Con dos libros bajo el brazo y una rosa amarilla en la otra mano, Gabriel García Márquez ha regresado en una escultura de bronce a La Habana, al mismo jardín donde tendría años antes su primer encuentro con Rosa La Yerbera, la cubana que le habló de la magia y los misterios de las flores en la Isla.
“Retrato en el jardín” es el título de la pieza de José Villa Soberón, una réplica de otra develada el pasado 15 de diciembre en el Museo del Caribe en Barranquilla, también realizada por el cubano.
La obra de tamaño natural muestra al Gabo vestido con el liquiliqui, traje tradicional venezolano que usó para recibir el Premio Nobel en 1982, y bajando una escalera en los jardines del Liceo Artístico y Literario de La Habana, Palacio del Marqués de Arcos. Fue develada ayer en un acto con la participación de Gustavo Bell, embajador colombiano en Cuba y Eusebio Leal, Historiador de la Ciudad.
Bell agradeció especialmente a Leal “por haber acogido con mucho entusiasmo la idea de inmortalizar aquí, en pleno corazón del centro histórico de La Habana, al más ilustre de los hijos del telegrafista de Aracataca”.
Horas después, Casa de las Américas fue anfitriona de un homenaje a Cien años de soledad, a 50 años de su publicación, a los 90 del natalicio del autor –que se cumplirán el próximo 6 de marzo– y los 35 de su distinción con el Premio Nobel de Literatura.
Allí Bell habló sobre el aporte de García Márquez a los colombianos con su obra cumbre: “Esa es la historia de Colombia contada desde la región Caribe. Por supuesto que él tenía una gran imaginación, pero mayormente lo que recoge ahí son las leyendas vallenatas, lo que le narraban sus abuelos y las historias fantásticas que se conocían en el argot popular. Todas ellas alimentan Cien años de soledad. En alguna ocasión dijo que esta novela era un vallenato de 300 páginas”.
El diplomático comentó que con su obra se reconocen también las canciones de esta música, que tenía muy poca aceptación en el centro del país: “Esta redimensión que ha tenido el vallenato se debe, entre otras cosas, a la reivindicación que le hace García Márquez en Cien años de soledad”.
El panel fue moderado por el investigador Jorge Fornet e intervinieron además el escritor cubano Leonardo Padura y Jose Calafell, Consejero Delegado para Latinoamérica del Grupo Planeta. Cada uno contó su primer acercamiento a la narrativa del Premio Nobel colombiano, que en la mayoría de los casos fue a través de Cien años de soledad y ese primer párrafo memorable donde el autor, explica Padura, creó la estructura de la novela a partir del tiempo verbal.
Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo.
“Excluyendo cualquier poema, no existe una novela como Cien años de soledad con un fragmento literario que la gente conozca y pueda recitar de memoria tanto como este. En esas líneas además de su belleza y misterio, Gabo hace un ejercicio literario complicadísimo que es conseguir una estructura circular a partir del tiempo ‘había de recordar’. Empieza a contarnos la historia por el principio, pero en realidad lo está haciendo por la mitad”, dice Padura.
El representante de la Editorial Planeta contó que a diferencia de la mayoría de la gente, él conoció a García Márquez con 17 años por el cuento “El ahogado más hermoso del mundo” que forma parte del libro La triste historia de Cándida Eréndira y su abuela desalmada.
En ese texto a Calefell le impresionó mucho encontrase con una gran cantidad de adjetivos por línea e identificar ese paisaje mítico “que bien podría ser la playa del Tuxpan natal de mi abuela. Fue un flashazo absoluto y a partir de ahí busqué entonces con muchas ganas el resto de la obra del Gabo”.
Este año la Editorial Planeta ha llegado por primera vez a la Feria Internacional del Libro de La Habana. Para unirse a los homenajes a García Márquez realizados en el contexto del evento, trajo una colección de títulos suyos entre los que se encuentran Cien años de soledad, El otoño del patriarca, Crónica de una muerte anunciada y El amor en los tiempos del cólera, además de tres tomos compilatorios de su obra periodística.
“Gabo fue tan avasallante en esa mirada cargada de la magia como componente de la realidad –concluye Padura– que al igual que lo hecho por Carpentier en su territorio, cerraron un camino. Gabo es el principio y el fin de un camino. Gabo no tiene seguidores, tiene epígonos. Después de ese ejercicio literario en el que lo hizo todo es imposible superarlo; jugó en todas las posiciones y se robó la posibilidad de hacer algo mejor. Por eso cuando uno lee a otros escritores posteriores a él que han recurrido a esa estética, uno siente que hay más retórica que creación profunda”.