En cualquier barrio de Cuba la vida transcurre a un ritmo pausado, como si el tiempo no apremiara. Los vecinos suelen salir a sentarse en la acera, frente a sus hogares, en algún parque o en el malecón. Muchas de estas escenas incluyen a un perro, ya sea descansando a la sombra, deambulando entre los pies de los transeúntes o acompañando a los de su casa. La vida cotidiana en Cuba está llena de pequeñas postales donde un amigo peludo es mucho más que un simple acompañante: es parte esencial de la rutina compartida.
En estos espacios de interacción, los perros se mezclan con las conversaciones, los juegos de los niños y el movimiento de los vecinos. Son protagonistas en la dinámica del barrio. En muchos casos, circulan sin correa las calles, que conocen tan bien como las personas; aunque los riesgos que corren son muy diferentes.
Muchos perros en Cuba, como “sus humanos”, parecen haber aprendido a esperar. Observan con paciencia, con cierto tedio. En un país en el que los recursos son escasos y los problemas son ubicuos, la espera se ha convertido en una constante. Los cubanos esperan, y sus perros también, sea por la electricidad, el agua o simplemente a que el calor ceda con la caída del sol.
En medio de las dificultades, siempre hay espacio para el cariño y el cuidado. Muchos cubanos comparten lo poco que tienen con estos compañeros de vida, confidentes silenciosos y fuente incondicional de afecto. Este vínculo ayuda a sobrellevar la realidad cotidiana.
Caminar por un barrio cubano es presenciar esta relación de solidaridad y empatía. Hay familias que suelen cuidar colectivamente de perros que pasan así a ser comunitarios. El barrio se convierte en su hogar, y ellos, como si entendieran las reglas no escritas de la vida en comunidad, saben a quién acudir cuando necesitan algo.
En las redes sociales abundan tristes historias de abandono, pero también de rescate, adopción y cuidados colectivos. Estas plataformas, además, han sido clave para generar conciencia sobre el bienestar animal y coordinar esfuerzos en el cuidado de los más vulnerables. No obstante, todavía es muy largo el camino a recorrer.
La vida en Cuba no es fácil, pero los instantes compartidos con un perro son como una pausa en medio del caos. Son momentos en los que el tiempo parece detenerse y, aunque los problemas no se resuelvan, al menos por un rato, se vuelven más llevaderos.