He insistido en varias ocasiones en el carácter maravilloso de las transformaciones que puede sufrir una palabra a partir de circunstancias muy específicas del contexto social y cultural, las dinámicas de contacto entre grupos que tienden a la conservación y normativización de ciertos usos lingüísticos, frente a otros que subvierten creativamente esas normas y comportamientos estandarizados del “buen decir”.
Más que las palabras, entonces, lo que suele estirarse y amplificarse en esa pugna, son sus horizontes semánticos, al punto de que algunos de los nuevos significados pueden desviarse considerablemente del original. Es el caso, por ejemplo, de las derivaciones que ha alcanzado en nuestra variante del español la familia de pelo-pelar-pelado. El antiguo latín “pilus” (pelo) y la forma verbal correspondiente “pilare” (sacar el pelo) todavía se conservan sin la modificación histórica el verbo “depilar” o la palabra “capilar”.
Poco a poco “pelar” se enriqueció para significar, además de quitar o cortar el pelo, retirar la piel de los animales o la cáscara de las frutas y troncos. La forma de participio: “pelado”, suele expresar, entonces, que algo carece de lo que naturalmente lo cubre, rodea o adorna. Algunos de nuestros usos de “pelar” y “pelado” se mantienen cerca de esas significaciones. Sin embargo, otros toman nuevas e imaginativas rutas.
En esa familia podemos colocar a palabras derivadas de “pelo” que han adquirido un matiz particular entre nosotros. Dos de ellas expresan la noción de cabello abundante, bien en la cabeza o en otras zonas del cuerpo: “pelambrera” y “pelera”. Ambas tienen un cierto sentido peyorativo (“¿por qué no te quitas la pelera esa?”), aunque no en el grado de la palabra “pelandruja”, referida despectivamente a mujer que orbita alrededor de un hombre comprometido (“seguro andabas por ahí con cualquier pelandruja”, “te vas con la primera pelandruja que se te pare delante”, etc.). “Pelón” es, tanto aquel que carece o ha perdido el pelo (“Fulano se ha quedado pelón”) como superlativo de buen pelo (“tremendo pelón negro que tiene”), y “La Pelona” es la muerte, que oculta su calvicie bajo un manto negro.
Muchas frases nuestras se han organizado alrededor de la idea del pelo. Si alguien sufre una golpiza o simplemente recibe un regaño severo, se dice que “lo pelaron al moñito”; si se logra un objetivo en última instancia o con gran sacrificio, se dice que fue “por los pelos” (“aprobó el examen por los pelos”, “se salvó del accidente por los pelos”, y también por “un pelito”, o por “un pelín”), aunque la fórmula funciona igualmente para un asunto o tema que se trae a la conversación de manera forzada (“sacó el tema por los pelos”). También se puede montar un caballo “a pelo” o “al pelo” (sin montura), fórmula que se ha extendido para significar el acometimiento de una empresa sin ningún recurso (“nos fuimos pa la playa al pelo” –sin comida, sin bebidas, sin dinero-). Más cubanizada que “al pelo” escuchamos también por ahí “al pelete”, con este mismo propósito y otros usos que expresan, por lo general, nociones como la pureza de un elemento (“nos bajamos el ron al pelete” –sin mezclar-) o circunstancias azarosas (“vamo´ al pelete pa´ allá”). Muy conocidas son las frases “cuando la rana críe pelos” (para referirse a algo improbable o cuya resolución se dilatará en el tiempo) y decir de alguien o de algo que es “duro/a de pelar”. Referida a situación (“esto está duro de pelar”) suele marcar aspereza, dificultad, incomodidad: “hacer un viaje tan largo en este asiento está duro de pelar”. Dicho de persona, es marca de intransigencia, tozudez, empeño…
En los usos de “pelado” es regla, prácticamente en cualquier situación comunicativa, el uso de formas apocopadas: pelao, pelá. Esa pérdida de sonidos, como ya hemos visto en otros muchos casos, tiene a la intensificación semiótica de aquello que se desea significar. Difícilmente escuchemos decir que estaban llamando a alguien “a grito pelado”. Ese grito, duro y enérgico, es “pelao”. Ese sentido de la palabra, que puede ser sustituido indistintamente por “limpio”, tiende a marcar nociones como la de hacer algo utilizando un único medio o aquello que está desprovisto de protección (“cogió la pelota/el caldero a mano pelá”). También carece de cobertura protectora y representa peligro un “cable pelao”.
Otros usos de “pelado/a” se desarrollan alrededor de la idea de desgaste, quemadura o abrasamiento de la piel: “me caí de la bicicleta y me hice tremendo pelao”. También pueden pelarse la unión de los glúteos o los muslos por demasiada fricción: “he caminado tanto que estoy to´ pelao”. Puede, igualmente, hacer un frío “que pela” (intenso), de los que dejan los labios “pelaos”. Y un poco más distante, aunque relacionada, está la noción de lo que pasa quemando o arrasando por su rapidez: “esa moto va que pela”, “este muchacho corre que se las pela cuando hay helado”.
No faltan en nuestra variante del español aquellos usos que tienen una marcada connotación sexual y que han ido a parar a célebres estribillos como el de “A María le gusta la piña pelá”. Uno de los más comunes es la referencia a relaciones sexuales desprotegidas (“meterla pelá”), así como marcar que se ha tenido un coito muy intenso cuyas marcas son visibles en los genitales (“me la dejó pelá”, “me lo peló”). Curiosamente la frase “me la tienes pelá”, desarrolló un uso que se distancia hasta cierto punto de la referencia sexual o corporal. “Me la tienes pelá” (y sin derecho a peluca, agregan algunos) es señalización de hartazgo, de cansancio: “no hables más de eso, que me la tienes pelá”. Recuerdo que, al menos en Pinar del Río, se usaba en mi adolescencia una variante de esa fórmula: “me la pela”. Viéndola desde la distancia, creo que le comunica un carácter más permanente e invariable a la inconformidad, que puede ser con un asunto, tema o persona: “esa canción me la pela”, “Fulano me la pela con sus historias”.
Por último, y no por ello menos interesante, tenemos la zona significativa de “pelado” relacionada con la carencia, con la pérdida. Una manera muy común de referirse a la circunstancia en que se ha perdido o gastado todo el dinero es “me quedé pelao”. Si es otro quien gastó el nuestro pues “me dejaron pelao” o “me pelaron”, frases ambas que pueden funcionar en caso de robo o golpiza. Quedarse “pelao” no implica solamente perder dinero, sino que puede referirse a bienes en general: “me robaron en la casa y me dejaron pelao”. Referida a un sitio, la idea de “pelao” implica o ausencia de personas, o ausencia de cosas: “fuimos al concierto, pero aquello estaba pelao”, “pasamos por el agro y estaba pelao”. Si se desea magnificar ese vacío o ausencia se usa el derivado, muy nuestro, de “peladera”: “vámonos que aquí lo que hay es tremenda peladera” (o sea, que abunda la nada).
El cierre de esta deriva me lo aportó mi hijo hace unos días. Al preguntarle si quería un huevito para acompañar el arroz, me dijo: “No, papi. Dame arroz pelao”.
¿Divulgación lingüística pudiera ser un buen término para este tipo de textos, profesionales y asequibles? Muy buenos.
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