A mediados de los años noventa vi una película con Halle Berry y Jessica Lange, Losing Isaiah (Perdiendo a Isaiah) bajo el título de Instinto maternal, en la que una mujer pobre y adicta a las drogas —Halle Berry— dejaba a su bebé en la basura, el bebé era luego adoptado por una doctora —Jessica Lange—, y en todo el drama se ponía en entredicho qué es lo que hace a una madre, si el vínculo biológico o el afectivo, además de otros discursos sobre racismo y diferencias de clases sociales. Pues en Casas Vacías, de Brenda Navarro sucede algo parecido, lo que desde una visión más cruda, —creo yo—, pues en esta novela tenemos acceso directo al caudal de ideas, pensamientos, recuerdos y sentimientos de las dos protagonistas. Además de la perspectiva Latinoamericana, que varía muchos de los factores a la hora de narrar una historia de este tipo.
Me atrevo a atorar a Casas Vacías dentro de la categoría “drama de suspenso”, como si fuese una película, y es que así lo leí, como si estuviera sentado en el Yara, en pleno Festival de Cine Latinoamericano, como decimos en buen cubano: “echándome filme mexicano”, un filme con final abierto y varios giros sorpresivos.
Todo parte del robo de un niño autista de tres años, hecho cometido por una mujer traumada a raíz de varias carencias: afectivas, físicas, económicas, etcétera. Está contada por la madre que pierde a su hijo, y por la mujer que se lo roba. Es una historia construida con “efecto Rashomón”, o sea, usando varios puntos de vista con respecto a una misma cosa, lo cual enriquece la percepción que puede hacerse el lector de los implicados en la trama.
Si bien las narradoras de la novela son las que llevan las voces cantantes, es casi inevitable identificarse con algunos de los personajes secundarios, como por ejemplo; Nagore, la niña cuyo padre mató a su mamá casi en sus narices, la que perdió a su primo hermano robado, la que lidia con las impotencias de los abuelos y las ineptitudes de los padres adoptivos, que son su tío biológico y su tía política. Y ahora que lo pienso mejor, no es identificación sino más bien lástima lo que me provoca su personaje, así como la otra protagonista, la pobre, la ladrona del bebé, que tuvo una infancia difícil.
Interesantísimo el personaje que abre la novela, esa madre a la que roban su hijo, pues rompe con la idea que nos hacemos de su caso. A raíz de la pérdida del niño ocurren una serie de desenmascaramientos, como la constatación de no sentir amor por la hija adoptiva, el derrumbe de su relación de pareja, la insatisfacción con los amantes, ¡la culpa! En esta novela la culpa tiene un papel importante, pues rodea a los personajes como un Dementor-chupa almas, y les consume, a veces hasta sin razón.
El inicio de la novela es magnífico, atrapa: «Daniel desapareció tres meses, dos días, ocho horas después de su cumpleaños. Tenía tres años. Era mi hijo. La última vez que lo vi estaba entre el subibaja y la resbaladilla del parque al que lo llevaba por las tardes. No recuerdo más. O sí: estaba triste porque Vladimir me avisaba que se iba porque no quería abaratar todo. Abaratar todo, como cuando algo que vale mucho se vende por dos pesos. Ésa era yo cuando perdí a mi hijo, la que de vez en cuando, entre un conjunto de semanas y otro, se despedía de un amante esquivo que le ofrecía gangas sexuales como si fueran regalos porque él necesitaba aligerar su marcha. La compradora estafada. La estafa de madre. La que no vio.»
Las dos protagonistas son mujeres inconformes, conscientes de sus realidades, pero aunque han diagnosticado cuáles son sus problemas, en verdad no hacen mucho para solventarlos, ¡y he ahí el mecanismo que mueve a la maquinaria de la miseria espiritual!
Otro tema que es bien visible en la novela es la violencia de género. Esa especie de “normalización” del acto de golpear a la mujer que se ve en los barrios marginales y en muchos países, aquí plasmado como un reflejo de lo que es: mera toxicidad.
El tema de la maternidad se narra de forma cruda, realista, sin filtros color pastel ni edulcorantes, sin la bobería soñadora con la que suelen pintar al hecho de atender a una criatura recién nacida, y seguir siendo mujer a la vez, mientras los hombres ¿qué?
Todas las mujeres de esta novela están insatisfechas, y sufren, ora calladas ora a gritos, las cárceles de sus frustraciones, miedos, decepciones y claridades. Lo de Casas Vacías viene de ahí, de la sensación de que ser mujer es como ser una casa vacía que debe ser llenada por un marido, por un hijo, pero, ¿No hay acaso otras cosas con las que llenar esa casa?
También en la historia se juega con una idea que me asalta a cada rato cuando pienso en la posibilidad de tener hijos, ¿y si me cae mal mi propio hijo o hija? Porque, seamos realistas, la maternidad y la paternidad son una escuela, y los hijos vienen al mundo para enseñar a sus padres, por muy al contrario que parezca “la cosa”.
«¿Por qué lloramos cuando acabamos de nacer? Porque no debimos haber venido a este mundo.» Con esto no estoy de acuerdo, pero bueno, es un personaje quien lo dice, igual se respeta su criterio. Complicarse la vida es una molestia que al ser compartida o se agudiza o se alivia, y creer que no se debió haber nacido es una forma ingrata de auto maldición. Pero bueno, mis “tallas metafísicas” no caben aquí, pues la novela va de personas con escaso alcance espiritual, que narran cómo sus narices empiezan a oler la peste de sus acciones y la de sus pensamientos.
