He mencionado antes el amplio campo de significaciones metafóricas que se inspiran en el cuerpo humano. Muy de pasada, hice alusión a las que tienen relación con los fluidos que emanan de él. La escatología corporal, esa que se relaciona con la dimensión fisiológica humana, ha sido largamente estigmatizada en todas las culturas.
No obstante, a pesar del sitio marginal al que las lenguas los han desplazado, los restos, las secreciones, el detritus corporal de manera general, aportan un repertorio extenso de expresiones de amplio uso en el habla cotidiana. El español no es la excepción.
Uno de los elementos que ha florecido en mayor número de expresiones es el que tiene que ver tanto con la acción de defecar como con las heces. No es extraño, pues, que se establezcan comparaciones que tienden a maldecir, menospreciar, expresar mala suerte, o simplemente añadir un matiz peyorativo a alguna cosa, persona o acción. Sin embargo, como veremos, la imaginación “lengüística” popular puede llevarnos por caminos muy creativos.
Cagarse en algo, por ejemplo, ya es muy popular entre nosotros como forma de lamento. Son varias las expresiones que pueden acomodar la frase en un entorno particular, rural o urbano, formal o informal, más coloquial o más íntimo. “Me cago en Dios”, que también se puede escuchar como “me cago en dié”, parece un uso que quedó en el siglo XX, aunque aún se le pueda escuchar entre nuestros padres y abuelos. Hoy son, sin duda, mucho más populares el “me cago en la pinga” o el “me cago en to’”.
Pero en la acción de “cagar” encontramos muchísimas derivaciones con propósitos o direcciones de sentido bien diferentes. Estar “cagao de tiñosa”, implica tener mala fortuna; ser un “culicagao” es ser un niño, un menor de edad, persona sin la experiencia suficiente para lidiar con ciertos asuntos de adultos. Si decimos “no se caga donde se come”, indicamos que ciertos asuntos o situaciones no deben mezclarse; “se cagó la perra” es expresión de sorpresa o asombro ante un resultado o evento inesperado.
Cagarse puede significar tener mucho miedo en expresiones como “me cagué del susto”, pero también puede uno “cagarse de frío”. Si decimos que alguien “la cagó”, queremos significar que hizo algo mal o no cumplió con los resultados esperados: “le conseguí ese trabajo y al final la cagó”. De ahí que “tremenda cagá” signifique un gran error. “Ser cagao/cagá” puede significar también entre nosotros similitud, rasgos idénticos: “la niña es cagá a la madre”, “esos se pasan la vida borrachos, son cagaos uno al otro”. Sin embargo, ser “un cagao” es peyorativo; indica mala persona, traicionera, de baja calaña. Y una “cagazón” es desorden o suciedad general, literal o metafóricamente: “entraron con los pies enfangados y armaron tremenda cagazón”, “llegó una auditoría y se armó tremenda cagazón”.
En este mismo ámbito peyorativo o negativo tenemos otras alternativas relacionadas con las heces. Es el caso de “mojón”, “plasta” y “mierda”, que podemos encontrar solos o combinados en algunas frases. Idéntico significado negativo tienen las expresiones “ser un mojón”, “ser una plasta”, “ser un mierda” o “ser tremenda plasta de mierda”, las cuales señalan a una persona traicionera, que falta a su palabra o incumple una promesa, un deber, un mandato moral o sentimental.
Es curioso que todo esto funciona para personas y entidades no antropomórficas cuando las frases tienen una marca de género masculino. Pero si cambiamos al femenino, suelen caracterizar de forma negativa solamente a objetos o cosas abstractas: “esa obra es una mierda/una plasta/un mojón”, “la comida allí es tremenda mierda”, etc.
