Después de estar casi dos siglos en el olvido, las ruinas de la fortaleza de Masada, en Israel, fueron redescubiertas a mediados del siglo XX y pasaron a convertirse en el gran símbolo de la tenacidad y resistencia del pueblo hebreo.
Ubicado en la cima de una montaña, en el desierto de Judea, muy cerca del Mar Muerto y con las colinas de Jordania como telón de fondo, el yacimiento arqueológico de Masada se mantiene en pie, desafiando el paso de los años y las inclemencias del tiempo.
El rey Herodes el Grande, al que al parecer le sobraban los enemigos, mandó edificar allá por el año 40, antes de Cristo, un palacio-fortaleza de estilo romano clásico, para usarlo como refugio en caso de ataques a su reino. Y estuvo claro Herodes, porque más de un siglo después, durante la primera guerra Judeo-Romana, Masada fue asediada por tropas romanas al mando de Tito Flavio, que venían de conquistar Jerusalén y de destruir el Segundo Templo, también levantado por Herodes.
De la conquista de la Ciudad Santa, se cuenta, lograron escapar un millar de judíos, que fueron a refugiarse en la fortaleza herodiana. Una vez allí, encabezados por Eleazar ben Yair, fundaron una sinagoga y se dedicaron a la agricultura y la ganadería aprovechando el moderno diseño del baluarte que permitía la recolección y distribución, mediante un sistema de pozos y canales, de las escallas lluvias que caían por esos lares, así como el almacenamiento de alimentos en lugares frescos.
Pero tres años después, en el año 73 d.C., los romanos descubrieron el enclave judío y fueron a por ellos. Los habitantes de Masada, al verse rodeados por las legiones romanas, supieron que la derrota era inminente y decidieron inmolarse. Mejor la muerte que la esclavitud, fue su consigna. Pero el suicidio, el peor de los pecados para el pueblo hebreo, no era una opción, así que se decidió que cada líder religioso matara a su familia y luego se fueron matando entre ellos hasta que el último, pecador por necesidad, se quitó la vida.
Según nos cuenta Flavio Josefo, principal cronista de la contienda, casi mil cadáveres fueron el trofeo de los romanos al conquistar Masada. Sobrevivieron dos ancianas y cinco niños que, evidentemente no muy convencidos con la idea de morir, se habían escondido y fueron ellos quienes narraron lo sucedido en la ciudad. No hay evidencias arqueológicas de que esto fuera así, pero queda la leyenda.
Declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en el 2001, Masada es hoy una de las principales atracciones turísticas de Israel, a la que se puede acceder en un teleférico que permite disfrutar de las vistas del desierto de Judea con el Mar Muerto de fondo, o a pie por el camino de las serpientes, en el que no hay reptiles, pero si un calor asesino con temperaturas de hasta 50 grados en verano, capaz de hacer tomar el teleférico al más andarín de los andarines.
Desde la cima del monte, a 450 metros de altura, se observan los restos de los campamentos romanos que rodearon la ciudad de Masada, donde ante la inminencia del desastre, puestos en tres y dos, sus habitantes sin saberlo aplicaron el actual refrán mexicano: “te tocó la ley de Herodes, o te chingas o te jodes”.