El fotógrafo suele publicar en sus redes sociales las imágenes de una ciudad conflictiva, descascarada y hasta ruinosa. Las colas interminables, inextinguibles. Las personas desbordando las calles para “resolver” la durísima vida cotidiana. Las calles pobladas de profundos cráteres colmados después de la lluvia; espejos que el fotógrafo aprovecha para retratar la ciudad reflejada.
En esas imágenes, muchas de las fachadas de los edificios comunes, en los barrios comunes, de la gente común, piden auxilio.
Alguien requiere al fotógrafo: “¡No te dejes caer!, ¡Levanta el ánimo!”, le dicen: un inesperado ejercicio de terapia piscológica pro bono. Que al mal tiempo hay que plantarle buena cara, le explican. (La gente, a veces, no quiere y no puede ver tanta grisura.)
Entonces el fotógrafo se propone complacer. Regresa a sus andadas pero esta vez vuelve trayendo en su cámara una capital enaltecida, llena de color y luz, conservada, monumental, hermosa. Derrama sobre quienes lo siguen una nueva colección.
El fotógrafo juguetea con los puntos de vista. Les saca partido. Esta vez viene “regando flores”. Photoshopea intensamente fotos que son como postales, de esas que se venden en las oficinas turísticas o que se envían por correo postal, –si es que todavía alguien lo hace– para quien viajó, intentando que recuerde; o para quien no es de aquí, aspirando a que regrese para hacernos la visita.
Lejos de su ciudad, que está a punto de cumplir años nuevamente –503–, un habanero le agradece al fotógrafo: “¡Qué linda es La Habana, hermano! Tremendas ganas que tengo de estar allí”.
Mientras, una holguinera que logró alquilar un apartamento en los bordes de la ciudad, allí donde suele faltar más la electricidad y faltan otras tantas cosas, se apura a dar las gracias. “Esto es lo que quería ver hoy”, dice.
Todas las Habanas existen, también la postalita. El fotógrafo lo sabe: maravilla de algunos, campo minado para otros. Los ojos sin rabia toleran ver todas las caras de esta ciudad. Los ojos llenos de tristezas la llorarán; los que no cesan de sonreír, le desearán su fiesta. Es La Habana: para muchos, su verdadero y único lugar en el mundo.