El edificio que alberga la Embajada de Estados Unidos en La Habana trasciende su función diplomática. El inmueble, testigo de la compleja relación bilateral entre dos países a lo largo de la historia, posee un significado especial para los cubanos. Incluso para quienes, como yo, nunca hemos cruzado el umbral de las imponentes rejas perimetrales que custodian el recinto.
Fue en 1923 cuando la primera embajada estadounidense abrió sus puertas en la isla, después de haber establecido relaciones bilaterales en 1902. La sede diplomática se instaló en un palacete en la calle Santa Catalina entre Domínguez y San Pablo, municipio Cerro. Hoy ese inmueble está en ruinas. Luego, en 1953, se construyó el número 55 de la calle Calzada, un edificio de seis pisos que destacó por su relevancia y su impresionante estructura.
El diseño de la Embajada de Estados Unidos en La Habana corrió a cargo del renombrado estudio estadounidense de arquitectura Harrison & Abramovitz en conjunto con la firma cubana Mira y Rosich Calzada. Wallace Harrison fue el arquitecto técnico de la sede de las Naciones Unidas en Nueva York junto a los célebres arquitectos Le Corbusier, de Francia, y Oscar Niemeyer de Brasil.
No obstante, la historia tomó giros inesperados. En 1961, apenas ocho años después de su inauguración, la embajada cerró sus puertas. Estados Unidos rompió relaciones diplomáticas con Cuba en pleno auge de la Revolución Cubana.
Sin embargo, en 1977, durante la presidencia de Jimmy Carter, Estados Unidos y Cuba firmaron un acuerdo que llevó a la apertura de la Sección de Intereses de los Estados Unidos (USINT) en La Habana, y simultáneamente, la Sección de Intereses de Cuba en Washington, D.C. Este singular vínculo diplomático operaba bajo la formal protección de la Embajada de Suiza.
Hace casi tres décadas, en mi adolescencia, cuando visité La Habana durante unas vacaciones, además de los destinos icónicos —Capitolio, Plaza de la Revolución y Parque Lenin— mi curiosidad me llevó a la entonces Sección de Intereses de Estados Unidos (SINA). Aún puedo recordar una valla gigante detrás del edificio que exhibía una memorable caricatura: un miliciano alzando la voz frente a un Tío Sam. El mensaje era claro y directo: “¡Señores imperialistas, no les tenemos absolutamente ningún miedo!”.
El mural no solo era testimonio visual del clima político de la época, sino un ejemplo de la lucha simbólica que se libraba en el espacio que circunda la embajada de Estados Unidos en La Habana, cuyo episodio más notorio fue la construcción de la Tribuna Antimperialista José Martí tras las multitudinarias marchas frente a la SINA en 1999 por el retorno de Elián González.
En tan solo 80 días se inauguró la tribuna que se convertiría en espacio de actos políticos, graduaciones y conciertos masivos de figuras nacionales e internacionales. La respuesta desde la sede estadounidense no se hizo esperar; bajo la Administración Bush se instaló un panel electrónico en la parte superior de la fachada del edificio que transmitía mensajes políticos.
El Gobierno cubano ripostó levantando en tiempo récord el llamado Monte de las banderas, un conjunto de 138 impresionantes mástiles de 30 metros de altura, en los que ondeaban banderas negras con una estrella blanca en recordación a las víctimas cubanas del terrorismo. Con el tiempo, Estados Unidos retiró el controvertido panel electrónico, y las banderas negras fueron reemplazadas por el pabellón de la estrella solitaria, usándose en fechas especiales y de manera esporádica.
A finales de 2014 los presidentes Barack Obama y Raúl Castro anunciaron el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba. El acontecimiento se selló con la reapertura de la Embajada de Estados Unidos en La Habana y la Embajada de Cuba en Washington, D.C.
El 20 de julio de 2015 se inauguró la sede diplomática cubana en Washington. Días despues, el 14 de agosto, John Kerry, entonces Secretario de Estado estadounidense, protagonizó la ceremonia de inauguración de la Embajada de su país en La Habana; fue el primer alto funcionario de los Estados Unidos en visitar Cuba en siete décadas.
Con el constante azote del mar, la corrosión por el salitre y los embates de huracanes, la Tribuna Antimperialista José Martí, popularmente apodada El protestódromo, se fue deteriorando. Lo mismo ha ocurrido con el edificio de la embajada. En 2019, se iniciaron reformas en la tribuna. Las torres que simbolizaban la Palma Real y los arcos que representaban la unidad del pueblo cubano fueron demolidos. Lo que permanece en pie es la estatua de José Martí sosteniendo a un niño en brazos y señalando acusatoriamente hacia la embajada de Estados Unidos. En lugar del “monte de banderas,” se erige un monumento de hormigón gigante a la enseña nacional. Paralelamente, el edificio de la embajada también ha entrado en un proceso de renovación, sin que su fisonomía cambie.
Kaloian Santos leí su artículo y aporta muchos aspectos históricos y urbanos sobre este enclave (Embajada de los EEUU en La Habana). Hay escenario ambiental y recreativo que tuvo el frente de esta sede diplomática antes de las intervenciones de carácter simbólico y político: un parque con fuente y puente muy significativo al frente del que no hay ninguna referencia. Es muy posible que la propia firma constructora asumió este espacio público.