A finales de noviembre de 1999 Claudia Valenzuela, de 40 años, transitaba su cuarto embarazo. A la altura del quinto mes de gestación aún no sabía qué nombre ponerle a su bebé en camino.
Por esos días, cuando estaba por llegar un nuevo siglo, abruptamente estalló la noticia de que dos pescadores habían rescatado a un niño a pocas millas de la costa de Fort Lauderdale, en Miami. El pequeño, de seis años, había aparecido aferrado a la recámara de un neumático, con vida pero semiconsciente y deshidratado.
“Una manada de defines atrajeron nuestra atención y los seguimos. Nos guiaron directamente a donde estaba flotando un niño en un neumático”, declaró en su momento uno de los rescatistas a la prensa.
Era Elián González Brotons, el niño cubano que, con su madre Elizabeth y junto a otro grupo de personas, intentó cruzar el estrecho de la Florida desde Cuba a bordo de un maltrecho bote. A mitad de la travesía el precario motor de la chalupa falló, la embarcación volteó y se hundió. Fatalmente murieron la mayoría de los tripulantes (entre ellos la madre de Elián). El niño y otras dos personas sobrevivieron luego de varios días a la deriva.
Durante meses y en casi todo el mundo, detalles y acontecimientos alrededor del litigio por la custodia del pequeño, por el reencuentro con su padre, Juan Miguel González, y el regreso a su tierra natal eran noticia en los principales canales de televisión, en diversos periódicos, en emisoras de radio y hasta en las por entonces incipientes páginas web en internet.
Desde su casa, en un barrio humilde y obrero del partido General Rodríguez, en la provincia de Buenos Aires, Argentina, Claudia siguió conmocionada la historia, con su panza casi por explotar. A través de los medios de comunicación locales, estaba al tanto de los pormenores de “El balserito cubano”, como encuadraron la historia los propios medios.
A Claudia el nombre de Elián se le fue haciendo familiar y tierno. Le sonaba original, melódico y poco común.
Particularmente, sobre ese nombre, el escritor colombiano Gabriel García Márquez escribió en “Náufrago en tierra firme”, un artículo publicado en marzo del 2000 donde el Premio Nobel de Literatura comparte sus sensaciones inmediatas alrededor de lo protagonizado por el niño cubano:
“El nombre ha llamado la atención fuera de Cuba. Se ha escrito sin rubor que Elián era su patriarca bíblico, y un periódico lo ha celebrado como un hallazgo de Rubén Darío. Para los cubanos, en cambio, Elián es un nombre como cualquiera de los muchos que ellos inventan a espaldas del santoral: Usnavi, Yusnier, Cheislisver, Anysleidis, Alquimia, Deylier, Anel. Sin embargo, lo que hicieron Elizabeth y Juan Miguel fue crear para el recién nacido un nombre equitativo con las tres primera letras del nombre de ella, Elizabeth, y las dos finales del nombre de Juan”.
En abril del 2000, tras cinco meses de pulseadas legales y diplomáticas; campañas para que “Eliancito” se quedara en EE.UU., por un lado y, por otro, multitudinarias marchas en la Isla y manifestaciones de solidaridad en el mundo (incluso en los propios Estados Unidos) a favor del regreso a su país, el pequeño se reencontró con su padre. Dos meses después, en junio, cuando todas las instancias judiciales fallaron a favor de Juan Miguel, padre e hijo regresaron a Cuba para terminar con la pesadilla.
El 5 de ese mismo mes de abril del año 2000, en un hospital de la ciudad de General Rodríguez, al oeste de la capital argentina, Claudia daba a luz a su tercer hijo. Lo nombró Elián Ángel.
En medio de un contexto hostil, en un barrio donde la precariedad es moneda corriente y la vida diaria se hace cuesta arriba casi todo el tiempo, Claudia se las ingenió para salir adelante, criar prácticamente sola a su tres hijos (una mujer y dos varones).
Con esta “mamá coraje” conversé unos minutos entre las bambalinas de un gran escenario armado en Tecnopolis, el predio del Ministerio de Cultura de la Nación, que alberga la megamuestra de ciencia, tecnología, industria y arte más grande de América Latina.
