Distante del bullicio y las aglomeraciones cotidianas de los miles de turistas que hormiguean por el centro de Roma y sus colosales monumentos, se alza el barrio de Trastevere. Es un lugar singular no solo por su arquitectura medieval, tiendas de artesanías, pintorescas callecitas, originales bares y suculentos restaurantes sino, además, por su apacible cotidianidad.
Son unas pocas manzanas con características vintage, bohemias y, a su vez, modernas. Se llega enfilando hacia el sur de la ciudad del Vaticano, siguiendo la ribera del Tíber, ese que es el tercer río más largo de Italia y que atraviesa gran parte de la capital.
Las mañanas en Trastevere son sosegadas. A partir del mediodía es cuando más movimiento hay. Las callejuelas alfombradas de sampietrini (el clásico e histórico adoquín negro romano) se llenan de visitantes. Entre la multitud se entremezclan, como en ninguna otra parte de la ciudad, lugareños y forasteros. Sobre la tardecita se arma una leve batahola y se copan restaurantes y bares.
El Trastevere (en latín trans Tiberis significa “tras el Tíber”) es la decimotercera de las 14 famosas “rioni” (regiones) en las que el emperador Augusto subdividió la ciudad de Roma durante ese periodo conocido en la historia como la Edad imperial (27 a.C. – 476 d.C.).
El sitio era, por entonces, un lugar apartado, una comunidad de trabajadores humildes. Esas características se perciben aún hoy desde su arquitectura. Abundan casas populares de estilos medievales y otros inmuebles como las iglesias o espacios comunes como plazas y fuentes son nada opulentos si se comparan con sus similares del resto de Roma.
Curiosamente, el ambiente candoroso del barrio se mantuvo incluso después de la Segunda Guerra Mundial, cuando Trastevere comenzó a ser un centro altamente demandado por el turismo nacional e internacional.
Fue por esa época cuando muchas de sus calles comenzaron a aparecer en películas filmadas en Italia por productoras tanto nacionales como foráneas.
Tal es el caso de “Roman Holiday”, una cinta estadounidense de 1953, dirigida y producida por William Wyler, con las actuaciones de Gregory Peck y Audrey Hepburn.
En esta comedia romántica, Ana, una joven princesa de un pequeño país centroeuropeo, decide escaparse de sus escoltas para conocer Roma. Ahí conoce a Joe, un periodista estadounidense que, sin revelarle su oficio, se le ofrece como guía turístico. A bordo de la clásica moto Vespa, la pareja pasea por toda Roma. En una de las calles de Trastevere, ocurren escenas románticas que no voy a narrar para no “espoilearles” el filme.
El encanto de Trastevere también sedujo a Federico Fellini, uno de los grandes directores y guionistas de la historia del cine. Este ilustre italiano, ganador de cuatro premios Óscar a la mejor película extranjera y autor de clásicos como La Dolce Vita (1960), nos legó en su filmografía algunas de las más míticas escenas realizadas en la ciudad eterna.
Trastevere quedó grabado en el documental Roma de Fellini (1971). Entre recuerdos y afectos, podemos disfrutar del mismísimo Federico Fellini callejeando por este pintoresco barrio, explicando emocionado su filosofía particular del cine. Perderse por ese barrio es una experiencia onírica, al más fiel estilo felliniano.
Eso lo captó al detalle Woody Allen, amigo y admirador de Fellini, con quien soñó incluso filmar algún proyecto que, por cuestiones de incompatibilidad de agenda del astro italiano, se fue posponiendo y posponiendo hasta que este murió en 1993.
La cuestión es que con su película A Roma con amor el prolífico director neoyorquino se sacó por fin las ganas de grabar en la Ciudad Eterna. En este filme de 2012, donde desfila un elenco de estrellas internacionales de la talla de Penélope Cruz, Alec Baldwin y Roberto Benigni, Allen muestra cuatro historias paralelas que tienen como epicentro la capital italiana. La protagonista del largometraje es Roma y en especial Trastevere, el más romano de los barrios de la ciudad, el territorio preponderante en una de las tramas principales.