Aquí dan ganas de morirse, ¡qué lugar tan hermoso coño! Eso fue lo primero que pensé al ver, desde lo alto de las murallas del Castillo de San Felipe del Morro, en el Viejo San Juan, el antiguo cementerio de La Perla.
Me encontraba de visita en Puerto Rico y esa mañana había salido a dar un paseo por la parte antigua de la ciudad. Al mediodía, bajo un sol ardiente, descubrí ese lugar maravilloso. Hice algunas fotos y decidí volver al día siguiente, al alba.
Al amanecer atravesé el pórtico del Cementerio de Santa Magdalena de Pazzis, un cementerio pequeño y modesto, si lo comparamos con el cementerio Colón de La Habana.
Es de estilo neoclásico y tiene la peculiaridad de que uno de sus muros da al intenso azul del mar Caribe, los otros dan al Morro y al popular barrio de La Perla.
Fue construido en la época colonial, a fines del siglo XIX. Se cuenta que el gobierno colonial de España decidió construir el cementerio fuera de las murallas y de cara al mar para simbolizar el viaje del espíritu al cruzar al “más allá”.
Sus estatuas y mausoleos lucen los estragos del salitre, el viento y el sol. Las madonnas, los cristos y las cruces parecen de coral, fruto de la erosión implacable a que los somete la cercanía al mar. Algunas están descabezadas, rotas.
En todo el cementerio se respira un aire de paz, de melancolía, de poesía. Uno se siente como transportado a otro espacio, a otro tiempo. El intenso olor a sal da la sensación de estar bajo el mar.
La construcción de este camposanto se inició en 1863 y también se le conoce como el Cementerio de los Próceres, pues en él han sido sepultados muchos ilustres boricuas, como los líderes nacionalistas Pedro Albizu Ampos y Lolita Lebrón, el compositor Tite Curet y el cantante Daniel Santos, entre muchos otros.
El Santa Magdalena de Pazzis, uno de los cementerios más antiguos del Caribe, también tiene sus leyendas. Los vecinos del barrio La Perla aseguran que en las noches una bruja verde sobrevuela las tumbas, aunque según personal del cementerio nadie la ha visto, y es solo una invención para asustar a los niños de la zona.
Mientras recorría los estrechos pasillos entre las tumbas pensaba en la magia del Caribe, que tan bien se respira en el cementerio de La Perla.