Ahí, en ese teatro a cielo abierto, Elián Ángel Valenzuela, el hijo de Claudia, el “pibe” humilde de General Rodríguez que hoy tiene 21 años, el que ahora, artísticamente, es conocido por millones de personas como L-Gante, brindaría un concierto gratuito para más de 45 mil fans que se congregaron desde horas tempranas para escucharlo y bailar a ritmo de Cumbia 420. L-Gante es un referente del género, una especie de fusión entre trap y reggaetón, con base en la cumbia.
Claudia se sorprendió cuando le dije que yo era cubano, que conocía a aquel niño (hoy un joven de 26 años) por el que ella tomó el nombre para su hijo. Ahí fue cuando me contó emocionada su historia e incluso expresó su deseo de que ojalá, algún día, su Elián pueda conocer a su tocayo cubano. “Sería un sueño ese encuentro porque ese cubanito me iluminó con su nombre”, me dijo tiernamente.
Su hijo, que ya se preparaba para salir a cantar, fue más allá en sus deseos: “Me encantaría conocer a quien inspiró mi nombre y hasta poder ir a Cuba a cantar. Estaría buenísimo”, soltó emocionado mientras posaba junto a su madre para que los retratara.
L-Gante Keloke
Elián Ángel Valenzuela, el L-Gante Keloke, se ha convertido en poco tiempo en uno de los cantantes más populares y seguidos de Argentina. Comenzó a escribir sus canciones a los 15 años a la par que trabajaba en una fábrica de plástico, expuesto a altas temperaturas de 6 de la mañana a las 3 de la tarda. Un día renunció para apostar todo por la música.
Claudia apoyó la decisión de su hijo. Siempre fue así con todos sus hijos. Lo alentó a que siguiera por los caminos de la música y, aunque la economía familiar no era para nada holgada, pagó sus primeras grabaciones.
Por ella también surgió el nombre L-Gante. El chico despertaba y con la misma ropa con que había dormido saltaba a la computadora para volcar en las pistas de sonido las ideas que le pasaban por la cabeza. Así podía estar todo el día, frente a la pequeña pantalla, con el pijama puesto. La madre lo veía y le soltaba de forma irónica: ¡Qué elegancia! De ahí, Elián creó su seudónimo artístico L-Gante, al que luego sumó “Keloke”, por el saludo que solía intercambiar con sus amigos en el barrio.
DR Bilardo, el productor estrella que confió en el talento del joven y uno de los padrinos de la Cumbia 420, explica que el novedoso género “es la nueva cumbia y se caracteriza por el ritmo para atrás. Es la fusión entre distintos estilos de la calle en un solo género donde cada uno pone su esencia. Es un estilo musical con alma de cumbia y reggaetón”.
Las letras de L-Gante no tienen artilugios. Habla con el lenguaje legítimo y humilde de su barrio. Cuentan sus cotidianidades, problemáticas y sueños en historias simples, crudas y reales.
Dice el tema “Pinta”, donde L-Gante se unió a Bizarrap y Pablo Lescano y fue incluido en la exitosa producción de Netflix, El Marginal:
“Todos los pibes de la calle están luchando pa’ comer/ Yo tengo para preguntar y también para responder/ Y conmigo no te creas que me va a callar cualquiera/ Mi pueblo me crió para defenderme con quien sea”.
Sus frases de cabecera son “L-Gante, perro, keloke?”, “Cumbia 420, pa’ lo’ negro”, “Aguante el barrio con el barrio”. En esos enunciados el artista abraza a los que como él han sido y son constantemente ninguneados y excluidos por el sistema, a los que son estigmatizados por su vestimenta y condición social.
“L-Gante RKT” fue el exitazo que catapultó a Elián.
¿Te va gustando ahí?, jaja/ Esto lo hago to’ lo’ día/ Tranqui, quemando María/ Parando siempre en la esquina/ Y lukiando con la má’ fina/ Yo le mando a todo trapo/ También le meto en la calle.
