En Encarta, la vieja enciclopedia multimedia digital en la que me sumergí incontables veces antes de llegar a Internet, fue donde conocí la obra muralística de Diego María de la Concepción Juan Nepomuceno Estanislao de la Rivera y Barrientos Acosta y Rodríguez, más conocido, por razones obvias de economía del lenguaje, como Diego Rivera.
Fue a principios de los 2000. Yo cursaba el primer año de Estudios Socioculturales y debí hacer un trabajo práctico sobre vanguardistas del arte latinoamericano.
Quedé prendado con el artista méxicano por sus alegorías históricas, riqueza iconográfica y la habilidad para combinar el arte moderno con la tradición prehispánica y colonial.
Con esos recuerdos entré a la Secretaría de Educación Pública (SEP) de la Ciudad México, donde Rivera realizó, entre 1923 y 1928, el primer gran proyecto que lo catapultó como referente del muralismo, junto a Siqueiros, Orozco y otros.
Se trata de más de 200 murales pintados en los corredores de los patios Principal y de Juárez del edificio ubicado en el centro histórico de la capital azteca.
La transformación social post Revolución mexicana de 1910 estuvo acompañada por una búsqueda de la identidad nacional y la promoción de la cultura popular.
En este contexto Rivera, quien vivía fuera de México, volvió a su tierra. Fue convocado por José Vasconcelos, prominente intelectual mexicano y ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, para realizar una serie de murales en el SEP. El objetivo era representar en el imponente inmueble la historia de México y promover así la educación artística entre la población.
Diego no solo acudió al llamado; sino que, además, se sintió a sus anchas pintando y creando en aquellas paredes.
“Tengo la ambición de reflejar la vida social de México como yo la veo, y por la realidad y el orden del presente, se mostraran a las masas las posibilidades del futuro. Trato de ser… un condensador de las luchas y anhelos de las masas y un transmisor que les proporcione la síntesis de sus deseos, de modo de servirles como un organizador de conciencia y ayudar a su organización social”, confiesa Rivera sobre este trabajo en el libro biográfico La fabulosa vida de Diego Rivera, del estadounidense Bertram Wolfe.
En medio de este trabajo, Diego Rivera se tomó algunos días para recorrer el país de manera intermitente en busca de material. “Mi mayor deseo era capturar imágenes puras. Fieles a la realidad de mi pueblo. Quería que mi pintura reflejara mi visión de la sociedad mexicana, y que en ella la gente reconociera una visión de futuro”, explicó años después en una entrevista.
Hay algo místico entre lo apacible del lugar y el mar de personajes cuyas voces parecen salir de aquellos murales. Paseamos en aquellos trazos por la diversidad de la vida, el trabajo, las fiestas, costumbres, logros y anhelos populares, el desarrollo de las ciencias y las artes, los héroes.
Rivera utilizó un lenguaje simbólico como parte del cual cada elemento tiene un significado específico y forma parte de una narrativa visual y sociológica.
Para interpretar el mundo de símbolos hay que acercarse a la historia de vida del pintor, donde sobresale la tormentosa relación con Frida Kahlo, resumida en una canción del canario Pedro Guerra: “El elefante y la paloma”, como los bautizó la madre de Frida cuando se casaron.
Entre los murales del SEP me detengo frente a “En el arsenal”. Pertenece a una serie “Corrido de la revolución proletaria” y está ubicado en el segundo nivel del Patio de las Fiestas.
Salta a la vista la lucha y la conquista de derechos por los trabajadores; la sociedad organizada como única manera de llegar a la liberación. Además, hay un énfasis en la conjugación trabajador-intelectual, a tono con las tendencias ideológicas de la época.
Vemos a Frida como figura central y protagónica, que entrega armas a los obreros; muy cerca de ella, observando, aparecen el líder cubano Julio Antonio Mella y la fotógrafa italiana Tina Modotti; a la izquierda del mural, con un fusil, se alza David Alfaro Siqueiros, muralista y luchador; y, a la derecha, asomando solo la cabeza, casi camuflado entre Mella y Tina, aprece el italiano Vittorio Vidali, quien sería uno de los sospechocos en el asesinato del cubano, en 1929. Corona el mural un verso: “Son las voces del obrero rudo lo que puede darles mi laúd”.
Para pintar los más de 4 mil metros cuadrados entre corredores de tres plantas y las escaleras, Rivera utilizó una técnica antiquísima conocida como buon fresco.
Los pigmentos, mezclados con agua, se aplican sobre una superficie de yeso fresco o húmedo. Esto permite que los colores se integren químicamente con el yeso a medida que este se seca. El método requiere rapidez y precisión; los pigmentos deben aplicarse antes de que el yeso se seque por completo.
Diego Rivera dominaba la técnica y la utilizó ampliamente. Su habilidad para trabajar con el buon fresco le permitió lograr una integración duradera y resistente de los colores. Gracias a esta herencia italiana, se han preservado en excelente estado muchas de sus obras a lo largo de casi un siglo.
La intervención plástica de los ambientes del SEP no estuvo exenta de controversia. Sectores conservadores mexicanos consideraron que las imágenes y los símbolos utilizados por el artista eran demasiado subversivos.
Los críticos más asérrimos señalaron la afinidad política de Rivera con el comunismo, partido en el que había comenzado a militar en 1922, un año antes de comenzar a pintar los murales.
A pesar de los fuertes señalamientos y hasta intentos de censura, las más altas esferas gubernamentales argumentaron que la inclusión de temas políticos y sociales en los murales era necesaria para reflejar la realidad del país y promover la reflexión sobre los problemas sociales.
Con el tiempo, los murales de la SEP se convirtieron en una de las referencias más importantes no solo del muralismo mexicano, sino a nivel mundial. Hoy son reconocidas como una de las expresiones más representativas de la cultura y el arte latinoamericanos. El edificio fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura.