La traductora empieza con este gancho: “Elsa Braumann estaba perdida en un bosque de adverbios y pronombres la noche en que la muerte llamó a la puerta…” y termina con esta frase “ (…) qué magnífico este principio”. Con esto quiero decir que tú, lector potencial de esta novela —¡Buen librazo!— estarás durante toda la lectura en un estado de nerviosismo e intriga que te impedirá abandonar a la pobre-infeliz-traductora hasta que se solucione la cadena de enredos, el baile de máscaras que constituye el espionaje al que nos llevan José Gil Romero y Goretti Irisarri, los autores.
¿Por qué es una traductora la protagonista?
Porque los autores son unos genios que decidieron colocar esta pieza en el puzle de la historia mundial y de España bajo la advertencia: “Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares y situaciones son producto de la imaginación (…) y son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos comerciales, hechos o situaciones son pura coincidencia.” Así que le dieron rienda suelta a la creatividad para entregarnos una muy buena historia de espionaje con acción, persecución e intriga —mucha intriga—, como bien le toca a este género.
La traductora Elsa Braumann es la protagonista porque, y cito textualmente un fragmento de la sinopsis que ofrece el libro: “El 23 de Octubre de 1940, el general Franco se traslada desde San Sebastián hasta Hendaya en tren para mantener una reunión secreta con Hitler. El tren que transporta la comitiva llega unos minutos tarde a la cita. Nunca se da explicación oficial al retraso. En esta novela, de la mano de la traductora Elsa Braumann, del coronel Bernal y del relojero Eduardo Beaufort, se aventura lo que ocurrió en esos interminables y dramáticos ocho minutos.”
¡No! No esperes que la novela transcurra durante ocho minutos en plan la famosa serie 24 horas, pasarán días y situaciones antes de llegar a ese momento decisivo de la trama —llamémosle el previo, el calentamiento—, para que a la hora de la verdad todo suceda con la debida tensión, pues ya conoces a los protagonistas y todo lo que está en juego —siempre, como corresponde a esta época de lucha, es la vida la que paga todo—.
La historia toma lugar el día en que —quizás— se hubiera podido evitar la Segunda Guerra Mundial, pero no, sabemos que sí pasó.
¿Es sobre la Guerra Mundial o no?
Período entreguerras, en España, durante el mandato de Franco, bajo censuras, hambrunas, dolor y miedo. Las miserias y sinsentidos militares del franquismo, esa dictadura férrea, hipócrita y “puritana” que sufrió España —y que le dejó una cicatriz en la historia— encuentra en La traductora una muy buena descripción.
Me erizaron los pelos las similitudes encontradas con otros contextos locales que hoy en día, de forma absurda, también sufren la escasez de comida, miseria humana, informantes, militarización, desaparecidos, censuras y otros chanchullos horripilantes, bajo falsas promesas de un bien común. Miren este parlamento de uno de los personajes de la novela, a ver si no tengo razón: “Hemos presenciado la muerte de todos los héroes. (…) Y ahora toca vivir tiempos oscuros, una época triste, dominada por hombres mediocres, ambiciosos y cobardes.” Punto en boca.
La traductora viene a “traducirnos” que la historia no debe ser olvidada, que hay errores que no deben repetirse.
La traductora llega en un momento en el que se han despertado en algunos círculos sociales del planeta ciertas organizaciones neonazis, fascistas, y no, eso no hace falta repetirlo, ¡por Dios o por quién sea, NO!
La traductora llega en vísperas de un aniversario de la fecha histórica que recrea, y recalca la importancia del arte en nuestras sociedades como elemento elevador, puente humano para construir mejores sociedades, o como hermosamente lo describe uno de sus personajes refiriéndose a la literatura en específico: “ (…) los libros representan un equipo de rescate.” Si yo tuviera una librería o una biblioteca, imprimiría esta frase y la colocaría dentro de un salvavidas a modo de marco, para que todo el mundo se la aprenda.
Otra sentencia menos feliz pero muy muy certera de la novela es: “Se empieza quemando libros y se acaba quemando gente.”, y es que en algún momento la protagonista se verá tratando de salvar los libros censurados para que no caigan en la hoguera de la ignorancia y la maldad. Moraleja, queridos niños y niñas, no confíen en un sistema que empieza a prohibir lecturas, porque ¿qué estás queriendo ocultar? ¿Cuál es el problema? Recordé ese relato de Nina Berberova El final de la biblioteca Turgéniev en el que una mujer también trataba de salvar los libros que podía de la censura nazi. Un capítulo doloroso, una cicatriz en la memoria histórica mundial. Confieso que se me aguaron los ojos en esta parte de la novela, pues me identifiqué con el hombre en la cárcel al que apartaron de sus libros, y con Elsa Braumann, la traductora; personaje con el que se logra simpatizar desde el principio.
También me encantaron las sugerencias fílmicas, literarias y musicales, fruto del conocimiento de los autores, que supieron reflejar tan bien la época con marcas, objetos, vestiduras y formas de decir, así como el contexto con apodos, dicharachos y maldiciones —algunos dan risa, la verdad—.
