Buenos Aires, como pocas ciudades del mundo, tiene su propio estilo pictórico: El fileteado porteño.
Se dice sobre esta técnica plástica que es “un tango bailado con pincel”. Pero, aunque ambas expresiones culturales comparten el simbolismo identitario de la capital argentina, en realidad este arte decorativo es la antítesis de la melancolía que distingue al tango. Mientras que el llamado “ritmo del dos por tres” casi siempre se inspira en penas y tristezas y se baila en un entorno sensual; el fileteado se distingue por un concepto alegre, llamativo, con paletas variadas de colores muy vivos, letras góticas y cursivas, líneas finas que se convierten en espirales como bailarinas, dibujos de flores, caras de ídolos populares, célebres refranes, frases ocurrentes y chistes cortos y picantes.
Este arte apareció a finales del siglo XIX y tomó su nombre de “filete”, una palabra derivada del latín filum, que significa hilo, definición de la línea protagonista de esta técnica.
Surgió de la mano de emigrantes europeos que trabajaban en pequeños talleres dedicados a arreglar carruajes y carretas, los medios de transporte que pululaban en esa época. Los pintores eran el último eslabón en la cadena de reparación, así que, de manera ágil y para personalizar y decorar los carromatos a pedido de sus propietarios, plasmaron figuras, nombres y colores en los vehículos.
Se volvió tan popular esta forma de ornamentación que se convirtió en un oficio. Nació un oficio y a sus cultivadores no los llamaron más pintores sino que los bautizaron como “fileteadores”.
Los primeros motivos en los fileteados que se conocen armonizan conceptos artísticos europeos como el neoclásico o el fauvismo, un movimiento pictórico basado en la exaltación extrema del color y características propias del caudal patriótico argentino como los colores celeste y blanco de la bandera nacional. En esa simbiosis transcultural nació un estilo para el fileteado que hoy es una huella típica de la Argentina.
El método de trabajo para filetear es particular y se divide entre el dibujo y la pintura. En la ficha de inscripción del Ministerio de Cultura de la Nación Argentina, donde figura el fileteado como expresión intangible, detalla su técnica:
“El dibujo resulta fundamental en la medida que requiere el conocimiento de un repertorio de formas diverso pero finito, que permite construir un diseño o composición. Los marcos (filete lineal) suelen emplearse para encuadrar un diseño central y las llaves (formas compuestas de líneas cruzadas) dividen el espacio compositivo. Tradicionalmente, el traspaso del dibujo sobre la superficie se realiza con un espúlvero y una muñeca. El espúlvero es un papel manteca que contiene el diseño agujereado con un punzón en todo su contorno. El diseño es traspasado a la superficie mediante suaves golpes hechos con una muñeca (trozo de tela relleno con talco o tiza molida). Actualmente también se utiliza papel de calcar o carbónico para el traspaso del dibujo o lápiz dermográfico para dibujar directamente sobre la superficie.
La etapa de la pintura requiere una serie de pasos para lograr el volumen de las formas, siendo ésta una de las cualidades visuales más destacadas del filete. El volumen se logra trabajando distintos valores tonales (uno medio de base, uno más claro de luz y un último más claro de brillo), a lo que se agrega la sombra. El orden en que se colocan las luces y las sombras varía según cada fileteador. La sombra se logra con el “yapán”, una preparación de barniz y pintura sintética (generalmente, negro con “un toque” de rojo), que produce el efecto traslúcido buscado. Las letras llevan un tratamiento especial, conocido como repique, que consiste en crear un efecto de luz direccional dentro de la sombra proyectada, que completa la ilusión de tridimensión.
Técnicamente, el pintado del filete requiere una gran experticia en el uso del pincel, lo que permite crear armoniosas líneas y curvas con pintura sintética sin cortes de continuidad. El pincel de pelo largo (entre 4 y 6 cm) se agarra con los dedos índice y pulgar, mientras el meñique se extiende hacia la superficie para obtener un punto de apoyo y sostener el trazo. Cuando se traza una línea recta, el meñique acompaña a la mano a lo largo de todo el trayecto; mientras que cuando se pintan líneas curvas, éste suele girar o “pivotear” sobre sí mismo, lo que permite que la mano gire de forma continua”.
Con el advenimiento del siglo XX, Buenos Aires comenzó a crecer. La aparición y desarrollo vertiginoso del transporte automotriz sustituyó la tracción animal. De esta forma, en la década de 1940, los novedosos colectivos (guaguas) y camiones de carga pasaron a ser los nuevos “lienzos andantes” para los fileteadores.
Pero en 1975 una ley nacional prohibió el fileteado en los autobuses en Argentina porque, según las autoridades, tantos colores y figuras confundían a los conductores. Por esa fecha ya existían en varios barrios de la capital locales especializados en fileteado. Ante la disparatada norma, los fileteadores comenzaron a brindar sus servicios para inscripciones, cuadros, carteles y señalizaciones.
Actualmente varias líneas de autobuses, de todos los colores, recorren la inmensa ciudad y exhiben detalles e inscripciones fileteadas.
Del mismo modo, este arte puede apreciarse en espacios públicos de barrios porteños como San Telmo, La Boca, Boedo y el Abasto donde se encuentra el “Paseo del Filete”.
En diciembre de 2015 el arte de filetear, al que alguna vez el escritor Jorge Luis Borges definió como “costados sentenciosos”, fue declarado como patrimonio cultural inmaterial de la Humanidad por el Comité Intergubernamental para la Salvaguarda de la Unesco.