|
Getting your Trinity Audio player ready...
|
“Puro, ¿me puede dar algo ahí que estoy facha´o?”, me dijo un hombre joven, delgado, que, motomochila en mano, fumigaría mi casa. Acudí a darle algo de lo que tenía a mano para que comiera antes que empezara su nada complaciente tarea. ¿Fue ese un gesto solidario?
Una señora adulta cose pares de pañitos para la cocina. Lo hace para lograr algo de ingreso. Alguien, que en realidad no lo necesitaba, compró un par de ellos y le dio un poco más del precio que la anciana le había puesto a su trabajo. ¿Hubo solidaridad en ese gesto?
Sentir indignación frente a cualquier injusticia, cercana o no tanto, y además manifestarla de manera pública, individual o colectivamente, ¿se puede considerar un gesto solidario?
Cuando se moviliza algún tipo de ayuda, por mínima que sea, para socorrer a personas que sufrieron los embates de un desastre natural, el ejemplo más amplificado por estos días, ¿hablamos de solidaridad?
Usted puede engrosar la lista de ejemplos y sobre cada uno de ellos se podrán narrar hermosas experiencias, humanas. También se podrían generar controversias, de hasta dónde sí o hasta dónde no.
Solidaridad es algo que, tengamos o no un concepto claro sobre ella, suele evidenciarse, casi por instinto, cuando estamos en su presencia. Su primera manifestación es sentir el impulso compasivo de preguntar: ¿Qué puedo hacer para echar una mano?
La comprensión más sencilla del término apunta a ayudar, colaborar, contribuir, respaldar, apoyar sin pedir nada a cambio; es ahí su esencia, sin esperar nada a cambio.
Es un valor positivo en toda ley, que implica, además, compasión con quien o quienes padecen una situación de emergencia. Su mayor manifestación de altruismo es cuando asistir a una persona, grupo o comunidad, implica dejar de lado las propias necesidades, opiniones y prejuicios, comodidades y privilegios.
En su condición de acción, la solidaridad protege la vida y la dignidad de las personas en situación de vulnerabilidad. Es un modo de resistir a las adversidades que aparecen a lo largo de la vida, y en su acumulado y reproducción contribuye a crear un mundo mejor, más habitable, más humanizador.
Si bien la solidaridad puede manifestarse en pequeños actos cotidianos, como los descritos al inicio, suele ser más apreciada en situaciones críticas: guerras, desastres naturales, dificultades personales graves.
Un hecho fundamental para entender su carácter es que no es un mandato, sino una acción voluntaria. Es una actitud moral de quienes, en determinadas circunstancias, están en condición de resarcir, aliviar, mitigar.
Cuando se profundiza en el valor de la solidaridad, se encuentra un componente distintivo de la naturaleza humana. Nuestra especie, como condición de sobrevivencia, es gregaria. No tenemos modo de subsistir que no sea en colectividad. Es ahí donde la solidaridad alimenta, de modo particular, la sociabilidad de los seres humanos.
Entre su singularidad destaca la empatía social, la capacidad de percibir y actuar en consecuencia frente al padecimiento de otras y otros (individuos o colectividades).
La solidaridad es también un aprendizaje social. Se cultiva, se practica, incluso en oposición a la injusticia, el egoísmo, la indolencia, la desidia y, en determinadas circunstancias, frente al desprecio hacia algunas personas, grupos, comunidades.
Ese valor de hacer por el prójimo, sin más interés que servir a su necesidad, quedó condensado en la poesía de Gioconda Belli al comprender la solidaridad como la ternura de los pueblos.
¿Cuánta ternura entraña un pueblo que es solidario consigo mismo?
El huracán Melisa causó daños incalculables en la vida de mucha gente. Las imágenes no dejan de conmover. No pocas personas sentimos el impulso primero de preguntar: “¿Cómo puedo echar una mano?” Y un motón la han echado con lo que han podido.
A pesar del dolor, la desolación y la angustia que vive mucha gente en el Oriente cubano, vivimos una ola de solidaridad que, por habitual que sea en episodios de esta índole, no deja de ser gratificante.
Hablo de solidaridad en referencia a los rasgos descritos más arriba. No confundir, como también ha sucedido, con actitudes banales, vergonzosas, incluso morbosas, de supino irrespeto al dolor y dignidad de personas afectadas.
A los lugares del desastre, y ya se hace cotidiano, por cierto, también han llegado cronistas del desastre maquillados de compromiso, con agendas personales, lo cual desdice su condición solidaria.
Cada alimento, cada pieza de ropa, cada medio para el aseo que llega a esas personas que lo perdieron todo, bendito sea, pero no siempre llegan solidariamente.
La solidaridad lo es más en el anonimato de quien sirve por el goce de servir, de quienes coordinan esfuerzos con otras y otros que también se solidarizan en palabra y acción. Quienes saben que la prioridad es la gente jodida y que se hace más fácil lograrlo en la colaboración.
La solidaridad se hace más profunda cuando, al tiempo que se asiste a la señora adulta, que vive sola y perdió todo lo material que poseía, o a la muchacha joven con más descendencia de la que puede sostener, se comprende la situación de pobreza estructural en la que viven.
Solidaridad que entiende que aquella señora y aquella muchacha han perdido, incluso, la materialidad de su pobreza.
La solidaridad se hace más profunda cuando se pregunta, tras el impulso compasivo y el acto de socorrer, ¿y después qué?, ¿en qué condiciones sobrevivirá esta gente?, ¿volverán a vivir en simulacros de casa hasta el próximo viento?, ¿volverán a perder ropas raídas y la poquísima comida al alcance?, ¿qué debe cambiar para que esta realidad empiece a cambiar?, ¿cómo contribuir solidariamente a ese cambio?
La solidaridad es un estallido de compasión hermoso, respetable, defendible, abrazable, pero tiene límites si no trasciende ese estadio.
Entendamos que sin un orden social estructuralmente justo no habrá sostenibilidad posible para la solidaridad.
El Papa Francisco comprendió a cabalidad esta idea. Para él, la solidaridad es pensar y actuar en términos de comunidad, es luchar contra las causas estructurales de la pobreza, la desigualdad, la falta de trabajo, de tierra, de vivienda, la negación de los derechos sociales, políticos y laborales. Solidaridad como ética global y corresponsabilidad de toda la familia humana.
En este escenario de crisis sobre el cual golpeó Melissa, no perdamos la oportunidad de vivir la solidaridad más allá de lo inmediato.











