Termino de leerme Todos se van, después de pasar yo mismo revista y corroborar que varios de mis conocidos se han ido, ya sea a “ver los volcanes en Nicaragua”, a comer tacos en México, o no se sabe de ellos todavía porque andarán cruzando algún río bravo, o se ocupan presumiendo de hacer ángeles de nieve, o bien tragándose de un solo bocado todo lo que en años no pudieron ingerir, en fin. Termino de leerme Todos se van, novela que me tomó alrededor de cuatro horas devorar, porque no había forma de arrancarme de ella, a pesar de la parte dolorosa del gentilicio al que alude y sus retos; que encuentra identificación en ese diario-novela.
Termino de leerme Todos se van y descubro que la RAE ha aceptado varias palabras nuevas, y entre todas ellas me enamoro de dos expresiones: abracadabrante y annus horribilis. La primera se refiere a las cosas sorprendentes e increíbles, la segunda se refiere a un mal año. Todos se van es abracadabrante y habla de varios annus horribilis —tengo de tarea buscar el plural de eso en latín.
Termino de leer Todos se van, diez horas después de encontrarme en la calle con una amiga que esperaba la guagua para llegar a su casa, y me comentaba —con la cara sudada y la bolsa con unas viandas demasiado caras y un picadillo que “por suerte” obtuvo a sobreprecio—, de otro amigo que había venido de visita, porque ahora vive en Miami y sube fotos “encuerusas” y dicen que cobra por “esto” y por “aquello”, y yo, que amo la libertad, digo que lo aplaudo, que él tiene buen cuerpo y que aproveche, que nada es para siempre, según Luis Fonsi. Ella me dijo: “todo el mundo se está yendo”, ahora más que antes, “¿viste a fulana como ahora anda por España?” “Mengano se fue pa´ Rusia y Sustanejo dicen, yo no sé, pero dicen que desertó la misión y ahora vive en…“ Y en mi mente Pepe Brillo me decía: “mira tú qué casualidad, la novela que hoy leerás cuando termines con todas tus labores mundanas, va de eso”.
A mi amiga, que también dice Todos se van, le respondí que igual, algunos nos quedamos, quizás porque no tenemos cómo salir, o porque no hemos hecho, tal vez por no querer irnos, nada para lograrlo, o porque las raíces nos están creciendo, o porque los padres se están convirtiendo en nuestros hijos, o porque, sencillamente, y hablando en plata cubana, desmayaste esa talla porque esa jeva no está pa’ ti.
Vivimos en una neurosis constante, como los perros del experimento de Pavlov; se nos dan círculos para anunciar comida-premio, crece el hambre, luego otra figura para anunciar castigo-escarmiento, nos da miedo, y así nos volvemos neuróticos entre los premios y los palazos que recibimos, y, para quien se queda, solo los que se van parecen dueños de su destino. Es una masoquismo extraño esto de “quedarse”, es un cojín que tiene una aguja enterrada por algún lado, y uno se sienta y trata de que el pincho se quede por un costado y no alcance las posaderas, pero cojín al fin, el relleno se mueve y siempre, siempre, siempre, uno se pincha, grita y sangra.
El Todos se van es un drama que se vive minuto a minuto en nuestro país. Se van los artistas, los médicos, los amigos, los periodistas, los que parecían oficialistas, los que fueron catalogados como “gusanos” (que yo digo, gusano ya es una palabra obsoleta), se van las “ciberclarias”, se van los espías, se van los infelices y también los felices.
El año pasado mi primera novela Los árboles que querían volar, una historia para el público infanto-juvenil, fue censurada, y en un momento de la trama, dijo un personaje:
«(…) A veces salir volando es la opción más valiente. No se trata de darse por vencido, sino de aceptar la inutilidad de la batalla y aprovechar la única cosa sobre la que se tiene control, que es uno mismo. Es más valiente afrontar el reto de un nuevo camino lleno de desafíos y metas, la lucha contra lo desconocido, como lo han hecho todos los seres vivos desde tiempos inmemoriales, en busca de un mejor clima… »
Y he divagado y he expuesto de este modo antes de llegar a lo que debo decir sobre la novela, como mi forma particular de expresarles también la avalancha de cosas que me asaltaron antes, durante y después de leerla. No pasa con todo lo que uno lee, pero Wendy Guerra, la autora, con su estilo tajante, agridulce, tierno como la imagen de la pelota de un niño y duro como el pelotazo, con los poemas propios y ajenos que suele acomodar en la narración, la música y las situaciones que propone, me llega de un modo desgarrador. Y eso me gusta.
Todos se van es una novela breve e intensa, contada en forma de diario —lo cual la hace más fácil de leer, ya que a todos nos gusta el chisme— de una niña nacida en Cienfuegos que conoció las vejaciones del sistema que, a través de sus organizaciones sociales, la separó de su madre, una locutora de radio cuyo novio era sueco, o sea, extranjero, y eso en los paranoicos y hasta medio xenófobos años setenta era complicado. La niña era bastante feliz con ellos, pero constituía un problema idiota-ilógico, o sea, ideológico. En fin. Como las cosas en esta Isla si son lógicas no funcionan, la niña es entregada al padre, artista mediocre pero “oficialista” y doble cara, alcohólico, abusivo, golpeador, y como tantos casos que he conocido de machos de esa índole, se salía con la suya, hasta que un día por poco mata a golpes a la niña y ella, al fin, pasa a otro sitio, un hogar de acogida, y da tumbos y tumbos desde entonces, hasta regresar con su madre.
