Llevo casi dos meses confinado, y en el edificio donde vivo, a siete mil kilómetros de la Isla, en La Plata, una ciudad argentina donde el rock y el tango marcan el pulso musical, mis vecinos ya conocen a Los Van Van.
Por las mañanas, mientras preparo el café, arranco dándole play de manera aleatoria a un compilado de la orquesta más popular de la historia de la música cubana. Así, durante un par de horas, coexisten temas de todas las épocas.
Con el transcurso de los días comencé a disfrutar de una variedad de detalles en la música y las letras que, hasta este momento, no había notado de las basta obra del Tren de la música cubana.
Por ejemplo, el tema Qué palo es ese.
“Qué palo es ese mayombero, qué palo/. Hay muchos palos en el monte/ pero sé que mi palo es vencedor/ Qué palo es ese mayombero, qué palo/ Mi palo es un palo guerrillero/ un palo muy duro de pelar/.
Es esta quizás una de las piezas donde el songo, ritmo afrocubano derivado del son y sello de Los Van Van, se muestra en su máxima expresión. Su creador, el maestro Juan Formell, canta y marca el ritmo con su bajo. El pianista Cesar Pedroso se destaca en los teclados; los pasajes de los trombones de Edmundo Pina y Álvaro Collado han quedado en la memoria del público y Changuito, pilar de la banda y otro gran exponente del mencionado ritmo, le imprime una sonoridad electrónica (nunca antes escuchada en Cuba, en los grupos de música bailable) con un par de paneles samplers que tiene incorporado a su set de percusión.
Por ahí se me va la mano en el volumen porque una tarde, en el ascensor, la señora de los bajos me preguntó si yo era el que vivía en el 8vo b, el que amanecía de fiesta. Ahí me sentí como Genaro o Pantaleón, protagonistas del tema “Me falta un año”, escrita por César Pedroso y publicada en 1990 como parte del disco El negro no tiene na’:
“A las 6:00 de la mañana se despierta Genaro/ con la trompeta en los labios moviliza el barrio./ Si le dicen para un rato/ dice: No puedo parar/ tan solo falta un añito/ para yo graduarme./ Pantaleón otro vecino que vive en los bajos/ amanece con la flauta que ya está estudiando./ Los dos se ponen de acuerdo,/ cada cual desde su casa./ Pantaleón no seas tan malo, grita el vecindario./ Y el responde: Compañeros sólo falta un año./ Me falta una año na’ más.”
Juan Formell con Los Van Van tuvo la enorme virtud de palpar la realidad cubana, traducirla en canciones y hacer que varias generaciones de cubanos bailemos con nuestras propias historias y realidades aun cuando estas pudieran ser poco felices.
Sobre tomar de la realidad como fuente de inspiración para componer, Formell lo explica en “Sur un air de Cuba”, un libro escrito por el periodista colombiano Hernando Calvo Ospina, publicado en 2005:
“Para mí es muy importante ese contacto con la gente porque te permite ser un cronista de la música popular bailable (…).
Uno puede inventar muchas situaciones, pero para que te salgan bien contadas debes haberlas vivido, gozado y hasta sufrido. El cubano siempre está inventando frases y palabras. A veces sale con cosas como: ‘Eso que anda’, ‘Por encima del nivel’, o ‘qué bolá’, que se entienden muy bien cuando se conoce la realidad cubana, pues pueden significar miles de cosas. Uno termina convirtiéndose en un cronista de la vida cotidiana al asumir la ironía, los refranes, la picardía, el doble sentido de tantas frases que se inventan. O sea, uno retoma el sabor del pueblo y les pone música”, decía Formell.
Ahí está la clave de por qué con justeza a Juan Formell y Los Van Van se los cataloga como cronistas de Cuba. Y es que viajar por sus canciones a lo largo de su medio siglo de existencia es una manera genuina de entender la Isla y a su gente.
Rápido y al azar pienso en temas (algunos no muy conocidos) como Cuatro años de ausencia, La titimanía, Constructores por derecho, No soy de la gran escena, Artesanos de la harina, Que vivan los abuelos, Resolución, Con el bate de aluminio, El buena gente, No es fácil, Somos cubanos o La Habana no aguanta más, entre otras decenas de títulos de la vasta discografía de Los Van Van (está íntegra en varias plataformas digitales) que retratan disimiles aspectos o situaciones de la idiosincrasia criolla como la solidaridad entre amigos y vecinos, el chisme, las relaciones de pareja o las discusiones de pelota en cualquier barrio. También piezas dedicadas a enaltecer oficios a los que quizás nadie antes les hizo una canción (y menos una bailable) como el de panadero o el de constructor.
Por eso cuando mi mamá en La Habana me pregunta cómo voy llevando la cuarentena o si extraño, le digo que de este confinamiento y la nostalgia por la Isla me salvan en cierta medida Juan Formell y los Van Van. Y es que mi patria, esa que está hecha no solo del lugar geográfico donde por casualidad un día nací; se cimienta y suena con la cadencia y las historias identitarias de esas canciones.
En Barcelona anoche una vecina catalana desde su balcón requirió la voz alta de un vecino, eran las diez de la noche,el incívico le respondió que hablaba así porque era Cubano.
Sentí un gran vergüenza ajena, porque ser cubano , no es escuchar música de Van Van al amanecer en ninguna estratósfera del planeta , ni interrumpir la tranquilidad de los demás en conversaciones coloquiales , ser Cubano no es sentirse el derecho de ir propagando la mala educación generada en Cuba de un tiempo acá como si fuera otro virus.La educación no tiene identidad, ni nación ,es universal y hay que respetarla, es lo primero que todos lo cubanos deberían de aprender el Respeto a todo y todos.Soy Cubana orgullosa de que el mundo es impresionante más allá de Van Van y la música cubana.
Gracias Kalo, me ha despertado la necesidad de escuchar a los Van Van, un abrazo desde Cuba.