En Greenhills Mall, en Manila, compran sus perlas señoras filipinas y también muchas extranjeras. No son baratas, pero cuestan menos que en las joyerías de renombre y suelen ser buenas o, al menos, pasan por buenas. Un clásico collar de perlas, originales, según su vendedora, puede costar 185.000 pesos filipinos (PHP), unos 150 dólares.
A Greenhills fui de curioso atraído por las perlas. Yo, que provengo de una familia humilde (mis autobiografías dan fe), y que de joyas no sé nada. Pero al llegar descubrí que el sitio es mucho más que perlas. Lo primero que vi al entrar fueron relojes y gafas de sol. Montones de modelos de Rolex, Omega, Patek Philippe y Seiko se codeaban con mis queridas Ray-Ban.
Greenhills es el paraíso de la pacotilla, pero de altura. Es el lugar por excelencia para comprar imitaciones de grandes marcas, incluidas las de lujo, que puedes encontrar en versiones mejor o peor hechas y a diferentes precios. Las mejores, francamente, poco tienen que envidiar a las originales.
Aquí puedes encontrar en diferentes puestos los mismos modelos de bolsos. Un Balenciaga, por ejemplo, puede estar hecho de cualquier material malucho o de auténtico cuero. Hay que dedicarle su tiempo a esto si se quiere hacer una buena compra.
Y luego está la suerte. Unas zapatillas Adidas último modelo por 10 dólares. Pero ni Dios, desde su altura podrá decirte si te duran 3 años o se despegan al día siguiente.
La variada oferta de este antiguo mall venido a menos incluye las mentadas perlas y también relojes, gafas, bolsos, ropas, calzados y mil cosas más que se venden en abigarrados timbiriches atendidos por discretas mujeres musulmanas o por descocados y chillones ladyboys que, al menos en mi caso, más de una vez me han atraído hacia sus puestos al grito de “Watches, italiano guapo”.
Y ahí empieza lo bueno, porque en Greenhills todo se regatea. Los vendedores lo saben y los clientes también. Es un juego que se disfruta de ambos lados, es parte de la aventura de visitar este mercadillo, aunque puede resultar agotador para el que compra. Las vendedoras (son casi siempre mujeres) tienen todo el tiempo del mundo y son simpáticas, divertidas. Saben jugar bien esa carta y al final el cliente casi siempre termina comprando. La casa baja los precios, complace, pero nunca pierde.
Tras una batalla de unos 15 minutos he visto un Rolex saltar de 200 dólares hasta los 30 en que fue vendido, un Omega de 170 terminar en 50 y un bolso de Gucci caer de más de 600 a la mitad después de un par de sonrisas de su posible compradora.
En Greenhills hay un piso completo dedicado a la electrónica donde se pueden encontrar computadoras portátiles, tablets y teléfonos celulares de todas las marcas y modelos existentes, incluso los recién salidos al mercado. Y también toda la cacharrería que acompaña esos equipos, fundas, protectores de pantallas, cables, cargadores y mil accesorios más.
Tengo amigos que han comprado aquí sus laptops, teléfonos y relojes y andan muy felices con sus Mac, sus iPhones y sus Rolex de los que, cuentan, no tienen la menor queja, pero tampoco certeza alguna sobre su procedencia. Eso sí, todos costaron menos de la mitad del precio en una tienda oficial.
Pero además de Greenhills Manila está llena de sitios que venden cosas falsas o de contrabando. Incluso hay barrios enteros como Quiapo, en una zona mucho más empobrecida de la ciudad, donde las calles están llenas de puestos y tenderetes en los que se vende todo lo imaginable y más. Lo que no se consiga en Quiapo es porque sencillamente no existe, no se ha inventado. ¡Me encanta ese barrio!
Cada vez que visito esos lugares pienso en mis compatriotas; sé de más de uno que caería sentado al ver tantas cosas comprables. Los cubanos, bien lo sabemos, tenemos un trauma, una necesidad compulsiva de comprar incluso lo que no necesitamos. No creo necesario explicar de dónde nos viene ese trastorno.
Cada vez que voy a Greenhills, ese inmenso Pacotilla’s Paradise, pienso especialmente en esos cubanos que recorren el mundo en busca de mercancías baratas que luego revenden en nuestra desabastecida isla. Aquí harían la fiesta del siglo, encontrarían de todo, comprarían a montones. Lástima que Manila esté tan lejos de Cuba y no puedan instaurar una nueva ruta comercial, la Ruta de la Pacotilla.