No hago spoiler al contar esto, hay que leer la novela para darse cuenta de que escribo en modo trailer-avance, ya que Todos se van es el diario, o se compone de trozos de los diarios de Nieve, esa niña, que siente culpa y desconcierto, que busca, aventurera como Indiana Jones en el Templo de la Perdición, asirse a la esperanza y sin perder la ternura, pero los años empiezan a abrirle la mente, y se va a La Habana, y entra en el complicado mundo del arte, y ve las otras caras de la vida, y empieza a despedirse de todos, en lo que el mundo, también, se despide de una era.
Todos se van es un título sencillo y genial, con el que Wendy Guerra parece proyectarse y contarnos cosas personales. Por momentos me parecía estar asistiendo a fragmentos de su propia vida, y esta, su primera novela, me hizo verla mejor que cuando la veía en la pantalla, cuando Guerra llevaba en Buenos días la sección infantil.
En su novela, la niña, que luego se hace mujer, de pronto es arrojada a la maldad de la vida real, al asco de los actos de repudio, tan ridículos, incongruentes y miserables, al mar turbio de los “artistas carnada”, esos que, a lo Fouché, juegan varias cartas para joder al otro y ganar, a la normalización de la vulgaridad y la injusticia contra el intelecto, capítulos tristes de nuestra historia, como la real censura a esa Premio Cervantes y gigante de las letras cubanas que fue Dulce María Loynaz. Todos se van despide a muchos personajes, pero recibe siempre a la memoria.
No solo es una novela realista y tajante, es deliciosamente iconoclasta, burlesca, ¡por Dios, es cubana! Tiene que burlarse del sinsentido, o al menos de los infortunios y la impotencia.
En Todos se van los mártires no son dioses, los héroes no son tan heroicos y la historia es más brete que otra cosa, porque es así, no nos hagamos los chivos con tontera.
Todos se van debe ser leída, porque sí, porque es otra visión, una que es real y necesaria, una que es personal, y de la cual te puedes nutrir porque, como el cuerpo, el espíritu necesita todo tipo de componentes nutritivos para elevarse. Eso sí, Todos se van puede doler, y en su totalidad agrada. No sé, como un bofetón en pleno acto sexual apasionado o como la aguja con la que el tatuador te complace.
Cuando el escritor Eduardo Mendoza, como único jurado del Premio de Novela Bruguera en el año 2006, emitió su juicio sobre esta obra, resumió: «Constituye un viaje instructivo y enriquecedor». Mucha razón lleva, pues la historia abarca desde 1970, cuando nace Nieve, hasta los noventas, en los que una parte de ella muere, y no solo habla de Cuba, habla del mundo, y también habla de cómo aquí adentro no se sabía casi nada, solo lo que querían que supiéramos, y dentro de ese hermetismo, Nieve encontró ventanas —no Windows como las que hay ahora— por las cuáles advirtió su condición de muñeca trajinada: «para siempre condenada a la inmovilidad».
Es una novela cruda que sabe moverse con sutileza, comicidad, ternura y picardía. Los capítulos son breves. Dice las cosas con una economía de lenguaje muy a tono con las ganas de decir que tiene la protagonista a la par de la imposibilidad que tenía de escribir, porque siempre le impedían decir la verdad, o al menos expresarse.
¿Por qué leer Todos se van? Ya lo he dicho, pero añado: Porque es otra cara de nuestra historia, porque está bien escrita, porque es una novela entrañable e inolvidable, porque está llena de chismecitos históricos, artísticos y porque se siente real, del mismo modo que nos sentamos a tragarnos los cuentos de la buena pipa, y las historias de fulanes y menganes que se fueron, o están, o se los fueron, o se los están… No sé, yo me he sumergido en ella, en la novela, y sigo empapado de su energía, no puedo evitar recomendarla —de esto va mi columna, ¿no? De que yo reciba un ”librazo” y lo reproduzca, de que yo sienta, piense y les sea sincero, y en estos tiempos de mascaradas por todas partes, que alguien nos diga su verdad, como Wendy en Todos se van y como yo en A Librazos, ya es casi un favor.
Para los que no sepan, Wendy Guerra…
Es sagitario, nacida en 1970, poeta y novelista, graduada de La Escuela Internacional de Cine y Televisión. Fue alumna de Gabriel García Márquez, lo cual marcó su vida.
En Cuba solo se han publicado tres libros suyos, dos poemarios: Platea oscura (Editorial Universidad de La Habana, 1987) y Cabeza rapada (Letras cubanas, 1996), y su novela Posar desnuda en La Habana. Diario apócrifo de Anaïs Nin (Letras cubanas, 2014).
Sin embargo, Guerra tiene un total de cinco novelas más que en Cuba no se han editado, sin contar las traducciones y demás poemarios que ha publicado con importantes sellos. Su obra puede encontrarse editada en español por Anagrama, Alfaguara, Bruguera, entre otros, hablo de sus novelas: Nunca fui primera dama, Negra, Domingo de Revolución, El mercenario que coleccionaba obras de arte y Todos se van, de la cual ya hablamos y que fue llevada al cine por el director colombiano Sergio Cabrera.
Al contrario de Nieve en Todos se van, Wendy sí pudo irse, y vive en Miami. Todo lo que me he leído de ella está buenísimo, me encanta su prosa y su lírica.
Espero que todos se vayan a leerla.
Los dejo con este “Librazo” y regreso la semana que viene con otra autora cubana, que este mes de marzo se los estoy dedicando a ellas.
EXCELENTE. GRACIAS. SALUDOS