Al fin de la Segunda Guerra Mundial, un nacionalista como Juan J. Remos daba cuenta de la modernización/norteamericanización de la vida nacional, un proceso en verdad comenzado a partir de la primera intervención como lo ha estudiado con profundidad la historiadora Marial Iglesias en Las metáforas del cambio en la vida cotidiana: Cuba 1898-1902. Escribía Remos en su Historia de la literatura cubana:
“Con el proceso político y social ha corrido paralelamente el literario, las influencias extrañas, que se han dejado también sentir en las costumbres, se han reflejado en el arte. El gusto norteamericano ha dejado sus huellas en nuestra organización social, en la vida privada y en la pública; los bailes, la música, el sentido de la vida de relación, el carácter, los usos se modificaron al ritmo de los grandes vecinos. Las costumbres tradicionales variaron, el régimen familiar, las diversiones, la propia cortesía; todo; y el club borró las tertulias hogareñas, el ambiente se hizo más frívolo, las ropas de vestir se aligeraron, y no ya fue sustituida la fiesta de Reyes Magos por la del exótico Santa Claus, sino que hasta nuestro incomparable tabaco ha sido suplantado por la mezcla opiosa del cigarrillo yanqui”.
Y más adelante:
“Todo esto halló su eco en la literatura. Poetas y prosistas llevaron a sus temas las nuevas corrientes de cepa americana, sin faltar la flapper, el boxeador y el clubman. Nuestra fisonomía, en efecto, parecía diluirse en una vorágine del esnobismo social, y la literatura, que se nutre de la realidad, se llenó también de films, de handicaps, de clubs, de cabarets, stadiums, girls, skating ring, leaving room (sic, living, A. P.), hall, sandwich, chaisse longe, etc. El idioma, por tanto, ha sufrido a su vez una fuerte y violenta sacudida, que lo ha desquiciado; y ha habido hasta quienes han pretendido violar el genio del idioma para construir en español como los autores de lengua inglesa.”
Más allá del conservadurismo a ratos excesivo del juicio, esa era, en efecto, la tendencia social de entonces, que alcanzaría un punto casi paroxístico apenas un quinquenio después con la mafia instalada en los casinos y oleadas de productos y turistas del Norte. La Habana estaba llena de luces y anuncios, frecuentemente en inglés. Las clases medias iban a las tiendas a comprar frigidaires –nombre de una marca que se extendió a todos los refrigeradores– y mercancías diversas a la ciudad de Miami durante un fin de semana. En las calles los cubanos pedían un nickel, y a los choferes de los ómnibus un chance para bajarse en una parada no oficial. Un título de la Havana Business Academy era un instrumento de movilidad social ascendente.
Nightclubs como el Turf, el Johnny´s Dream y otros, constituían parte de un escenario que se vería abruptamente interrumpido por la desconexión con Estados Unidos luego de una revolución nacionalista, radical y antimperialista que logró un imposible: llegar al poder contra el ejército. En efecto, durante los años 60, en medio de profundos cambios que subvertían incluso el sentido común, la confrontación tuvo también su terreno lingüístico. El inglés era la lengua del enemigo y de la enajenación del patrimonio nacional. Figuraba en las bombas que no explotaron en la Sierra, en las cajas con armamentos para los alzados del Escambray y en los documentos incautados a diplomáticos extranjeros que trabajaban para la CIA.
La onda expansiva de este fenómeno llegó incluso a la conversación cotidiana: el okay se cambió entonces por un OK castellanizado. Repartos exclusivos tipo Havana Biltmore fueron rebautizados con palabras aborígenes –digamos, por ejemplo, Siboney, Atabey y Cubanacán–, y los campos de golf de la rancia aristocracia blanca fueron sustituidos por escuelas de arte o centros de entrenamiento militar. Y también irrumpió en la música, con un nacionalismo vestido de mozambique y otros ritmos locales que dejaban a un lado las influencias fecundantes entre la tradición sonora cubana y estadounidense.
