La antigua polémica entre el ser y el parecer ha tenido en el cuerpo humano un interesante emplazamiento. Muchas frases se acumulan alrededor de la dicotomía entre lo que el cuerpo oculta bajo la piel y lo que puede mostrar a los ojos de los demás: “eso lo dice de la boca pa’ afuera”, “en el fondo es buena gente”, “la procesión va por dentro”, “parece malo pero por dentro es una bella persona”, y así sucesivamente.
Lo cierto es que existe una dimensión interior de lo corporal que no se queda atrás cuando de aportar metáforas a la expresión cotidiana se trata. Y no me refiero solamente a órganos, sino también a fluidos, como la sangre, las lágrimas, el sudor… Pero, tal y como hicimos en las entregas anteriores, propongo ir por partes en esta radiografía “lengüística” del cuerpo.
Al inaugurar esta serie, hacía notar cuán productiva ha sido la cabeza en el aporte de variantes diversas y giros de la lengua. Muchas de esas fórmulas tienen relación directa no tanto con la estructura y la posición que ocupa en el cuerpo, sino con el hecho de albergar el órgano más importante: el cerebro, centro al que se remiten el pensamiento, la racionalidad, la coordinación, el comportamiento, la comprensión, entre otras funciones vitales para la vida.
Ser “un cerebro”, por ejemplo, es elogio que destaca una inteligencia superior a la norma común; y en variante burlesca, “cerebrito” es apodo para quien se dedica con fervor al estudio de cualquier rama del conocimiento o la actividad humana.
Sin embargo, al pasar del indeterminado “un” al determinante “el”, esa noción de la inteligencia y la racionalidad se relaciona con una actividad, suceso o acción concreta. Ser “el cerebro” de algo es liderar un grupo u organización hacia el cumplimiento de un objetivo.
Resulta interesante cómo, en un evidente proceso de animalización, se asocia el cerebro con el menos evolucionado “seso” en frases como “no tener seso” (ser ignorante, pero también descuidado, poco atento, imprudente), o “volarse la tapa de los sesos” (suicidarse con un disparo en la cabeza).
Hoy día, resulta muy frecuente escuchar una frase curiosa: “me partiste” o “me vas a partir el cerebro”, indicadora de una acción o actitud de nuestro interlocutor que no se comprende.
Moviéndonos hacia el centro del pecho encontramos otro órgano muy importante: el corazón. El motor impulsor de la sangre es asociado generalmente con la pasión y los sentimientos, sitio donde se depositan el amor y la fe. De ahí que suela estar presente en construcciones relacionadas con estados sentimentales como “no tener corazón” (ser insensible, indiferente, pero también carecer de voluntad para hacer algo: no tengo corazón para botar a ese animalito), “romperle el corazón” a alguien (tener un desencuentro afectivo u ruptura amorosa), “ponerle corazón” a algo (empeñarse, persistir), hablar “con el corazón en la mano” (sinceramente), cantar “con el corazón” (de forma orgánica, sentimental). Una variante en negativo es “descorazonado”, para quien sufre mal de amores.
En la parte posterior del pecho tenemos a los pulmones, asociados a la respiración y, por ende, al esfuerzo y el ritmo vital: hacer algo “a pulmón” indica que no se tiene más recurso que la voluntad propia; “soltar/largar los pulmones” es dejar el aliento en el cumplimiento de una labor; y si hace mucho frío decimos que “parte el pulmón”.
Menos pasional y más visceral es el hígado: “recomerse el hígado” es procesar con dificultad y, por lo general, calladamente, un suceso o situación poco agradable; “tener hígado” es la capacidad para soportar lo insoportable (sea referido a conducta o persona), mientras que no tenerlo indica la carencia de esa virtud (“yo no tengo hígado para…”); y, por último, ser “un hígado” es condición que se le atribuye a quien es muy fastidioso.
Un costado muy familiar a este es puesto de relieve por el estómago, cuya capacidad de digerir es elevada a través del uso metafórico: tener o no tener estómago señala aptitud o falta de ella, respectivamente, para digerir un asunto, tema, situación o persona con la que se está lidiando. Puede, incluso, referirse a la capacidad de establecer un vínculo afectivo, amoroso o sexual con alguien: “hay que tener estómago pa’ comerse eso”, por ejemplo, no es frase referida a comida, sino a una persona muy poco agraciada.
