Dicen que John Bolton tiene los días contados en la Casa Blanca. Es poco probable, por una razón muy simple, ya que nadie parece querer trabajar con el presidente Donald Trump y para haber logrado contratar a su tercer asesor de Seguridad Nacional, el mandatario optó por una solución de último recurso después que el primer asistente terminó en los tribunales y el segundo se fue molesto por no ser escuchado.
Cuando Trump fue proclamado presidente electo en noviembre de 2016, uno de los personajes que comenzaron a pulular por los predios de la Trump Tower, en Nueva York fue Bolton, convencido de que un giro a la extrema derecha en el gobierno estadounidense representaría su regreso a la esfera del poder. Sin embargo, tras apenas dos encuentros, Trump lo desechó con un argumento tan pueril como el de que no le gustaba su enorme bigote blanco.
Bolton nunca se afeitó el bigote pero hoy su despacho se encuentra a poco más de cien pasos de la Oficina Oval, donde ha diseñado una agresiva línea de acción que ha logrado fusionar la política exterior con la seguridad nacional. Al menos ese ha sido el argumento que Trump ha comprado desde que el asesor asumió el cargo hace poco más de un año.
Después de todo, a Trump le agradó la agresividad de Bolton. Tenía todos los ingredientes para complacerlo, lo colocaría –habrá pensado– en la primera línea de los peones de la geoestrategia mundial. Le daría un cierto estatus entre sus pares. Después de todo –habrá pensado– Estados Unidos es el “policía del mundo” y “yo soy el sheriff”.
Pero la verdad es que, a fin de cuentas, son dos personalidades muy diferentes. Bolton es un halcón fuera de horas, entrenado y filosóficamente creyente en que la Guerra Fría es el mejor escenario, olvidándose de que ahora el mundo es otro, han pasado ya 30 años de la caída del Muro de Berlín y por el mundo han pasado dos generaciones de políticos. Y Trump esta semana ha comenzado a dar señales de que su asesor de Seguridad Nacional no es lo que esperaba que fuera. Para un Presidente que mira a su gestión como una administración empresarial, que alguien le diga al oído que no es infalible y que debe ser duro al negociar, rayando la intransigencia, no es algo agradable.
No lo es por dos razones. Trump llegó a la Casa Blanca asegurando que es el mejor negociador del mundo y desarrolló esa idea de que es el “mejor amigo” del mandatario norcoreano, Kim Jong-un. “Estamos enamorados”, ha bromeado. Pero desde que en febrero fracasó la cumbre bilateral de Hanoi, la mirada de los observadores se volcaron hacia Bolton, a quien atribuyen haber convencido al Presidente de adoptar una postura demasiado radical.
No resultó. Fue un fracaso. Y a Trump no le gustó.
Para Bolton fue un éxito porque desde antes de ir a trabajar a la Casa Blanca ya saltaba de programa en programa de FoxNews, denostando el régimen norcoreano y abogando por un bombardeo terminal. Pero para Trump lo que no sea un éxito no es aceptable.
Es cuando Trump comienza a ver a su asesor de Seguridad Nacional con otros ojos. Se cuida mucho de no criticarlo en público (después de todo sabe que será difícil sustituirlo), pero no le simpatiza. Según The Washington Post, en las últimas semanas el presidente ha manifestado su disgusto con Bolton dentro de su circulo íntimo, que tampoco es tan amplio como se pueda creer.
A Trump le molesta que Bolton “quiera ir a una guerra”. Todo esto porque el Presidente no se siente de ninguna forma inclinado hacia un enfrentamiento militar durante su mandato, pese a que barajó esa idea en la campaña electoral en relación a Norcorea. Dicen sus próximos que Trump en la última semana, tras un par de tuits amenazadores, ha dicho que quiere conversar con Irán, “que tengan una buena vida, una buena economía”, y que en relación a Corea del Norte sigue creyendo que “tiene un gran potencial económico”.
El fracaso en Venezuela
¿Qué ha molestado ahora a Donald J. Trump? Pues ha sido Venezuela. “La insatisfacción del Presidente se ha cristalizado alrededor de su asesor de Seguridad Nacional John Bolton y lo que Trump mira como una postura intervencionista contradictoria con su visión de que Estados Unidos debe mantenerse aparte de pantanos foráneos”, publicó el rotativo.
Es que el presidente, añaden sus íntimos, se queja de que Bolton y sus acólitos han subestimado la fortaleza del presidente Nicolás Maduro. Trump cree, según la misma fuente, que el venezolano es “un hueso duro de roer” y sus ayudantes no debieron haberlo llevado a creer que el opositor Juan Guidó iba a imponerse sobre Maduro en los acontecimientos del 30 de abril.
Ese día, cuando la oposición se lanzó a las calles con el apoyo de algunos soldados, la oficialidad se mantuvo al lado de Maduro. Trump amaneció saludando el “advenimiento” de la democracia en Venezuela en un tuit. Pero al mediodía, Bolton se dio cuenta de que su plan había fracasado y convocó una catastrófica y confusa rueda de prensa en las afueras de la Casa Blanca en un desesperado intento por contener los daños. Pero a Trump no le gustó quedar en ridículo y ni siquiera envió a su Secretaria de prensa a amparar a su asesor.