La mierda puede ser también un destino al que enviamos a quien no queremos: “vete pa la mierda”; o materia general sin calidad o poco digna de admirar: “aquí solo venden mierda”; sustituto nominal de algo que se desconoce o de lo que se ha olvidado el nombre: “alcánzame esa mierda”; calificativo despectivo: “el concierto fue una mierda”; mecanismo comparativo de igualdad: “allá o acá es la misma mierda”; asunto que debe permanecer en el olvido o acción desagradable, desleal: “no revuelvas la mierda”, “me hizo tremenda mierda”, “no me hagas esa mierda”.
También la palabra “mierda” ha alcanzado un valor interjectivo, muestra de su amplia ramificación en el habla popular: “¡Mierda!”, “¡Pa la mierda!”, “¡Qué mierda!”, “¡Manda mierda!”, son algunas de las más populares y útiles en cualquier conversación cotidiana.
Por último, la zona anal nos aporta otro campo relacionado con las flatulencias: el peo. Si alguien es demasiado fantasioso o le gusta ostentar o presumir más de lo que puede, pues decimos que “se quiere tirar el peo más alto que el culo”. “Ser un peo” hace referencia a niño o niña pequeños: “me gustaba bailar desde que era un peo”. “Peste-a-peo” o “come-peo”, aunque extrañas ya en el habla cotidiana, eran fórmulas muy socorridas para señalar a persona sin importancia, no ducha en ciertos saberes o esferas profesionales. Ambas han sido sustituidas gradualmente por el “comemierda”, que también implica persona tonta, ingenua, poco astuta.
De niño se usaba mucho un divertimento hecho con una hoja de papel al que llamábamos “tirapeo”, por el ruido particular que hacía al agitarlo. Y en mi natal Pinar se escuchaba decirle a alguien que era un “tirapeo”, para señalar que decía cosas sin base cierta o sin importancia. Peo es entre nosotros, también, estado de embriaguez, borrachera: “anoche cogí tremendo peo”, “dale una ducha a ver si se le pasa el peo”. Y puede significar, igualmente, susto o temor repentino: “la corriente del río nos arrastró y pasamos tremendo peo”. Ir “hecho un peo”, quiere decir que va a gran velocidad, y ser “un peo dentro de un saco” advierte sobre persona insignificante, cuyo criterio no se toma en cuenta: “lo que diga tu padre no cuenta, ese es un peo dentro de un saco”.
Menos productivos son los caminos por los que nos llevan otras excreciones como la orina, la saliva o el sudor. Decir que algo “sabe a meao” es marca muy peyorativa sobre la calidad del líquido que se ingiere; mientras que ser “el que más mea”, reconoce a persona sobresaliente en un asunto o con máximo poder de decisión. En el caso del sudor suele indicar dedicación o empeño para obtener un resultado o beneficio: ganarse algo “con el sudor de la frente”, “sudar” algo (trabajar por lograr un objetivo), aunque también es utilizado hoy para expresar desinterés en frases no tan cubanas como “me la suda”. Y si algo costó de conjunto “sangre, sudor y lágrimas” es porque el esfuerzo fue máximo.
“Comerse los mocos” es estar en la bobería, “ser un moco” caracteriza a persona muy pegadiza, “llorar a moco tendido” indica desconsuelo y “ser una bola de mocos” es resultante de estar acatarrado, especialmente los niños. Ser “un vómito (de perro)” señala a persona muy desagradable, insoportable al trato, densa, apática. En el caso de la saliva, la encontramos directamente en frases como “no gastes más saliva” (indicando que no se debe persistir en la argumentación de un asunto determinado) o a través de la acción de escupir. “No escupas para arriba”, nos advierte del peligro de criticar sin bases o sin atención a nuestros propios defectos; mientras que la resultante directa: “caerle la escupida en la cara”, señala a quien ha recibido una lección por criticar a otros.
Sin dudas tenemos aquí un campo muy rico y diverso de apropiaciones que completan el recorrido que hemos hecho por los aportes del cuerpo humano a la lengua que hablamos cotidianamente. No obstante, siempre encontramos rincones oscuros e intocados. Hacia uno de ellos volveré la mirada en la próxima entrega de estos “Apuntes sobre Lengüística”.