Ya que mencionamos las extremidades, no olvidemos que desde una punta hasta la otra, la región que va del hombro al codo, y de ahí a la mano brazo mediante constituye una de las zonas del cuerpo que más nos facilita expresiones: tener, por ejemplo, “un hombro donde llorar”, es signo de quien se presta de paño de lágrimas; se puede, igualmente, llevar todo el peso de algo (la casa, una relación, la crianza de los hijos, etcétera) “sobre los hombros” y es señal de esfuerzo solitario, de sacrificio; y si de una situación o contexto se dice que está “a manga por hombro”, es que no existe orden ni concierto, lo que se llama “un relajo”. El brazo es signo de fuerza: “no dar el brazo a torcer” es señal de quien persiste en su argumento o razón, mientras que “luchar a brazo partido” es batirse con encono y entrega visible en el cumplimiento de una acción o tarea. Asimismo, es seña de avaricia o cicatería decir de una persona que “camina con los codos”.
¡Nos fuimos de boca! Caminos de ida y vuelta entre el cuerpo y la lengua (I)
Particularmente productiva en cuanto a frases es la mano y sus miembros: los dedos y las uñas. “Meter mano”, por ejemplo, puede significar entre nosotros varias cosas: hacer algo, comenzar una labor, establecer una relación sexual o amorosa; sin embargo, “meter las manos”, puede referirse a robar o, por otro lado, entrometerse, inmiscuirse en un asunto. Si se puede tener un encuentro “cara a cara”, también es posible un debate “mano a mano”. Si se quiere tener magnitud real de un problema o situación hay que “ir y tocarlo con la mano”, gesto que metafórico que implica valorar en la realidad concreta. Se visitaba antes a los padres de la prometida para “pedir la mano” en matrimonio. Se compra una “mano de plátanos” y a quien callamos con argumentos sólidos en una discusión le damos “una galleta sin mano”. Un exceso, una mala contesta, se corrigen con “se te fue la mano” y a quien necesita de ayuda, podemos “echarle una mano”, aunque “echar mano” de algo también significa robar, apropiarse indebidamente de un bien, o hacer uso azaroso de algo. Finalmente, si una discusión toma el camino de la fuerza bruta, se dice que los contendientes “se fueron a las manos”.
El dedo, por otra parte, ha ganado una peculiar relevancia en los últimos años. Era usual encontrarlo como variante de medida para líquidos en “échame un dedo de agua”, y también para mensurar capacidad intelectual en fórmulas como “cualquiera con dos dedos de frente lo sabe”. Los más viejos solían usar una frase jocosa para lo que se ajustaba perfectamente a una situación o a una talla de ropa: “como dedo en culo”.
No obstante, hoy el dedo es símbolo recurrente de insistencia, de molestia, de encono: cuando se reclama bajo el argumento de “quítame el deo”, se señala a quien persiste en marcarnos negativamente. De ese alguien decimos que “nos tiene el deo puesto”. A quien es muy confianzudo, además, no podemos “darle ni un dedo”.
Llegando al otro extremo del brazo nos encontramos con las uñas, imagen bien de fiereza, bien de última instancia. Se puede defender una causa o espacio “con uñas y dientes” y, si no se nos satisface un deseo o necesidad, pues “nos la dejan en la uña”.
Dejando atrás las extremidades superiores llegamos al torso. ¿Quién no ha oído frase como “a lo hecho, pecho” o “meterle el pecho a la situación”? El pecho es parte del cuerpo que se adelanta, que se pone al frente, que nos representa, pero también el sitio donde guardamos el afecto y el amor. Así, podemos tomarnos algo “muy a pecho” si exageramos o sobredimensionamos un conflicto o problema; o estar “despechados” por un fracaso amoroso. Actuar con “despecho” o a causa de él, es comportamiento rencoroso y señal de quien no olvida. Las madres dan el pecho a sus hijos (lactancia) y si hacemos algo a pura voluntad y entrega, o sin los medios necesarios, pues lo hacemos “a pecho”.
Más hacia abajo, nos encontramos con nuestro ombligo, que puede pecar de querer ser “el ombligo del mundo”. Y muy cerca de él la cadera, que le recuerda a nuestros padres cómo “meter en cintura” al descarriado.
Girando 180 grados nos encontramos con una fuente generosa de metáforas: el trasero, el nalgatorio, el culo. Ser un “pesteaculo”, digamos, significa indistintamente ser muy pequeño y no tener edad para opinar en cuestiones de adultos, no ser idóneo en la realización de una tarea, o ser una persona sin importancia. Un estado menos temporal pero sí muy definitorio se encierra en “ser un culo”, que define a la persona como mala, infiel, traicionera, baja, etcétera. Irse o caerse de culo puede ser dirección de movimiento, pero también persistir en un argumento, obstinarse en un criterio o conducta: “se cae de culo diciendo que no lo hizo”. Si se nos pide que movamos el culo, ello puede indicar o bien que nos demos prisa o que nos corramos a un lado si estuviéramos sentados.
Frases muy socorridas son “cada quien hace de su culo un tambor”, en defensa del libre albedrío; “con qué culo se sienta la cucaracha”, para quien carece de los medios para alcanzar una meta; “meterse la lengua en el culo” o donde no le dé el sol, si han sido derrotados bochornosamente los propios argumentos; o “cogerse el culo con la puerta”, cuando surge un resultado o situación contraria a la esperada. Hoy además es usual escuchar como medida de tiempo no medible las “horas/nalga”, indicativas de quien ha tenido que invertir tiempo en el estudio, la investigación o la consecución de una empresa intelectual.
Llegando la extremidad inferior es hora de “poner rodilla en tierra”, afianzarnos en la posición y continuar viaje cuerpo abajo. Otra señal de seguridad en la posición consiste en pedir algo “de rodillas”, que en caso de casamiento indica devoción, pero en situaciones conflictivas supone súplica.
Muy creativas son algunas soluciones para los pies, y su alternativa léxica popular: las patas. “Meter el pie”, cuando pie es sustituible por “pata”, indica que se ha cometido un error; pero en el caso de que no sea homologable, “meter el pie” es indicador de quien intenta forzar algo a su favor u obtener un beneficio antes que otros mediante el uso de la fuerza. “Echar un pie” es correr; “dar pie” indica que el agua no nos cubre totalmente el cuerpo; “sacar el pie”, es dejar tranquilo a alguien u olvidar una situación; “ser alguien de-a-pie”, significa condición humilde, común y corriente; “a pie juntillas” es sentido literal; mientras que “darle a la pata”, es caminar mucho; “estirar la pata” equivale a morir, y “darle pierna” a algo es invitación a dejar un asunto o conminarnos a abandonar un lugar.
Y tal parece que nuestro recorrido termina, pero solamente hemos explorado la superficie, aquello que está cubierto de “pellejo” (curiosa asimilación animalista para la piel que, en los años 90, tuvo significaciones escabrosas). Les propongo dejar para la próxima entrega ese rico universo interior en el que se mezclan órganos y fluidos corporales. No seamos como Moscú y creamos en las lágrimas, a ver qué nos dicen.