“Nosotros no cruzamos la frontera, la frontera nos cruzó a nosotros”. Lo dice Dylan Corbett, director ejecutivo del Hope Border Institute, una organización religiosa dedicada a promover el desarrollo de las comunidades en la frontera entre México y Estados Unidos.
Su frase es común en la zona; reflejo de cómo las fronteras políticas se trazan a destajo de la realidad cultural, social y hasta biológica de los territorios. La línea delimitada con una barrera física tan imponente lleva décadas impactando profundamente la vida en estas comunidades, de un lado y el otro.
Corbett acogió en su sede a periodistas de diversos medios y países que recorrimos la frontera. El encuentro fue en El Paso, Texas, la ciudad fronteriza separada de Ciudad Juárez por un puente, un río y la inexorable valla metálica. Aquí lo latino fluye con tanta fuerza y naturalidad, que es difícil creer que se pisa territorio estadounidense.
El Paso, el nombre justo
Estamos en un salón cuyas paredes están decoradas solo con una imagen de la Virgen de Guadalupe, reverenciada como la “Reina de México” y la “Emperatriz de América”. Alrededor de la imagen, adornan las paredes dibujos infantiles de niñas y niños que han pasado por este albergue transitorio para migrantes.
Corbett está sentado cerca. De camisa azul y corbata, jeans y botas texanas, habla con pausas su español fluido. Es todo un pedagogo. Después de la bienvenida y de contar cómo por más de diez años la institución que lidera ha propuesto e implementado soluciones basadas en la dignidad humana y el bien común, mientras propicia el contacto entre comunidades de ambos lados, inicia su exposición de manera contundente: “En esta región ha habido gente migrando desde hace siglos. El Paso tiene su nombre a partir de la experiencia migratoria”.
Además de su trabajo en HOPE, Corbett coordina la Sección de Migrantes y Refugiados del Vaticano en México, América Central y el Caribe. Su experiencia le permite explayarse en clave histórica, la mejor manera de entender el fenómeno.
El Paso se fundó en el Camino Real —destacó Corbett—, una ruta importante que conectaba Nuevo México con Ciudad de México hace más de un siglo. “Así es como adquiere su identidad, profundamente ligada al comercio y la migración”, explicó.
El experto profundizó en que, con la independencia de México en 1821, El Paso integró el nuevo país. Sin embargo, pocos años después la República de Texas se separó de México (que reconoció la independencia texana en 1836) y, en 1945, el territorio fue anexado a Estados Unidos. Este proceso de cambio y transformación en su gobernanza refleja “las complejas interacciones históricas que han moldeado la identidad de El Paso”.
“Este lugar de convergencia tiene varios ejes: el indígena, el español, los tejanos y finalmente los estadounidenses. Estamos en un punto de encuentro entre esos ejes históricos, culturales, políticos y económicos”, explica, a la vez que afirma: “Siempre ha habido oleadas migratorias. Nunca se han detenido”.
En la actualidad, enfatiza Corbett, “tenemos miles de agentes, tecnología avanzada, drones y toda la infraestructura; pero hemos aprendido que, a pesar de todo eso, los migrantes siguen llegando. A pesar de la muerte y la separación de familias, la gente sigue cruzando. No vamos a detener la migración”.
Acoger o rechazar
La explicación de Dylan Corbett demuestra que las dinámicas fronterizas afectan a ambos lados, y subraya la urgencia de enfoques integrales y humanitarios. Mientras, el drama de quienes cruzan se ve constantemente empañado por la manipulación del tema con fines políticos y la ausencia de medidas efectivas para abordar las verdaderas necesidades de estas comunidades.
“En realidad, Estados Unidos no tiene una estrategia para la [gestión de la] inmigración; solo posturas de acoger o rechazar a los migrantes, pero no una estrategia coherente”, asevera Corbett. En ese vacío, “la única estrategia que existe es una estrategia de dolor”, explica, refiriéndose a políticas como la separación familiar, la detención y las deportaciones a otros puntos de la frontera o a terceros países.
“Aunque las políticas migratorias generan efectos inmediatos, a largo plazo no logran alterar de forma significativa los flujos. Los esfuerzos por militarizar la frontera y criminalizar a los migrantes no han sido efectivos; la gente sigue llegando, aunque en menor cantidad”, concluye.
El tema ha sido central en el debate político de Estados Unidos, en una cuestión recurrente en el discurso de los aspirantes al poder. En cada ciclo electoral, el control de la frontera y las políticas migratorias se utilizan como instrumento de campaña, siempre como reflejo de profundas divisiones y tensiones.
“La derecha ha politizado el asunto utilizando el miedo y presentando a los migrantes como criminales; todo lo que está del otro lado de la frontera es ‘terrorismo’, es amenaza”, añade.
No importa quién gobierne, sean demócratas o republicanos. “Es como el volumen de una radio: algunos gobiernos suben el volumen y otros lo moderan un poco, pero la estrategia de dolor persiste, cruda e implacable”, afirma.
En cuanto a las próximas elecciones presidenciales, Corbett prefiere no hacer predicciones sobre cómo podrían afectar el fenómeno migratorio. Sin embargo, expresa su preocupación ante la posibilidad de que Trump regrese al poder, advirtiendo sobre el “mensaje de miedo y xenofobia” que el candidato republicano sigue promoviendo.
Hace justamente cinco años del tiroteo masivo que estremeció la ciudad. El perpetrador, un supremacista blanco, se cobró la vida de 23 personas e hirió a otra veintena con un fusil de asalto, una mañana en Walmart. Menos de media hora antes, había publicado en Internet un manifiesto de nacionalismo blanco.
Una comunidad vibrante
Otro aspecto a tomar en cuenta es cómo la percepción de la inmigración y las políticas migratorias difieren en la frontera en comparación con otras regiones del país. Dylan Corbett señala que un lado y otro están en el mismo desierto, comparten el agua, el río y dinámicas de vida. Esta realidad compartida crea un vínculo único entre ambos lados.
“En la frontera se vive de cerca la realidad diaria de los migrantes, y las comunidades están más familiarizadas con las complejidades del fenómeno, mientras que en otras partes de Estados Unidos la discusión tiende a ser abstracta y distante”, explica.
Y continúa:
“La comunidad fronteriza es binacional. Hay personas que todos los días cruzan para trabajar y estudiar, en ambas direcciones. Hay familias que se reparten entre dos ciudades. Compartimos lenguaje, comida y cultura. Tenemos una dignidad en común y cierta resiliencia a pesar de todo lo que nos separa en la política”.
Cuando se habla de comunidad fronteriza hay tener presente que el límite territorial entre EE.UU. y México abarca 48 condados al norte, distribuidos entre los estados de Texas, Nuevo México, Arizona y California; del lado sur son nada menos que 94 municipios repartidos en los estados de Baja California, Sonora, Chihuahua, Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas. En 2016 había aproximadamente 13 millones de habitantes distribuidos en diez áreas metropolitanas transfronterizas: más que la población total de Cuba.
Dylan sintetiza cómo la migración es beneficiosa para los Estados Unidos. “Económica y socialmente los migrantes han contribuido mucho a este país. Abren negocios pequeños más que los propios estadounidenses. Es un beneficio, no se puede negar. No hay dudas de que la inmensa mayoría de los migrantes son gente de bien”.
“Somos una comunidad vibrante, económica, social y diversa, y no a pesar de la migración, sino a raíz de ella. Tenemos la migración en nuestro ADN”, sentenció al final de su charla.
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