El área abdominal y sus órganos también establecen un enlace metonímico con las vísceras animales y, en Cuba, en especial con la gandinga y el bofe: “largar la gandinga” es reírse mucho de algo, mientras que “tener gandinga” o “qué gandinga” tienen un uso similar al de “tener estómago” o “tener hígado”. Por otra parte, “ser un bofe” es ser pesado, fastidioso; y “largar el bofe” es sofocarse por un esfuerzo físico significativo.
Un poco más abajo encontramos el intestino, que popularmente nombramos como “tripas”: “largar las tripas” es equivalente a “largar la gandinga”, mientras que “hacer de tripas corazón” indica esfuerzo significativo para alcanzar un propósito a pesar de condiciones poco deseables o que produzcan rechazo.
Muy valiosos son otros órganos menores que sin embargo son esenciales para el funcionamiento del cuerpo. Si algo nos cuesta mucho dinero decimos que nos “costó un riñón” (al igual que “un ojo de la cara” o un “huevo”).
Especial connotación adquieren en muchas culturas los órganos relacionados con la reproducción, los cuales suelen estar asociados a la fuerza de voluntad o la entereza de la persona. Así, “me sale de los ovarios” o “me sale de los cojones”, indica resolución definitiva e inexcusable para realizar una acción o defender un argumento. Mientras que, “tener (tremendos/un par de) ovarios” o “tener (tremendos, un par de) cojones”, es señal de valor y arrojo. “Ser un huevón”, sin embargo, es sinónimo, indistintamente y según el contexto comunicativo, de holgazanería, bravuconería o inmadurez. Sin embargo, “ser un(a) cojonú(o/a) o una papayúa” destaca en hombre o mujer un gran coraje, máxima resolución o entrega al cumplimiento de un objetivo.
No podemos dejar de mencionar, en última instancia, los giros relacionados con sistemas como el circulatorio o el nervioso, además de los fluidos que generan. Variadas son las apropiaciones que se relacionan, por ejemplo, con las venas: “no tener sangre en las venas” (ser indiferente, poco apasionado, poco expresivo), “encenderse las venas/la sangre” (alterarse por alguna cuestión o desencuentro), “querer cortarse las venas” (desesperación, falta de paciencia), ser “venático” (tener un humor variable, impredecible).
El de los nervios es quizá el caso más significativo de un órgano del cuerpo que ha pasado a significar un estado o condición emocional que ya resultan perfectamente usuales para el habla cotidiana: “está nervioso”, “qué nervios”, estar “mal de los nervios”, “no tengo nervios para eso”, etc.
Son ricos y variados además los caminos de fluidos como la sangre, líquido portador de la vida y vínculo que pasa de un miembro a otro de la familia, de la natural y de la adquirida. “Esa es tu sangre”, nos recuerda con insistencia a quien integra el núcleo familiar cercano, y como saludo “¡mi sangre!” señala fraternidad, cercanía, amistad. Hacer algo “a sangre fría” implica dejar fuera todo escrúpulo o compasión, desde un asesinato hasta curar una herida; y si nuestra madre nos decía “aquí va a correr la sangre hoy” es porque la solución a un problema sería extrema.
Fuera del cuerpo fluye el sudor, vinculado al esfuerzo físico, de ahí que suela indicar dedicación o empeño: ganarse algo “con el sudor de la frente”, “sudar” algo (trabajar por lograr un objetivo), aunque también es utilizado hoy para expresar desinterés en frases como “me la suda”. Y si algo costó de conjunto “sangre, sudor y lágrimas” es porque el esfuerzo fue máximo.
Nos van quedando las excrecencias menos agradables: los mocos y las heces (la mierda). “Comerse los mocos” es estar en la bobería, “ser un moco” caracteriza a persona muy pegadiza, “llorar a moco tendido” indica desconsuelo y “ser una bola de mocos” es resultante de estar acatarrado, especialmente los niños.
En la zona de salida del cuerpo nos encontramos con el desperdicio último, con el desecho, aquello que literal y metafóricamente saca lo peor del cuerpo. Quizá por eso casi siempre tienen matiz negativo las frases asociadas a las heces: “vete a la mierda”, “esto es una mierda”, “aquí solo venden mierda”, “el concierto fue una mierda”… Como interjección, apelar a las heces puede ser un recurso expresivo mediante el cual el interlocutor se ahorra estructuras linguísticas más elaboradas. Por ejemplo, se me ha terminado el espacio para seguir escribiendo por hoy y no me queda otra cosa que decir: ¡Mierda!