Lo grabó en su cuarto, con un micrófono barato y una notebook escolar del Programa Conectar Igualdad, una iniciativa creada en 2010 por el Estado para recuperar y valorizar la escuela pública con el fin de reducir las brechas digitales, educativas y sociales.
El lanzamiento de la canción fue en 2020, por las redes sociales y su canal de YouTube. En menos de un mes el hit alcanzó más de un millón de reproducciones. Hoy “L-Gante RKT” contabiliza más de 275 millones de visualizaciones en YouTube.
Según estadísticas publicadas en octubre de 2021 por Spotify, la famosa plataforma de reproducción de música vía streaming, la Cumbia 420, de la mano L-Gante, “se convirtió en uno de los estilos predominantes entre las escuchas de los jóvenes, al punto de que el 50 % de aquellos que no tienen más de 25 años la incluyen en sus listas”.
La popularidad de Elián creció no solo vía digital y entre los jóvenes sino que, entre los más pequeños, también es muy seguido; sobre todo después de que grabó ingeniosamente el abecedario a ritmo de Cumbia 420.
“La masividad de L-Gante es producto de un cruce fenomenal entre ese efecto de reconocimiento y el mundo de la hiperconectividad y las redes sociales, amplificado al infinito en tiempos de pandemia y encierro”, reflexiona Pablo Semán, profesor en la Universidad de San Martín, en “L-Gante: la vida no entra en meme”, un ensayo publicado en la revista Anfibia.
En ese escrito, Semán también apunta a algo más profundo y sociológico a tener en cuenta para comenzar a entender este fenómeno de masas.
“L-Gante y muchos otros que viven una vida como la suya tienen una relación específica con los poderes y una visión propia que esas captaciones en offside ignoran y oprimen. L-Gante se concibe a sí mismo explícitamente como una parte de una época en que las nuevas tecnologías pueden ser usadas por sujetos como él para potenciar su capacidad de generar un fenómeno musical, ganar públicos, tener un ingreso, instaurar un patrón estético viniendo desde abajo. Y por eso el joven músico dice que está bien que estén las computadoras y que hay que usarlas y entiende que son un arma para que jóvenes como él puedan revertir diferencias encontrando en ellas la capacidad de concretar proyectos estéticos y laborales, expresivos y monetizables”.
Un par de temas antes de terminar el show en Tecnopolis, L-Gante hizo entrar a escena a su madre Claudia, a su novia Tamara y su hijita Jamaica, de pocos meses de nacida. Detrás de la escena estaban sus amigos, los del barrio, que lo aplaudían efusivamente al ritmo de la movida Cumbia 420, así como lo hacían las decenas de miles de personas que lo fueron a ver.
Elián es consciente de que se ha convertido en un referente para una buena parte de la juventud y la niñez. Ni la fama, la popularidad ni el dinero lo han obnubilado. Por eso, desde su lugar, aprovecha para mandar mensajes de aliento y esperanza.
“Hay que darle para adelante. Yo cumplí mi sueño, pero cuánto más me queda por delante, cuántas cosas más por saber, aprender y ser. Así que bien ahí, siempre para adelante. Con humildad. El barrio con el barrio”, dijo emocionado ante la multitud.
También ante los miles de asistentes reafirmó su compromiso para terminar sus estudios secundarios, que interrumpió hace unos años para dedicarse a trabajar y sostener, así, su carrera musical.
“Ya estoy cumpliendo mi sueño pero… ¿cuánto queda por delante? ¡Muchas más cosas puedo hacer y ser! Por eso quiero terminar la escuela”, expresó hacia el final del concierto. Él mismo ha declarado que le gustaría estudiar medicina o abogacía.
Todos quieren una foto con L-Gante. Abrazarlo, quieren que le mande saludos a algún familiar o amigo. El joven se detiene a cada paso. No le importa que la marea de gente se lo lleve.
Los ojos verdes de Claudia destellan luz. Observa enternecida las muestras de cariño que recibe su Elián de parte del público y sonríe. Definitivamente, los sueños se cumplen.
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No confundir, L Gante tiene gran repercusión en determinada parte de la población, pero no en la gran mayoría, quienes pensamos que lo que hace no es música en el total significado de la palabra.Pero, bueno, sobre gustos….