Las escenas sexuales, que son varias, suceden con menos morbo del que pudiera adjudicárseles, y no están ahí para darle al libro un toque comercial en plan etiqueta de “el sexo vende”, están bien justificadas, pues en esos momentos de intimidad se ponen de manifiesto las expectativas y personalidades de las mujeres que las narran. Una busca por momentos un sexo violento que la ayude a expiar culpas, la otra, un coito que la embarace, sin que eso le reste sitio a la búsqueda del placer.
Se hacen saltos de tiempo para explicar la procedencia emocional de cada personaje, el por qué hacen lo que hacen, piensan lo que piensan, sienten lo que sienten. Créanme, algunos recuerdos de la ladrona del bebé son dignos del olvido.
Esta es una novela llena de torpezas amorosas, o de amores que no saben expresarse. Me dieron deseos de comunicarle a todos mis seres queridos que los quiero, y de perdonar, y de pedir disculpas, y de aceptar, ¡Madre mía, qué importante es aceptar el presente! «Respirar, respirar, respirar», como dice la madre despojada, que sin embargo no logra la salud que debería otorgar la buena oxigenación, pues medita —con triste acierto: «Qué es un desaparecido? Es un fantasma que te persigue como si fuera parte de una esquizofrenia (…) El que desaparece se lleva algo de ti que no vuelve; se llama cordura.»
Como en la vida real, aquí los padres mayores ven la partida de los hijos como un abandono, lo cual lleva a innecesarios chantajes emocionales, rencores absurdos y dolores recurrentes. En Casas vacías, la maternidad y la paternidad no solo se ven desde sus personajes jóvenes adultos, sino desde los adultos mayores, los niños y los adolescentes.
Magnífica la descripción que se hace de la inserción social para casos de personas inadaptadas o con características diferentes, en este caso el autismo, aunque yo me cojo la frase para mí, que he sido siempre muy inadaptado: «(…) insertarse en la sociedad de manera adecuada: insertarse, como los dardos que, aunque no pertenecen al tablero, llegan rápidamente y de forma agresiva a romper la normalidad. Insertarse, como la jeringa que combate la piel enferma. Insertarse, como la flecha que mata.» —Aplaudo. Ufff.
La idea del aborto, la falta de ética en el hospital cuando juzgan a la protagonista por parecer que se había provocado el aborto, pone una vez más al descubierto la necesidad de lograr un cambio de mente a nivel global con respecto a la libertad de las mujeres a la hora de decidir sobre si ser o no ser madres, incluso cuando ya están encintas, sea cuál fuere la forma en la que el óvulo fecundó. Una mujer que decide abortar no es una asesina, ¿no es acaso más cruel parir y no dar amor, comprensión, apoyo y manutención? Estas son divagaciones mías, en la novela es una escena, pero de esas que duran mucho tiempo en tu mente porque hablan de uno de los grandes absurdos de la humanidad, que aún arrastramos en el siglo XXI.
Y hablando de cosas arrastradas hasta nuestro siglo, aquí se juzga el cristianismo, la religión en general, pues bien sabemos que de sus preceptos se han construido los cimientos de nuestras ideologías occidentales, esas que la mayor parte del tiempo son tan inflexibles que prefieren el dolor antes que la cura.
Casas vacías es como un ensayo novelado y crudo, sincero y orgánico, sobre los otros modos de ser madre. Una magnífica deconstrucción de lo maternal, un close up a las ojeras, al desorden hormonal, al peso extra, al miedo, a la culpa, a la eterna preocupación por la cría, a las competencias sentimentales, a los balances entre lo mujeril y lo maternal.
¿Alguna vez te has preguntado para qué se pare? Te pregunto como mismo lo haría un psicólogo en su consulta cuando te dice: ¿Qué buscas con esta consulta?, pues, mi pregunta es: ¿Qué buscas al tener un hijo? Y no malinterpretar, por favor, sino más bien tomemos ese cuestionamiento como una invitación a reflexionar, y partamos de que no se tienen hijos ni como garantía de nada, ni para uno. Como bien dicen las madres sabias: se pare para el mundo. De todos modos, cualquier cosa que yo diga se queda corta para todas las aristas de la maternidad y de lo femenino que trabaja Brenda Navarro en esta maravillosa novela.
Es breve, yo me la leí en cuatro horas.
Brenda Navarro, la autora
Es mexicana, aunque actualmente vive en España, algo que también se hace notar en su novela. Es socióloga y economista, así como Máster en Estudios de Género. Muy comprometida con el apoyo y difusión de las publicaciones de mujeres escritoras latinoamericanas, por todo el trabajo que supone para una mujer poder dedicarse a la literatura a la par de otros “deberes” sociales —importantes las comillas en los deberes.
También cultiva el género de cuento, la poesía y el ensayo. Una escritora a todas, ¡vamos! Casas vacías es su primera novela, y ha logrado posicionarla muy bien dentro de la novela latinoamericana, aunque prefiero llamarla de “humana”, ya que la temática que aborda cabe en casi cualquier cultura moderna. Puedo decir que espero su segunda novela, su nombre se volvió sello de calidad con este “Librazo”.