“Tocamos en todo tipo de eventos sociales, cumpleaños, serenatas, bodas, fiestas de quince, día de la madre, despedidas de solteras, cenas de fin de año y más. Nuestro repertorio es inagotable. Si quieres tener al mejor mariachi buscanos cada tarde en Plaza Garibaldi”.
Así pregonaba un joven en una de las esquinas del Paseo de la Reforma, la avenida más emblemática de la Ciudad de México.
La Plaza Garibaldi no era de particular interés en mi periplo por la capital azteca. Lo suponía un sitio armado para el turismo, semejante a La Bodeguita del Medio en Cuba, con un trío de música cantando “Chan Chan” o “El cuarto de Tula” como en un eterno ritornello, mientras salen en serie los vasos de mojito.
Pero estaba cerca del lugar y tenía tiempo libre, así que enfilé mis pasos en busca de un mariachi en la Garibaldi.
Unas cuadras antes de llegar, por la amplia calle Lázaro Cárdenas, ya podía advertirse un ambiente bohemio. La plaza está ubicada en el barrio de La Lagunilla. Las calles son un hervidero de gente y tránsito. Hay comida de todo tipo en plena acera y tiendas abiertas de par en par con ropa de mariachi y norteña, con el típico sombrero tejano.
La plaza Garibaldi no tiene gran atractivo arquitectónico. Lo trascendental son las historias que atesora y en lo que, con el tiempo, ha ido convirtiéndose el lugar.
Tuvo varios nombres en el pasado. Plazuela Jardín, El Baratillo y hasta Santa Cecilia, como la patrona de los músicos. En 1921, con las celebraciones del centenario de la independencia de México, fue rebautizada con el nombre que conserva hasta hoy en homenaje a “Peppino” Garibaldi, el nieto del famoso Giuseppe Garibaldi que peleó en la Revolución mexicana.
Hacia 1923 el lugar era sede de pequeños comercios dedicados a la gastronomía y un mercado muy populoso. Entre los establecimientos sobresalió el Tenampa (que existe hasta hoy), entre otras cosas porque fue el primer escenario de la plaza en el que se presentaron mariachis. Chavela Vargas era una asidua del lugar.
Desde entonces se dice que en Plaza Garibaldi nunca falta el mezcal, el tequila ni la música en vivo; un sitio que nunca duerme.
Con esa herencia, la plaza inauguró “El paseo de las luminarias”, donde se alzan estatuas dedicadas a artistas como Juan Gabriel, Lola Beltrán, Pedro Infante, Jorge Negrete, José Alfredo Jiménez y Javier Solís, entre otros emblemas de la canción mexicana.
Además se puede visitar una escuela de mariachis donde un cartel orgulloso anuncia que en 2011 la Unesco declaró el Mariachi Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Otro lugar muy frecuentado por turistas es el Museo del Tequila y el Mezcal, donde hay un bar a puertas abiertas con vista a la Plaza Garibaldi.
Y ahí están los mariachis, en grupos de tres, cuatro y hasta seis, a la espera de quienes pidan sus canciones o una serenata. Van impecablemente vestidos con los atuendos típicos: camisa blanca, chaqueta bordada con hilos color oro y botones protuberantes, pañuelo enlazado en el cuello, pantalones ajustados adornados en los costados, cinturón ancho con la notable hebilla trabajada; algunos calzan botines de charol y otros, de cuero.
El atuendo algunos lo llevaban en combinaciones con el color negro como predominante. Otros, con el blanco.
Para coronar la escena solo les faltaba el símbolo por excelencia: el sombrero de ala ancha, al estilo charro, ese icono popular de la cultura mexicana.
Los que me crucé, sin embargo, no llevaban el vestido identitario. Me dijeron que lo tienen a mano, que suelen usarlo cuando los contratan para una fiesta o les piden hacerse fotos; pero que en el día a día en la plaza, cuando van de un lado a otro cantando, no lo usan. “Es un poco incómodo”, confesaron.
La indumentaria mariachi proviene de los rancheros mexicanos, los denominados charros, un siglo atrás. En una pintada en la pared se lee: “Vestirse de charro es vestirse de México”; es una frase del poeta español Manuel Benítez Carrasco.
La ropa se hizo popular con las historias de charros representadas en el cine a partir de la década del 20 del siglo pasado. En los años 30 y 40 causaron furor. El protagonista por excelencia, cantante y galán de esas películas fue Jorge Negrete, conocido como “el Charro Cantor”.
Negrete fue quien popularizó un clásico infaltable en cualquier mariachi que se respete. Se trata de Ay Jalisco no te rajes. Dice un par de estrofas:
“(…)
Y me gusta escuchar los mariachis
Cantar con el alma sus lindas canciones
Oir como suenan esos guitarrones
Y echar un tequila con los valentones.
¡Ay, Jalisco no te rajes!
Me sale del alma gritar con calor
Abrir todo el pecho pa’ echar este grito
¡Qué lindo es Jalisco, palabra de honor!
Con letra del compositor Ernesto Cortázar Hernández y música de Manuel Esperón González, el tema forma parte de una comedia ranchera del mismo nombre, estrenada en 1941 y protagonizada por Negrete. En la célebre película, el galán, acompañado de un gran mariachi, interpreta la canción que daría la vuelta al mundo.
Muchos mariachis de Plaza Garibaldi llevan el bigote fino y el peinado engominado que solía usar Negrete en sus películas.
El género mariachi se remonta a finales del siglo XVII. De ese modo el repertorio acumulado es muy vasto. En Plaza Garibaldi por unos 120 pesos mexicanos es posible deleitarse con alguna ranchera clásica. Además, ofrecen valses, serenatas, corridos y hasta boleros.
La gente llega sin avisar en grupos de amigos o familia y ahí mismo se forma la fiesta. Si el motivo es festejar un cumpleaños, los mariachis te cantan “Las Mañanitas“. Si aparece una pareja toca el tema “Cielito lindo”. Y, para despedir la velada va “El rey”: “Yo sé bien que estoy afuera / pero el día que yo me muera / sé que tendrás que llorar”. Y el clásico coro de lloraaar y llorar, lloraaar y llorar.
Hay versiones según el presupuesto. Puede ser solo a guitarra o, por pesos más, todo un conjunto con violines, guitarrones y hasta trompeta.
Pero en Plaza Garibaldi no solo hay mariachis. Se podría decir que el lugar es una usina del folclore mexicano. Puede disfrutarse de conjuntos norteños, tríos románticos al estilo Los Panchos, y hasta grupos de música veracruzana.
También van vestidos con su atuendo típico. Camisas a cuadros, sombrero de cuero y botas tejanas. Usan otros instrumentos; el arpa jarocha, el requinto jarocho y el acordeón.
Me recuerdan un programa de radio que en mi adolescencia transmitía la emisora Radio Angulo de Holguín, dedicado a la música ranchera. Era furor, al menos en la zona rural.
Plaza Garibaldi resultó ser toda una revelación en mi viaje. ¡Ay, México lindo y querido! Por suerte aquella tarde torcí mi camino.