Algún día no muy lejano se escribirá la creativa historia del español de Cuba. Se contarán sus azarosos procesos de confluencia y transformación. También las vueltas que han dado muchas palabras para potencializar su capacidad de significado.
Le he dedicado espacio antes a algunos de esos términos nuestros que, aprovechando una significación inicial, comienzan a generar nuevas zonas de sentido. Aquellos que amplifican sus posibilidades de utilización en el habla cotidiana. En ese grupo de palabras multifacéticas tenemos necesariamente que incluir también los usos de “pegar”. No en su acepción de propinar un golpe, sino la que se refiere a la acción de unir dos superficies o dos objetos de manera que no exista espacio que los separe.
Evidentemente, la idea de la unión, de la aproximación, es muy rica. Nuestra comunicación cotidiana ha aprovechado de forma significativa esas potencialidades. Es muy común escuchar a alguien decir, al salir de su casa: “Voy a ver qué se me pega por ahí”. Una vez que regresa, quienes lo vieron partir le preguntan: “¿Se te pegó algo?”. Entre cubanos sabemos muy bien los códigos que operan en esta situación particular. Aquello que se puede “pegar” podría consistir en alimentos, productos de cualquier tipo e, incluso, una relación íntima.
En el ámbito de la cocina también tiene varios usos el “pegar”. A quien no domina aun las artes culinarias, pues es muy posible que se le “peguen” los frijoles, el arroz, o un huevo a la sartén. En ese caso “pegar” sustituye a “quemar” o a “pasarse” del tiempo de cocción. Sin embargo, cuando hablamos del acto de comer, darse una “pega” significa comer abundante y desmesuradamente: “me di tremenda pega de harina”. Llegar sin previo aviso a casa ajena para el almuerzo o la cena, o quedarse simplemente a comer cuando no estaba en los planes, es “pegar la gorra”.
Por otro lado, por lo general, ser un “pegao” describe a una persona que se hace molesta o incómoda por su presencia no solicitada o, como decimos en cubano: porque “se invita solo”. Quien aparece cada día a la hora de la comida, es un “pegao”; quien se suma a un grupo para un viaje o salida sin ser invitado, es un “pegao”; quien importuna constantemente con un asunto molesto o con su sola presencia, es un “pegao”; y así sucesivamente.
Quizás por ello encontramos en nuestra comunicación diaria una gran cantidad de expresiones en las que la noción de “pegar” adquiere un matiz negativo o peyorativo, en el sentido que intenta regular conductas que tienen que ver con la demasiada cercanía, con la presencia no solicitada o con la insistencia en un asunto que no nos resulta agradable.
De ahí parecen derivarse, por ejemplo, las variantes “pegoste”, “pegazón” y “pegadera”, generalmente empleadas en expresiones restrictivas: “Compadre, deja el pegoste”, “esos dos siempre tienen tremendo pegoste” (dicho de una pareja demasiado efusiva en el contacto corporal), “qué mal me cae la pegazón esta en la guagua”, “este sudor me da una pegazón”, “Fulano, ¿cuál es la pegadera? Échate pa allá” … Especialmente en el transporte público es muy común escuchar este tipo de expresiones. Otra, usualmente advierte a alguien del sexo masculino de estar aproximando demasiado su miembro viril a otra persona: “Consorte, me estás pegando el mandao”.
En esa misma línea, el “pegar”, la acción de unir, aproximar o situar en relación de vecindad puede conducir a algo no deseado o contraproducente: bien una conducta negativa que no deseamos adquirir o que otro adquiera (“no andes más con Fulano que te pega los vicios”), una atmósfera o estado que no consideramos sano o adecuado (“no voy a esa casa que se me pega lo malo”), un olor o aroma que queremos evitar (“si no me echo desodorante se me pega la peste a grajo”), piezas de ropa o colores que no combinan (“esa blusa no te pega con la saya”, “el rojo no pega con el verde”), actitudes que no se corresponden con cierta persona (“ser un payaso no te pega”), personas que no hacen buena pareja (“los dos son muy diferentes, no pegan”), entre otras.
Es muy común que en la isla muchos de esos usos se condensen en frases contundentes o, como se dice popularmente: “cerradoras”. Con el “pegar” tenemos una verdadera joya que se ha extendido muchísimo en el uso en las últimas décadas. Si alguien invade nuestra privacidad, si nos molesta demasiado con un asunto, si se sobrepasa de la confianza que le hemos dado, si se inmiscuye en nuestra conversación sin permiso, si quiere demostrar ante otros una cercanía y un apego que no le hemos dado, si –de manera general– excede un límite que parece no haber notado, pues llamamos a esa persona “a capítulo”: “baila pero no te pegues”.
No obstante, todo no es negativo cuando se trata de la “pegadera” cubana. Es muy popular también entre nosotros un “pegar” que es sinónimo de éxito, de triunfo. De una canción que todos cantan y que se reproduce continuamente, de manera oficial o extraoficial, pues decimos de ella que “está pegá”. Igualmente, del artista podemos decir que está “pegao” si atraviesa un momento de popularidad y reconocimiento. Incluso, se usa la expresión “pegar un tema” como una suerte de boleto para alcanzar la fama.
Existen en este caso otras variantes. Una canción no tiene que estar “pegada” para ser “pegajosa”. Un tema pegajoso es aquel que posee un fragmento, una cadencia rítmica o algún elemento de su estructura que hace que se quede grabada en el subconsciente de quien la escucha. Por lo general, lo pegajoso alude a un estribillo, a algún tipo de aliteración o un fragmento de la canción que sintoniza muy bien con algún fenómeno de la realidad, con una imagen de la vida cotidiana.
El pegar también puede exceder la norma de lo que se junta y une. Se refiere entre nosotros a un agrupamiento numeroso. Para ello hemos inventado una derivación muy cubana: “pegueta”. Si un equipo o persona gana varios juegos seguidos, pues los ganó “de pegueta”. ¿Un amigo comió mucho?: “se jamó tres panes de pegueta”. ¿Varios días de fiesta?: “tres noches de pegueta en los carnavales”. ¿Cuidando a un enfermo?: “dos semanas de pegueta en el hospital” …
Y no puedo concluir sin mencionar la forma más cubana del pegar y del pegarse. Aquella que es expresión rotunda y enaltecida, cuando parece que no queda otra salida al juego, cuando los contrincantes se miran con desconfianza contando las fichas restantes en cada mano… Ese momento soberano en que cerramos el dominó y exhibiendo un catastrófico doble nueve, decimos a todo pulmón: “¡Me pegué!”