Hace algunos meses encontré la recomendación literaria de la novela Infelices del autor español Javier Peña. La edición de Blackiebooks, una editorial independiente con sede en Barcelona, me llamó muchísimo la atención. El “flechazo” fue instantáneo, debo admitir que fue una cosa estética, y es que los libros también entran por los ojos, hay ediciones que de tan bellas invitan a leer, y esta editorial sabe hacer libros atractivos. Lo mismo me pasó con Agnes, la segunda novela del mismo autor, otra vez con Blackiebooks.
Me dije: tienes que tenerlas, y cuando conseguí que alguien me las trajera desde España, se lo comenté a Javier Peña por Instagram y él me pidió que subiera una foto de Agnes en el malecón, cosa que hice, bajo un sol que rajaba las piedras y al lado de una botella de ron, en honor a Agnes, la protagonista, que de venir a La Habana, bien se tomaría su roncito.
Por otro lado, la elección de fotografiar Infelices cerca del Hotel Nacional se debió a que precisamente en esa novela hay un personaje que se hospeda en el famoso edificio, y me pareció correcto hacerlo así.
De este lado del planeta, en esta islita tan conectada históricamente a Galicia, apenas se conoce a Javier Peña, escritor gallego que estudió periodismo y después trabajó un tiempo como “escritor fantasma”, o sea, escribiendo discursos para políticos como asesor en la Xunta de Galicia, hasta que se hartó de escribir falsedades y se lanzó de lleno a la creación de ficción, cosa que ya practicaba en los discursos que hacía para otros.
Javier Peña no solo es un escritor comprometido con sus propios títulos, sino que es un gran lector, estudioso de las obras y autores cumbres y emergentes; apoya la creación y el desarrollo de otros talentos, imparte talleres de escritura y recientemente empezó un magnífico podcast llamado Grandes Infelices, en el que comparte información sobre las vidas y las obras de esos nombres imprescindibles de la literatura. El podcast está desde ya recomendado; canela fina.
En sus dos novelas, Peña toca temas esenciales de la vida moderna como la satisfacción personal, la idea del éxito, las influencias de las relaciones de pareja y el alcance de los vínculos afectivos o sus ausencias hacia otras áreas de la vida. En estas obras encontraremos a personas que se dedican al periodismo, porque, bueno, en definitiva es la carrera del autor, es inevitable, y su forma de escribir tiene un humor que se une orgánicamente a cualquier situación trágica o desfavorable, tal y como lo hacemos en Cuba, que sí, el cielo se va a caer y el rey lo debe saber, pero mientras tanto ríe y goza, que esa es la cosa…
Hablemos ahora de las novelas, y hagámoslo en orden cronológico.
Infelices
Publicada en 2019, su ópera prima es una novela con varios protagonistas, construída mediante diferentes relatos, anécdotas, artículos y curiosidades. Llena de referencias a obras de la plástica, la música, el cine, la literatura y el mundo del crimen, está escrita con humor, irreverencia y un cinismo exquisito. Salta desde el narrador omnisciente a la primera persona con un dinamismo que engancha, mantiene y complace.
La forma de contar de Javier Peña es fresca, juguetona, precisa como bala disparada con mirilla y muy entretenida, sin caer en lo simple y mucho menos en los lugares comunes. Adoré los símiles, los motes, los nombres de los capítulos, la construcción de los personajes, que son todos bien curiosos, llenos de sustancia, carne, olores, sensaciones, simpatías y antipatías. Las situaciones en las que se encuentran todo el tiempo aportan mucho a la historia, y los momentos de filosofía que tienen dan para marcar muchas frases en el libro.
En todo momento estos personajes son súper reales, con muchos matices; Quijotes de tabiques abollados contra molinos de vientos, Sanchos locos por atestiguar y seguir menos, granos con parches para no que se vean, gente que lucha consigo misma, con sus cuerpos, con sus padecimientos físicos y espirituales, relaciones complicadas por el sinsentido y la paranoia.
La infelicidad a la que se refiere la historia, a mi entender, recae en esas cosas eclipsantes que nos pueden hacer sentir insatisfechos, acomplejados, impedidos, amedrentados, inseguros, intrigados.
Pudiera creerse que se trata de una novela pesimista, pero es todo lo contrario. Te hace pensar en las disímiles formas que tenemos de complicarnos la vida, y de una forma muy original hasta se vuelve hedonista.
Trabaja mucho con lo instrospectivo, con las acciones que se contradicen a la voluntad, con los recuerdos, con las roturas, con los calificativos; en ella el autor juega con las vidas de sus personajes porque tiene algo que decirnos y para ello también juega con las palabras: «Las palabras acotan, esculpen como el cincel».
En la novela vemos a varias personas cuyas historias se entrelazan: el asesor político en plena mala racha, la madre que lleva una complicada relación con su hija, un escritor, un periodista, una súper optimista con cáncer.
«He visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por la mediocridad», esta frase que toma prestada del Aullido, de Allen Ginsberg, posee un nivel de síntesis y una carga de realismo tan brutal que, después de leerla, me quedé pensando en todos los que conozco, en mi e incluso en lo que en mi contexto y en mi época es considerado como “mediocre”… Pero, ¿acaso no ser mediocre es no ser infeliz? ¿Hay que ser afortunado para alcanzar la felicidad? ¿Qué es la felicidad?: «Nos han obligado a creer que ser afortunado es que impriman tu nombre en La Revista, en el lomo de un libro de relatos, en el rótulo de un Telediario. Eso no es más que alimento para la vanidad, las patatas con ketchup del ego, el atajo hacia la infelicidad».
