La Habana recuperó este viernes buena parte de su visualidad perdida por la pandemia. Al entrar, finalmente, en la primera fase de la desescalada post COVID-19 ―15 días después que el resto de la Isla―, las guaguas volvieron a transitar sus calles y avenidas, y las personas regresaron al malecón, la emblemática frontera entre la ciudad y el mar, prácticamente abandonada durante meses por pescadores, caminantes, turistas y enamorados.
Los turistas ciertamente no están, al menos no todavía, pero aun sin ellos al añejo muro volvió el calor de la vida, el paisaje humano que lo ha acompañado por años y años, entre besos furtivos y cañas de pescar, trotes ligeros y paseos en familia. Solo que, por ahora, sus protagonistas llevan mascarillas o pañuelos cubriendo sus narices y bocas, y la alegría por la vuelta está aún contaminada por cierta incertidumbre, por cierta incredulidad.
Tampoco las guaguas habaneras fueron este viernes lo que eran antes. No solo por los obligatorios nasobucos, la desinfección de las manos y las pegatinas con las medidas a cumplir, sino también por la cantidad de personas que abordaron los ómnibus, por la tranquilidad mayoritariamente reinante en los que antes de la llegada del coronavirus eran bombas de tiempo, campos de batalla rodantes, amasijos de necesidades y pasiones enlatadas ―y muchas veces desatadas― que hacían parte de la cotidianidad de la mayor urbe de Cuba.
Habrá que ver, claro, cómo sigue esta historia. Cómo se mantiene o transforma el panorama inicial con el paso de los días, aun con las pautas sanitarias y de seguridad establecidas por el gobierno, que en el caso de las guaguas incluyen más inspectores para organizar las paradas, limitación al 50% de la capacidad en el caso de los pasajeros de pie ―los sentados serán el 100%―, y prioridad para los horarios y rutas de mayor demanda. Y habrá que ver, también, cómo se suman a esta dinámica los taxis ruteros, las populares Gacelas y los transportistas privados, que este viernes también arrancaron con cierta timidez.
Por lo pronto, ya La Habana inició su primer fin de semana de desescalada y la gente, que nunca se fue del todo de sus calles y parques, que aun en medio del escenario más complejo y a pesar de las advertencias de las autoridades, se abarrotó en colas y fue a pie de un municipio a otro, desanda ahora la ciudad con mayor soltura, con mayor despreocupación. El coronavirus, lo sabe, sigue ahí ―los ocho nuevos casos reportados este sábado así lo demuestran―, pero después de tres meses de restricciones se respira un aire diferente, esperanzador. Y el malecón, al menos, lo agradece.