Alguien a quien quiero muchísimo se está iniciando en el maravilloso mundo de la fotografía, tiene la misma edad con la que yo tomé mis primeras fotos. Curiosamente se inclina por la street photography y específicamente por el retrato callejero, dos de las cosas que más disfruto cámara en mano y que, modestamente, mejor se me dan. Eso, obviamente, me tiene muy feliz.
Hablo con él lo más que puedo, trato de enseñarle abrumadoramente lo que sé. Le hablo de mis inicios, allá en los lejanos 80.
Comencé a tomar fotografías, le cuento, hace ya muchos años. Tuve excelentes maestros, grandes fotógrafos, que además fueron mis amigos, mi familia. Yo era un adolescente flaquísimo que Zenit, Kiev y hasta Smena en mano los seguía a todos lados tratando de aprender los secretos, la alquimia de la fotografía, analógica en aquellos tiempos.
Lamentablemente muchos no están, han muerto o habitan otras tierras del mundo. Allá donde estén, saben que en cada foto que tomo va un poco de la experiencia que tan noblemente me transmitieron. La fotografía es mi vida, mi mayor pasión y eso se lo debo a mis eternos profes.
Una de las preocupaciones del joven iniciado es su cámara, una Canon, no de última generación pero con la que se puede dar mucho machete todavía. Él no sabe lo que es aprender y trabajar con una Zenit rusa, sin fotómetro y que parte constantemente los rollos de película. Pero así hacíamos fotos en la Cuba de fin de siglo y además lo disfrutábamos.
En nuestras conversaciones sobre el tema trato de explicarle que la cámara no hace al fotógrafo, puedes portar la mejor cámara, el equipo más profesional, que si no hay cerebro y corazón a la hora de tomar una imagen estás jodido. Muchas de las grandes fotos de la historias se han hecho con lo que se tiene a mano, no con el equipo soñado.
Durante mis muchos años tomando fotos he pasado por mil etapas. Desde empezar con una vieja y destartalada Zenit, o que algunos de mis profes me prestaran sus Nikon, Prakticas o alguna Miranda (excelente cámara de la que ya nadie se acuerda) hasta tener mi primera Canon, regalo de unos buenos amigos de mi familia.
Después, a Dios gracias, vinieron tiempos mejores. He tenido la suerte de trabajar con buenos equipos, de tomar millones de fotos con tarecos muy sofisticados y bastante caros. He tenido etapas de preferir los angulares extremos y otras de hacer fotografía callejera con un 400mm al hombro.
Pero a estas alturas, llegando casi al medio siglo, he aprendido que la belleza de la fotografía, al menos para mí, radica en lo sencillo, en buscar una imagen poderosa sin usar grandes artilugios, solo la luz, el encuadre, la experiencia y mucha bomba. Sé de muchos colegas a los que les pasa lo mismo, después de años de carrera buscan lo hermoso en lo simple.
Fotografía significa, quién no lo sabe, escribir con luz, dibujar con luz. La cámara, por compleja que pueda parecer (y de hecho serlo) no es más que una copia de nuestro ojo que utiliza mecanismos similares para regular la luz que llega a la película, al sensor. Las más modernas cámaras, en definitiva, sirven para lo mismo que hace casi dos siglos: tomar fotografías. Así de simple.
Le explico todo esto al aprendiz adolescente y le cuento que lo que más disfruto actualmente es trabajar con un lente 50 mm, eso sí, con un diafragma generoso, que me permita centrarme en los primeros planos, desenfocando lo más posible el fondo, pero a la vez logrando una imagen sin distorsiones, casi como la vería nuestro ojo. Soy un apasionado del cine, trato siempre de que mis fotos tengan ese aura cinematográfico, pero del cine de antes.
Cada vez que puedo salgo a hacer fotos llevando únicamente mi Sigma 50 mm, doy largos paseos solo por el placer de buscar una imagen que me guste. A veces, en un ataque de nostalgia configuro mi cámara para tomar las imágenes en blanco y negro, trabajo en prioridad al diafragma, y ajusto la mayor apertura posible, la velocidad de obturación se la dejo al japonés que vive dentro de mi Canon. El resultado es un viaje al pasado, desde la comodidad de una réflex digital.
Las fotos que acompañan esta historia, que espero gusten e inspiren a mi importante persona, las tomé con un amigo-alumno una tarde de domingo en que salimos de safari fotográfico por un barrio de Manila, todas en plan retro, vintage como dicen ahora, en b&w y con el 50 mm, buscando reflejar desde lo más elemental la cotidianeidad de estas personas.
La COVID nos tiene el mundo patas arriba, es imposible hacer planes en estos tiempos. Pero sueño con salir a hacer fotos con el joven aprendiz, enseñarle todo lo que sé de este oficio maravilloso, recorrer juntos las calles de cualquier ciudad, de preferencia La Habana, retratar a nuestros compatriotas en el malecón al atardecer, capturando instantes decisivos, lo suficientemente cerca, viendo el mundo como mejor sé verlo y quiero que aprenda a verlo él, a través del visor de una cámara fotográfica.