Faltan pocas horas para abrir el referéndum popular sobre el proyecto de Código de las familias en Cuba. El tema ha sido candente dentro y fuera de la Isla desde el mismísimo instante en que estuvo disponible el anteproyecto, en septiembre de 2021. (Ese debate tiene sus raíces, incluso, en el 2019, con el desaparecido y tristemente célebre Artículo 68 del entonces proyecto de Constitución que pretendía modificar el concepto de matrimonio vigente desde 1975).
La cuestión es que este domingo las cubanas y los cubanos tendrán una oportunidad histórica.
Es sencilla la elección. Se decide entre incorporar a nuestras vidas importantes derechos desde hace mucho tiempo postergados o mantenernos sumidos a un obsoleto y vetusto Código de hace casi medio siglo de existencia.
Desde cualquier lectura al documento saltan a la vista los nuevos derechos que quiere garantizar. Del mismo modo, se puede advertir que cada Artículo es resultado de una sociedad y familia inclusivas, que se hacen urgentes, como nunca antes. Es reflejo ineludible, con sus pros y contras, de la hermosa diversidad en la que convivimos.
Estar a 7 mil kilómetros de Cuba desde hace más de una década y, por ende, ser parte ahora de esa cifra de más de un millón de ciudadanos cubanos residentes en el extranjero que no estarán en la Isla el día de la votación, no me alejó del debate. Todo lo contrario. Es más, sentí la responsabilidad de militar el SÍ en cuanto espacio tuviera la oportunidad. En este tiempo de intensos intercambios de ideas y discusión alrededor del nuevo Código de las familias, luego de estudiarlo, me lancé a desplegar argumentos a favor en infinidades de publicaciones en las redes sociales (desde los más sentidos y argumentativos hasta los más delirantes y surrealistas). También en grupos de Whatsapp que comparto con amigos y familiares.
“Cada día que pasa siento la nostalgia de la familia ¿cuántas veces no lo he repetido?”, le escribe José Lezama Lima a Eloísa, su hermana menor, en una de esas cartas que forman parte de un intenso intercambio epistolar iniciado en 1961, cuando ella partió a los Estados Unidos. El sentido ida y vuelta de esas misivas duró cerca de 15 años, hasta poco antes de la muerte del autor de Paradiso, en 1976, y nunca se reencontraron.
La congoja de Lezama es un poco la mía. Quizás, entre otros motivos, por eso me es crucial cada punto del nuevo Código de las familias. Incluso aquel Artículo que crea que no me toca en lo personal. Y es que lo pienso y siento desde lo colectivo, no desde lo individual. En este Código estamos amparados todas y todos.
Imposible, entonces, que no me atraviese lo que se va a votar mañana porque, sencillamente, esos derechos (que en mi humilde opinión nunca se debieron plebiscitar) son también míos a miles de kilómetros de distancia. Son nuestros y de nuestras hijas e hijos. Son de la Cuba diversa que va en el alma de cada cubana y cubano dondequiera esté.
Por supuesto que un SI para la sociedad cubana. Aunque la mayoría de este código no me afecta en lo personal y a pesar de no votar (cuestión que entiendo pues es donde pagas tus impuestos donde debes tener derecho a votar).
Cierto que los derechos no se deben plebiscitar, pero no está del todo mal en tiempos donde pueblos vuelven al medioevo oscurantista por el poder de legislativos y tribunales supremos elegidos en lamentables modos “democráticos”. Un SI grande