De pequeños tener que vacunarnos era sinónimo de sufrimiento. En los lugares destinados a ese acto por lo general se escuchaba como banda sonora una sinfonía de gritos, llantos y lamentos onomatopéyicos de todos los colores.
La aparición de las diferentes vacunas contra la COVID-19 revirtió esa imagen. Hoy en los vacunatorios hay más festividad que en cualquier discoteca. Creo que en la historia de los descubrimientos científicos en materia de salud, nunca un pinchazo fue más bienvenido, celebrado y aplaudido por multitudes como este contra la COVID-19.
No es para menos, pues hace un año, cuando el mundo se paralizó por esta pandemia de la que poco o casi nada conocíamos, eran remotas las esperanzas de un antídoto que nos inmunizara contra este virus mortal.
Por eso cuando Gloria, de 70 años de edad, vio por televisión en diciembre del 2020 aterrizar en Argentina el avión con el primer cargamento de la vacuna rusa Sputnik V, su corazón se aceleró de la emoción y, pocos días después, en el primer minuto del 2021, alzó su copa y propuso un brindis por la vida que, simbólicamente representaba ese pinchazo del que estábamos muy cerca.
Hasta que la COVID-19 la obligó a encerrarse en su casa, el tiempo a Gloria se le disipaba entre lecturas, películas, salidas al teatro, café con amigas, almuerzos y juntadas con familiares, debatiendo política por Facebook o confabulando viajes a algún destino recóndito del mundo. Pero de golpe casi todo eso quedó congelado y la reclusión pasó a ser su rutina. Mas, el encierro no fue lo peor. Lo asfixiante para ella fue no poder besar, abrazar y sentir la piel de los suyos en su piel.
Así, el día que llegó el mensaje con la notificación a su celular para vacunarse, saltó del sillón en el que pasó la mayoría del tiempo de estos largos y tortuosos meses. También brincó de la cama con los primeros rayos del sol el día en cuestión. Esa mañana, frente al espejo, ebria de gozo, Gloria se acicalaba para ir a vacunarse como si fuera la cita más ansiada. ¡Y sí que lo era!
El momento del pinchazo duró unos segundos y fue la gloria para Gloria. Cuando salió del consultorio parecía aquello una versión criolla del célebre óleo La Libertad guiando al pueblo, de Eugène Delacroix. No era para menos: Gloria ya tenía los anticuerpos suficientes para recibir los abrazos que, de alguna manera, le daban (dan) sentido a su vida y a las nuestras.
Particularmente me emociona ver cuando las personas comparten en sus redes la noticia de que se han vacunado contra la COVID-19. En especial gente de la tercera edad. Quizás porque entre las cosas que más me sacudieron con la llegada de la pandemia fue la alerta de que los mayores de 60 años corren con mayores riesgos para contagiarse de gravedad. El miedo me embargaba más con las fatídicas noticias que alrededor del mundo colapsaban muchos sistemas de salud, incluso de países con todo el poderío económico, como los llamados del “primer mundo”.
En esos momentos la realidad próxima y dolorosa de la vulnerabilidad de la vida me golpeó. Es una especie de ardor que ya había sentido cuando a mi padre lo diagnosticaron con Alzheimer. Aunque nunca estamos preparados, la muerte de mi viejo era esperable en un futuro inmediato. Mas, ahora era (es) diferente porque un bicho microscópico nos mantendría alertas, en un sobresalto constante y hasta agónico.
Fue inevitable que por mi mente desfilaran durante días los rostros de tantos afectos que rondan esa franja etaria. Y Gloria, a quien quiero como a una madre, es una de esas personas.
Mi temor sólo menguó con las primeras noticias de las diferentes vacunas contra la COVID-19. Así, a finales de diciembre del año pasado Argentina comenzó la campaña de vacunación. Hasta ahora, contra viento y marea (campañas mediáticas de desinformación, una oposición política militante de la antivacuna, un escándalo por vacunas a quienes no le tocaban y problemas globales en la entrega de las dosis), ya se han vacunado en el país más de tres millones de personas entre el personal sanitario, esencial y adultos que sobrepasan los sesenta años.
Es poco para una población de 44 millones de habitantes a las puertas de una segunda ola de la pandemia. Pero al menos ya transitamos con algo de luz por el túnel oscuro.
Así mismo, una luz de seguridad y tranquilidad siento, por ejemplo, al leer sobre el progreso constante de los cuatro candidatos vacunales que se desarrollan en Cuba, y que más temprano que tarde, cuando esté listo cualquiera de esos proyectos de vacuna y sean inmunes a este bicho mortal nuestros viejos, nuestra población toda y donde se necesiten esos bulbos allende los mares, la pesadilla quedará en un borroso tiempo gris y seremos testigos de muchas sonrisas por la vida, como la de mi querida Gloria tras vacunarse.