La novela nos restrega en la cara todos los conceptos erróneos de plenitud y dicha en los que creemos en estos tiempos tan de pantallas y faroles: «¿Acaso somos algo más que lo que les enseñamos a los demás?».
Es una lectura que se agradece mucho, la hice casi de un tirón, a pesar de sus 288 páginas.
Desde que terminé Infelices me es imposible ver el Hotel Nacional sin pensar en el personaje de Marga, poniéndose yogurt en sus partes frente al espejo y hablando con la persona que la espía en su habitación.
Agnes
Es una novela escrita con varios recursos narrativos que hacen su lectura amena, dinámica y muy llevadera, dígase narrador omnisciente, «transcripción literal del off de un informativo de televisión», extractos de un diario, correos electrónicos, saltos y mudas en el tiempo y el espacio.
Se compone de cuentos o historias paralelas a la principal, lo que se conoce en técnicas narrativas como Caja China o Muñeca Rusa: historias dentro de historias que conforman una en general, la novela. Tiene momentos de narración cinematográfica. Es, a mi juicio, una novela muy moderna que juega a romper barreras de géneros, como debe ser hoy día. Lo que digo es que coquetea con la novela negra, el thriller, el drama, la comedia, el realismo, lo biográfico.
Agnes Romaní es una periodista a la que le asignan escribir la biografía de un escritor Best seller que está a punto de retirarse: Luis Foret. El reconocido autor no es dado a ofrecer entrevistas y nadie sabe cómo luce, a pesar del éxito, de su mediocridad y de los grandes trucos de marketing. Agnes inicia la comunicación con el tal Foret a través de correos electrónicos, y poco a poco vamos conociendo la historia detrás del enigmático hombre que, de algún modo, siempre ha estado demasiado cerca de la muerte o la desgracia de las mujeres con las que ha tenido relaciones: «(…) todas las historias de amor son historias de fantasmas. Aunque no te den tiempo ni a hacer el amor».
¿Por qué se llama Agnes, si supuestamente se habla más de las historias del tal Luis Foret?
Es que, el escritor al que Agnes le hará la biografía divide sus anécdotas sobre “cómo se convirtió en el autor reconocido que es” con los nombres de cada una de las mujeres que apoyaron e hicieron su carrera. Entonces, Agnes vendría a ser una más en completar la carrera de Foret con la biografía de semejante farsante: «(…) Puede que el hombre que ya es Luis Foret sea el perdedor de siempre. Hasta los perdedores tienen un golpe de suerte. Puede que, en el fondo, nunca haya sido el famoso escritor, sino el perdedor (…) Puede que sea el motivo por el cual oculta su verdadero nombre. ¿Quién iba a comprar los libros de un perdedor?
Las sugerencias culturales que contiene la novela fluyen con la trama de un modo bien orgánico, como en Infelices. Libros, autores, canciones, personalidades y películas forman parte de momentos y los marcan, para que también el lector los evoque en otros puntos de la evolución de la historia. Nada sobra, como en escenografía teatral, si hay un vaso, descuida, ese vaso será utilizado en algún momento, tú sigue leyendo y verás.
Posee un cinismo muy elegante, una acidez que me recordó por momentos a Raymond Chandler y a sus novelas negras:
«El poeta es un fingidor, finge tan completamente, que hasta finge que es dolor, el dolor que en verdad siente», cita a Fernando Pessoa, uno de mis poetas favoritos, para decir: «Los versos de Pessoa siempre me hacen cuestionarme si soy un farsante que escribe o escribo porque soy un farsante. Puede que sea lo mismo.» Luis Foret, el autor coprotagonista de esta novela, también utiliza, como Pessoa, varios alias según donde se encuentre, y es tan mayúscula su farsa, que logra salirse con la suya, y es que la historia de la humanidad está plagada de ejemplares así; gente a la que uno aplaude y a la hora de la verdad no son ni la mitad de la mitad de lo que uno cree que son.
He aquí una historia redonda y con final que pareciera predecible, y sin embargo es sorprendente. Me ha encantado, y ha sido muy entretenida. A lo largo de sus 288 páginas algunas de las anécdotas o historias pudieran parecer disgresiones, pero no lo son, cada una juega una estratégica función.
Con esta novela me sucedió algo misterioso. Muchos lectores han posteado sus fotos del libro cerca de grillos verdes, esperanzas, como quieras llamarles, mismo insecto que aparece en la portada de la novela y que de algún modo se las ingenia para estar cerca de quien la lee. A esta edición se le empezó a a atribuir cierto misticismo que yo, en particular, creía exagerado, me decía a mí mismo que de seguro habían muchos bichitos de esos en España, de ahí tanta “casualidad”. Al tener mi propio ejemplar en casa, de pronto, así, de la nada, me encuentro con una de esas esperanzas verdes pegada al rollo de papel sanitario que reemplazaba a las servilletas que no logré encontrar, cerca de Agnes. Me dije, ya, esto es algún tipo de brujería buena o algo así, o quizás es que simplemente los grillos se sienten atraídos por la luz, y saben que eso es lo que sale de esas páginas —pudiera tener otras hipótesis, pero me quedo con la mística, es más bonita.
Javier Peña posee un gran talento para escribir, tiene lo que se dice ángel, y un alto nivel de compromiso con la literatura, lo dicen sus libros, sus clases, sus posts, sus presentaciones y hasta los bichos que atrae.
Espero que estas dos novelas suyas que han caminado con éxito en España despierten la curiosidad del lector que está a miles de kilómetros de distancia, del mismo modo que sucedió conmigo.
Vaya par de “Librazos”. Gracias, Javier Peña.
Les dejo un abrazo y hasta la próxima semana.