Hay un momento muy curioso en el que dos de los protagonistas escampan en el Café Gijón y ven a Enrique Jardiel Poncela sentado tomando notas, y a Camilo José Cela también, e, incluso, auguran que este último tendría problemas de censura.
¿Cuántas páginas tiene el libro?
Tiene unas 314 páginas, y un lector que prefiere textos más breves diría; “¡Ay!”, pero yo digo: calma, pueblo, que en este libro el lenguaje es claro, no fue escrito para lectores elitistas, con enredos de palabras que buscan colar la pelusa en la contrapelusa, todo lo contrario, aquí lo lírico, lo reflexivo, lo descriptivo y la acción están en dosis perfectas para que volemos página a página, como invitados a este viaje en el tiempo.
Escrito al estilo cinematográfico —tanto que hasta contiene onomatopeyas que funcionarían como efectos de sonido puestos en post producción—, las escenas se dividen con una estrellita que nos hace ir de una acción a la otra, eso sí, con pocos momentos de baja en la incertidumbre y en la intriga, para engancharte y para que te desesperes por saber en qué va a parar la pobre Elsa, su hermana, el coronel Bernal y demás personajes implicados.
¿Qué otros elementos destacarías?
La relación tan realista que tienen las dos hermanas, sus diálogos y sentimientos, tanto los compartidos como los encontrados: maravilla.
La mascarada en la que se desenvuelven todo el tiempo, ese desfile de caretas que ocultan otras caretas hasta que se muestran los rostros verdaderos en gestos de inusitada humanidad, dentro de una crisis bélica que se mueve entre espionajes y traiciones —¡No puedo hacer spoiler! Mein Kampf en esto de hacer reseñas—.
Como historia bien hilada, aquí los diálogos han de ser atendidos cuidadosamente, pues lo mismo se habla en códigos que se sueltan discursos de odio que son como escupitajos lanzados para arriba, y que terminan mojando la cara del que escupió.
No hay paz para la protagonista, ni siquiera en la última página la infeliz Elsa está tranquila, que, personalmente, es algo que no le deseo a nadie, pero que para los efectos de la literatura es una cosa bien recibida y entretiene; ver a los personajes sufrir y padecer, luchar y merecer ¡claro que entretiene!
Fascinante la escena obligatoria —sigo hablando como si se tratara de una película, pero créanme, la veo venir— en la que ella y él, que se balancean entre lo antagónico y el objeto del deseo, se encuentran. Nada que ver con Casablanca pero me vino a la mente, solo que el coronel Bernal sería más lindo que Humphrey Bogart y Elsa un poco menos hermosa que Ingrid Bergman —no lo digo yo, estoy respetando la descripción que hicieron los autores—.
Como en caja china, la traducción de un cuento de los hermanos Grimm que la protagonista tenía encargado llevar al español, sirve de puente y sugerencia para ciertas escenas, como un adorno curioso y prestado que embellece la novela.
¿Quiénes son José Gil Romero y Goretti Irisarri?
En su propia página web hay una muy buena y resumida presentación de los autores: un admirable matrimonio de trabajo y vida. Sirva pues, este “copia y pega” de su web como forma de acercarlos a este lado del hemisferio en el que de seguro serán muy bien recibidos, ¡y lo mejor! Sin espionajes ni intrigas raras:
José Gil Romero (Las Palmas de Gran Canaria, 1971) y Goretti Irisarri (Vigo, 1974) forman un tándem creativo desde hace más de veinte años. Comenzaron su colaboración creando un exitoso colectivo de cortometrajes, galardonados con más de cuarenta premios en diversos festivales, a lo que siguieron años de trabajo conjunto en el mundo del guión de cine, la ficción televisiva o la animación, donde desarrollan proyectos propios y ajenos; así mismo fundan con otros compañeros el colectivo La playa de Madrid donde realizan crítica de literatura y cine, además de ediciones experimentales. Tras ello deciden dar el paso a la novela.
Han publicado la trilogía de novelas TODOS LOS MUERTOS (Caen estrellas fugaces, El mecanismo de los secretos y La ciudad encerrada) así como la novela Ferox, bajo el pseudónimo de Olivia Sterling.
Por lo tanto, no ha de sorprendernos que el estilo narrativo de La traductora sea cinematográfico.
Aún no sabemos si HarperCollins Ibérica, los autores o los agentes literarios han conseguido llevar esta maravillosa novela al guión cinematográfico para mover los hilos y hacer una merecida película —o miniserie—, pero la veo venir, por mi madre que la veo venir, y cuando ese día llegue te diré “te lo dije” y la veré, por supuesto.
En mi mente Elsa Braumann es interpretada por una Raquel Meroño sin mucho retoque, el pelo más oscuro y sin su sonrisa perenne, y el coronel Bernal será Jordi Molla, pero igual, esa es mi imaginación y yo no soy ni director de casting ni nada de eso, yo soy el simple lector empedernido que todas las semanas viene a darles “un librazo” con la novela que más me haya impactado recientemente.