La comida no es un lujo, es una necesidad. Sin comer, ciertamente, no se puede vivir; así que en cuestiones de cocina lo práctico y lo perentorio tienen muchas veces la última palabra.
Sin embargo, no por ello tenemos que renunciar a la estética, ni ver a los alimentos solo como una recompensa para nuestro estómago. La vista, el olfato y el gusto son sentidos estrechamente ligados al acto de comer y — siempre que sea posible— estimularlos desde la cocina hace más placentero ese acto.
Para cocinar es importante saber. Se puede ser intuitivo, natural, pero siempre es importante el conocimiento previo, el aprendizaje que brinda la práctica, el valor de la tradición. No hablo de escuelas gastronómicas ni cursos para chefs, sino de la enseñanza que recibimos desde la casa, de nuestras madres y abuelas, o padres y abuelos, y que luego podemos perfeccionar.
Yo, personalmente, no soy chef ni cocino en ningún restaurante. Pero aprendí a amar la cocina gracias a mi madre, y sobre esta práctica he seguido estudiando, aprendiendo y buscando hasta el día de hoy; y también combinándola con mi otra gran pasión: la fotografía.
Eso es justamente lo que quiero compartir ahora con ustedes: una muestra de platos que aprendí de mi madre y que he venido realizando durante años. Cocinándolos y fotografiándolos después.
Antes de hacerlos aprendí que la cocina cubana es una gran mezcla de sabores, una herencia que —no por gusto— ya fue declarada patrimonio de la nación, y que guarda en sí misma las raíces indígenas, españolas, africanas, caribeñas y chinas.
Con el tiempo, he descubierto que cada región y familia tiene una forma particular de elaborar sus comidas, en dependencia de sus conocimientos y tradiciones, de sus gustos y posibilidades, aunque existen características y rasgos comunes a largo de la Isla.
También aprendí que, más allá de las diferencias, al cocinar debe existir un balance y tenerse presente que todos los platos poseen un aroma y gusto propio que los identifica.
Al final, todos podemos cocinar, o, al menos, intentarlo. Pero no deberíamos llegar a la cocina desarmados de conocimientos, y precisamos, de acuerdo con nuestras posibilidades, saber elegir: ¿qué vamos hacer?, ¿de qué manera vamos a implementarlo?, ¿qué ingredientes podríamos utilizar? Luego, debemos ser pacientes, darle su tiempo a la preparación, y, si ninguna urgencia nos compele, podemos incluso darle un acabado que cautive también los ojos.
No siempre se puede, lógicamente. Hay momentos, como el que ahora atravesamos —por los motivos que todos conocen— en que muchos ingredientes y productos no están a la mano. La preparación pasa entonces muchas veces a un segundo plano. Pero aún en la escasez, no falta quien, con lo poco que tiene intenta ir siempre más allá y, en esos casos, los comensales siempre lo agradecen.
No obstante, reitero, las fotos que hoy les comparto no son de ahora. Las he venido haciendo a lo largo de los años y ahora las reúno como un homenaje a mi madre y a la cocina cubana, a los saberes que me han permitido adentrarme con osadía en el maravilloso mundo de la cocina. Espero sinceramente que, aunque solo con la vista, puedan disfrutar e identificarse con cada plato y, si les apetece, compartan también los suyos.