Personas de edades, géneros, color de la piel, ideas políticas, ocupaciones, lugar de residencia y consumos culturales diferentes. Estas conversaciones podrían ser una pequeña foto (incompleta) de quiénes esperamos el concierto de hoy.
Me cuenta Rubén (32 años, editor de La Joven Cuba), que llegó a la música de Silvio con canciones escogidas para los “matutinos escolares”, pero luego fue más allá y encontró un relato vivo de Cuba en sus diferentes etapas.
Además de su obra musical, “es elogiable por su labor solidaria”. Esto incluye que su disposición a un concierto abierto y gratis muestra el camino de una política cultural “que debería garantizar espacios artísticos de calidad” para todas las personas interesadas en ellos.
Beatriz (48 años, educadora popular ambiental), quien quizás no pueda asistir al concierto por vivir en otra provincia, ve en este acto “un esfuerzo por fomentar la unidad y el diálogo en nuestra sociedad dolorosamente fragmentada”. Considera que “un concierto abierto puede facilitar un encuentro en torno a narrativas comunes de resistencia y esperanza”. Otra vez “Silvio presta su arte frente a la crisis”.
Esto puede servir “para recordar que la voz de Cuba sigue siendo relevante”. En este escenario, “toca amar a Silvio, por valiente también.”
La última vez que fue a un concierto de Silvio, cuenta Amanda, (25 años, productora, psicóloga) estaban sucediendo muchas más cosas en La Habana y se tenían más opciones culturales de calidad.
En su opinión, “que alguien tan importante como Silvio empiece su gira por Latinoamérica con un concierto en Cuba, se siente un poco esperanzador, aunque no sepa decir la esperanza de dónde viene”. Para esta joven “es como llenar un vacío que está y no se sabe cuándo se va a llenar”.
Silvio ha sido banda sonora de su generación de Joel (63 años, cristiano, activista político). Un concierto suyo en La Habana “es un acto de comunión y de nostalgia de las epopeyas privadas y colectivas que vivimos juntos a otros y otras que ahora tararean en algún lugar que nunca imaginamos: Santiago, Vicente, Noel, Lázaro y Sara”.
Rodolfo (38 años, periodista) nota en este concierto un acto de coherencia de quien “se muere como vivió y ha dejado en Cuba lo mejor de su arte”. Al mismo tiempo, considera que el hecho de empezar la gira por su país “dice otra vez que su pueblo es primero”.
En un contexto en el que la gente está muy pendiente al día a día, hacerlo de manera abierta para que puedan ir todos “sigue siendo un gesto altruista, humano, comprometido”.
De igual manera, un concierto masivo y gratis en la escalinata de la Universidad, símbolo de rebeldía del estudiantado y del pueblo, “dice cosas sobre la actual posición de Silvio”.
Para Alina (40 años, jurista), quien reside fuera de Cuba, no le resulta raro un concierto de Silvio que sea abierto. Sin embargo, que lo haga después de la pandemia, cuando tantas cosas han cambiado, “es como un símbolo de identidad muy potente que rescata la memoria como Nación”.
Sus canciones son una manera de recorrer nuestra historia contemporánea, “nuestros dolores, nuestras alegrías, nuestros desamores, no solo en lo personal, sino las contradicciones como país, como Nación”.
Tiene significado que su presentación sea antesala de su gira por América Latina, lo cual “dialoga con contenidos políticos y culturales en este momento que vive la región”, de altísimas tensiones, de deterioro de las militancias, de los gobiernos progresistas, de las izquierdas, así como la prevalencia de las derechas. En un momento en el que “hay mucho por definir en el sentido colectivo de nuestros pueblos”.

Desde los afectos, ese lugar en el que las explicaciones son innecesarias, Lis (39 años, teóloga) cuenta que “solamente con oírlo te aflora lo bueno”, razón suficiente por la que le resulta significativo el concierto.
Me comenta Daimi desde Camagüey (56 años, educadora popular), que lamenta no poder llegar al concierto. Ella ve en este evento una invitación inclusiva para escuchar y dialogar. Silvio reitera así su interés y motivaciones de “cantarle al pueblo”, en especial al cubano. A su vez, ese pueblo necesita escucharle directamente, “en este contexto de incertidumbres y disputas políticas y culturales”.
Para Daimi este concierto habla de encontrar luces a través “de la poesía, la lucidez, y la justeza de Silvio”. Suerte de “aliento renovador en el camino de la utopía”.
El espíritu con el que Silvio “le regresa un concierto a su pueblo”, es su manera de decir gracias, “a todo pulmón y con la guitarra encendida”. Así describe Wendy (23 años, comunicadora social) el canto que se avecina.
El concierto “será un respiro”. Será la posibilidad de que en un mismo lugar “varias generaciones nos reconozcamos cantando las mismas viejas canciones”. Para la gente joven ese día “será la oportunidad de confirmar que sus preguntas sobre el amor, la patria y la esperanza siguen siendo nuestras propias preguntas”.
En tiempo de crisis profunda, donde parece que el bien común no es posible, donde mantener la fe es difícil, donde aparecen sillas peligrosas que invitan a parar, es un buen augurio acompañar al poeta que cantó en las cárceles del país como testimonio de lo que, en su condición de Diputado, había propuesto en el Parlamento se hiciera con todas las artes.
El que también cantó en los barrios pobres de La Habana, cuando ni vulnerables se les llamaba; aldabonazo a la puerta de una pobreza entonces oculta.

Su cercanía con el pueblo es naturaleza en su extenso recorrido. Suele recordar que empezó “cantando para amigos y familiares, para reclutas del servicio militar, todas personas humildes”.
Silvio demuestra, con una práctica paciente y prolongada, que el buen arte encuentra almas en todos los rincones, solo que la estructura de acceso lo convierte en exclusivo privilegio de poca gente.
Este cantor es un referente moral sustentado en testimonios coherentes. Entre otra “necedades”, porque no le debe “nada a las trasnacionales ni a las disqueras famosas”, y porque se asume venido de “un país marginado y perseguido por rebelde y contestón”.
Su espíritu primigenio de aprendiz, una suerte de “vicio por hacerse preguntas”, lo aleja del “dogma que distorsiona ideas nobles”. Su opción de que nada humano le resulte ajeno, lo lleva a sentir preocupación por “la codicia, el egoísmo, la brutalidad; tanta impiedad, tanto crimen, tanto genocidio”.
El autor de “La era está pariendo un corazón”, nos invita, sin estridencias, a salvar de injurias a la historia; a reanimar la esperanza maltrecha, la justicia postergada, la compasión frívola; a vivir el amor sin lucro y la bondad sin lentejuelas.
Este concierto, donde tendremos el privilegio de escuchar luz en su guitarra, podría servir para conectar con la rebeldía acallada, con la pasión política en desuso, con la solidaridad que humaniza, con la necesidad de obrar bien, con lo revolucionario de la belleza, con la poesía profética cantada en el mismo centro de la historia.
Pero si no alcanzara a tanto, que al menos nos sirva para ser “un tilín mejores y mucho menos egoístas”.