La Ópera de la Calle surge en el 2006, cuando “me doy cuenta de que la gente ya no se identifica con el género escénico, no solo en Cuba sino en todas partes”, nos dice Ulises Aquino y recuerda que pensó “que la riqueza musical cubana llevada a la lírica podría darle otra dimensión”.
Aquino cantó en importantes compañías de Europa y los Estados Unidos pero regresó con su proyecto a Cuba para crear la suya propia y lanzarse a promover el género entre la gente común, interceptándolos con la música en plena calle. Contra todo pronóstico su sueño se convirtió en un gran éxito.
Regresó porque “no puedo vivir sin Cuba, ella es toda mi imaginación, es la fuente de todas mis energías para crear. Yo vengo de un barrio marginal en Luyanó y si logré llegar hasta aquí fue haciendo un recorrido desde mis raíces primarias hasta el ciudadano que soy hoy”.
Se trata de “plasmar la realidad cubana, con sus aciertos y errores, para que el ciudadano se vea reflejado a sí mismo. Eso implicó convencer a la gente para que aceptara las nuevas sonoridades dentro de este género, implicó hacer más de 2000 audiciones para escoger 50 personas capaces e implicó alejarme de mi carrera en el mejor momento”.
“Nosotros nos planteamos utilizar los arquetipos de la sociedad cubana, hacia donde se ha movido la nación y el gran impacto del folclore, un fenómeno que bien cantado y musicalizado podría tener la relevancia de cualquier obra del patrimonio operístico internacional”, explica Ulises.
Al aumentar la cantidad de funciones solicitadas empezaron a chocar con problemas de transporte, “el país no podía financiar eso, era demasiado costoso y complejo”, recuerda Ulises y agrega que eso les hizo pensar en una sede permanente.
Ya habían logrado el reconocimiento nacional y nucleado a más de un centenar de artistas. Consideraron que era el momento de crear un centro cultural. Eligieron un terreno baldío de La Habana y construyeron “El Cabildo”, financiado con los ahorros del trabajo de Aquino en el extranjero.
Pensando en promover una cultura autosustentable, el centro fue acompañado de un restaurante que servía para financiar los gastos de la compañía y elevar los salarios de los artistas, de los 20 dólares que les paga el Estado a 80 dólares por mes, una cantidad equivalente a la canasta básica cubana.
La entrada costaba apenas 2 dólares, a pesar de lo cual el dinero alcanzaba para apoyar a varios círculos infantiles de la zona, realizar los fines de semana funciones gratuitas para niños y celebrar los cumpleaños de los “Hijos de la Patria”, menores sin amparo filial a cargo del Estado.
La Ópera de la Calle recogió todo lo que había sembrado en ciudades y pueblos durante los años anteriores. En 14 meses pasaron por El Cabildo más de 40 mil personas, atraídas por un musical que combinaba ritmos religiosos afrocubanos con canciones de Fred Mercury y la más rancia ópera internacional.
Sin embargo, dirigentes del Partido Comunista de la capital dieron la orden de cerrar El Cabildo, tras decidir que el proyecto no encajaba estrictamente dentro de la ley. Al parecer no estaba autorizado mezclar por cuenta propia la gastronomía y la cultura, algo que paradójicamente hoy realizan otros artistas sin que nadie los moleste.
Poco después del cierre de El Cabildo, la Ópera de la Calle actuó en el teatro Carlos Marx y reunió a más de 5 mil personas, lo cual demostró el arraigo popular con que contaban, mientras que “el Ministerio de Cultura nos dio desde el inicio su apoyo incondicional”, recuerda Aquino.
“No hemos dejado de trabajar, volvimos a las calles y a los teatros, hemos realizado más de 120 presentaciones en Cuba en lo que va de año”, nos dice antes de anunciar que este mes viajan para la inauguración del Festival de Ópera de Quebec y actuar también en Montreal y Toronto.
“Yo estoy seguro de que en cualquier otro país todo hubiera sido más fácil pero yo no sé vivir sin Cuba, salgo de gira y a la semana ya extraño, los perros, los gritos de la gente, lo extraño todo. Yo no podría vivir con dinero y lleno de nostalgia”.