Frente al mar, al este de La Habana, está el poblado de Cojímar. La localidad, célebre por su relación con el escritor estadounidense Ernest Hemingway, es una de las más pintorescas de la capital cubana, aunque como toda Cuba muestra las duras huellas del tiempo y la crisis.
Sus orígenes como asentamiento se remontan a los tiempos de la colonia, o quizá incluso más allá. Aborígenes y colonizadores confluyeron en la zona, aunque fue en el siglo XVII, tras la edificación del todavía emblemático torreón, que comenzó a ganar cuerpo lo que es hoy Cojímar.
El humilde pueblo de pescadores, que nunca ha dejado de ser, ganó prominencia histórica durante la invasión inglesa a La Habana, de cuyo enfrentamiento por criollos y españoles fue testigo. Luego, en el siglo XIX, vivió un despertar urbanístico convertido en balneario y lugar de veraneo para las familias más pudientes.
Hoteles, casas de recreo, clubes, restaurantes y otras instalaciones se integran al paisaje marino de Cojímar entre las décadas finales de la colonia y las primeras de la República, y le dan una vida animada a la localidad. Por demás, el poblado se convierte en el punto de entrada y salida del cable submarino del telégrafo entre Cuba y Cayo Hueso, operado por Western Union.
El nombre de Ernest Hemingway está ligado indisolublemente a Cojímar. A su atmósfera marina y su gente se aficionó el luego Premio Nobel de Literatura, parroquiano habitual del restaurante “La Terraza”, quien encontró en el poblado la inspiración para su obra más famosa: “El viejo y el mar”.
“Papa” Hemingway, en cuyo homenaje se levantan en Cojímar una glorieta y un busto —frente al mar y al torreón— forjó en esa localidad su afición por la pesca y una legendaria amistad con el pescador Gregorio Fuentes, al que convirtió en capitán de su yate “Pilar” y quien narró al novelista la historia de otro experimentado pescador, que luego se convertiría en la trama del libro.
Décadas después, Cojímar ya no es el mismo pueblo que conoció Hemingway. Tampoco el balneario de familias adineradas. Muchas de las construcciones de antaño están en ruinas o sobreviven a duras penas, y otras nuevas se han ido sumando con los años, humildes u opulentas.
En pleno 2025, Cojímar sigue siendo un entrañable poblado de pescadores y gente apacible. Un sitio tranquilo, alejado del bullicio y el trasiego citadino, con playas y áreas verdes donde también se acumula la basura, botes que salen en busca de alimento o reposan en la desembocadura del río, y con personas que, a pesar de todo, se resisten a separarse del olor y la vista del mar.
Así lo encontró días atrás nuestro corresponsal Otmaro Rodríguez y nos lo muestra este domingo en otro de sus recorridos fotográficos por la capital cubana.