Tampoco el inglés fue el protagonista durante la institucionalización (1971-1986), aunque su enseñanza no desapareció de escuelas de idiomas, currículos y carreras universitarias (Facultad de Lenguas Extranjeras de la Universidad de La Habana, Institutos Pedagógicos, la Abraham Lincoln…). Pero el ruso, como lengua de la colaboración y del CAME, ocupó la mayor parte del horizonte. Lo estudiaron los cubanos que iban a la URSS a formarse en distintas especialidades, y también se produciría un hecho sin precedentes en la cultura nacional al impartirse clases de esa lengua por radio. Un programa televisivo de participación popular, 9 550 –la distancia en kilómetros que separa a Cuba de la entonces Unión Soviética– premiaba al ganador con un viaje a la patria de Lenin.
Pero con las reformas de los años 90, y después con la llamada actualización del modelo cubano, el inglés comenzó a recuperar terreno. Reaparecieron clases de varios idiomas por televisión, las de inglés protagonizadas por docentes de una profesionalidad fuera de toda duda, entrenados en el AEE (American Standard English), no en la norma de los brits. Los contactos con el exterior –en particular con los Estados Unidos–, más el desarrollo del turismo y las visitas, trajeron de regreso palabras anglos para bautizar los negocios de la economía emergente.
En una lista de paladares, bares, cafeterías y dulcerías habaneras de hoy figuran nombres como Havana’s 21 (21 y M, Vedado), NAO Cuban Restaurant (Obispo entre Baratillo y San Pedro, Habana Vieja), Chicken Little (calle 504 no. 5815, Guanabo), King Bar (23 entre D y E, Vedado) –este último una originalísima avenida semántica de dos vías–, VIP Havana (9na. entre D y F, Vedado), Waooh! (23 entre L y M, Vedado), Leo´s Cakes (11 entre San Francisco y Lindero, Lawton), Burner Brothers (C entre 29 y Zapata, Vedado) y Tammy´s Cakes (19 entre L y M, Vedado), los cuales se adicionan a sitios históricos como el famoso Sloopy Joe´s, en La Habana Vieja, ejemplarmente restaurado por la Oficina del Historiador tras un letargo que parecía infinito.
Y las palabras en inglés impactan otra vez sobre el habla cotidiana, más allá de la computación, la tecnología, Internet, y el béisbol. Hoy nuevas generaciones de cubanos frecuentemente se invitan a asistir a un “pari” (party) –en los años 70 la palabra para fiesta era “güiro”–, hablan de un buen par de “chús” (shoes) y a niños y niñas recién nacidos se les inscribe en el Registro como Michael, Bryan, Christian, Jennifer o Samantha.
Hace más de un año, el Ministerio de Educación Superior dio a conocer la obligatoriedad de dominar el inglés para obtener un título universitario. “Tenemos que resolver el problema de que el profesional cubano no es capaz de expresarse en el idioma universal de nuestros tiempos”, dijo el entonces ministro Rodolfo Alarcón. “El idioma [inglés] es imprescindible, porque cada día vamos a tener más contacto [con los Estados Unidos y otros países]. Además, ustedes lo saben, la tecnología, hay que hablar inglés. Si hablan dos o tres idiomas mejor, pero el inglés es imprescindible”, declaró el vicepresidente cubano y segundo secretario del Partido Comunista, José Ramón Machado Ventura. Incuestionable. Estamos hablando de la lingua franca de la globalización, según los códigos de los teóricos culturales.
Hay sin embargo un problema de fondo, y es que muchas veces los profesionales cubanos no son capaces de expresarse bien ni en su propia lengua. Habría tal vez entonces que empezar por restructurar a lo profundo la enseñanza de la literatura y del español. Obviamente, sin el dominio del idioma materno y, sobre todo, sin un pensamiento crítico como el que incita la buena literatura, de ficción o no, resulta muy difícil cabalgar sobre cualquier lengua extranjera. Del inglés al mandarín.
Si, yo creo que como van las cosas habra que priorizar primero el idioma español y empezar a combatir donde quiera el uso corrupto del mismo.
Ahora se dieron cuenta los anacronicos estos, despues que han desbarato el pais, español es lo que tienen que enseñar primero que ni español saben los jovenes ni español fijense a donde han llegado.