Además, Bolton, quien logró convencer a Trump en los últimos meses de que el futuro de Caracas pasaba por La Habana con una hipotética enorme presencia militar cubana en Venezuela y acuñó el concepto de que el Gobierno venezolano “está” en La Habana, tendría en ese entonces mucho más que justificar, no sólo porque las cosas salieron mal, sino porque nadie pudo demostrar que en las calles caraqueñas hubiera un solo soldado cubano defendiendo a Maduro.
Fue cuando el asesor de Seguridad Nacional salió con la idea de que había estado negociando con la oficialidad una deposición del presidente venezolano y estos no asumieron compromisos en cuyos detalles prefirió no entrar. Esa misma tarde, el “enviado” de Estados Unidos para Venezuela, Elliott Abrams, se lamentó con aquello de que los generales venezolanos “han apagado sus celulares”.
Al mismo tiempo, como si las cosas no pudieran empeorar, el diario The New York Times, citando fuentes de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), aseguró que la entidad cree que la influencia cubana en Venezuela no es tan amplia como Bolton aseguró al presidente.
“Un área donde la Casa Blanca ha estado en desacuerdo con la CIA es en la evaluación de la agencia sobre el apoyo y participación cubana del Gobierno de Maduro. Bolton y (el secretario de Estado, Mike) Pompeo han criticado constantemente a Cuba por su apoyo al Gobierno venezolano. Pero la CIA ha llegado a la conclusión de que Cuba está mucho menos involucrada y su apoyo (al Gobierno venezolano) es mucho menos importante de lo que creen altos funcionarios de la administración”, dijo el diario.
Días después, la cadena CNN develó, citando a la CIA, que los cubanos en Venezuela no pasan de 2,500 personas en trabajo de inteligencia y asesoría. No los 25,000 de los que Bolton convenció a Trump y éste ha mencionado.
En la arena internacional, tanto Pompeo como el vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, han seguido la línea de Bolton sin dar detalles. Pero ahora se plantea la gran pregunta.
¿Bolton le miente a Trump?
Muchos se preguntan si el asesor de Seguridad Nacional, John Bolton, es del todo sincero en relación a Trump o si se aprovecha de su falta de visión en política internacional. Es un tema de difícil respuesta. Entre otras cosas porque en el año 2002, mientras era embajador ante Naciones Unidas, Bolton lanzó la idea de que Cuba estaba desarrollando armas químicas. Para comprobarlo, el ex presidente Jimmy Carter fue a La Habana, Fidel Castro lo llevó al Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología y el ex mandatario regresó tranquilo. No era cierto.
En términos de mentiras, Bolton ha tenido un buen currículo y uno fuerte porque lo llevó a un enfrentamiento con la CIA cuando Fulton Armstrong, entonces director de la agencia para Latinoamérica y quien fuera uno de los diplomáticos estadounidenses en La Habana a fines de los años 1990, lo desmintió en su cara.
Ese enfrentamiento no contribuyó mucho al avance de su carrera en esa época y Bolton terminó retirándose a su vida privada al terminar su mandato. El actual asesor de Seguridad Nacional era en ese entonces embajador ante la ONU con un “mandato de verano” por parte del entonces presidente George W. Bush, con un término de un año. Bolton salió de la vista pública en decadencia, de capa caída.
Contestar a la cuestión de si Bolton ha estado mintiendo a Trump para hacer avanzar su agenda, es una cuestión subjetiva y necesariamente especulativa.
“No tengo una respuesta definitiva para eso. Pero, sí creo que el Presidente no ha visto toda la información que está a su disposición, principalmente en lo que concierne a las demandas certificadas (a empresas nacionalizadas en Cuba y otro punto de Bolton). Lo único que asevero es basado en lo que el presidente ha dicho públicamente, sobre todo en el tema de las demandas, y es que él ha escogido no enfocarse en las demandas certificadas en los briefings que ha recibido sobre el tema”, comentó a OnCuba el director del U.S.-Cuba Trade and Economic Council, John Kavulich.
Este viernes, el analista de las relaciones bilaterales basaba su razonamiento en un detalle muy sencillo. “En las últimas 48 horas [Trump] ha hablado de sentarse a conversar con representantes de Irán para llegar a un acuerdo. Creo que negociar un acuerdo sobre las reclamaciones por las nacionalizaciones en Cuba es mucho más fácil de lograr que un acuerdo con Irán”, enfatizó.
Y, añade, “no nos olvidemos de que este presidente tiene formas no tradicionales de obtener su información. Conoce mucha gente en Florida donde tiene presencia física, ve mucha televisión, y hasta ahora no ha dicho nada que refleje un enfoque en que quiera negociar para llegar a un acuerdo [de indemnizaciones con Cuba]”.
O sea, Trump podría no reaccionar a lo que Bolton le ha propuesto en términos de incrementar la sanciones a Cuba sino dejar las cosas como están por motivos ulteriores. Motivos que pueden abarcar negocios en el futuro en los cuales, por pura especulación de varios analistas consultados por OnCuba, el presidente estaría apostando después de salir de la Casa Blanca.
Trump ha demostrado, desde su imperio inmobiliario hasta en programas de televisión, que tiene él la última palabra en todo, y no necesariamente quienes lo rodean. A Bolton, “yo lo controlo”, ha dicho a su entorno según la cadena NBC. El problema es durante cuánto tiempo.
¿Tiene Bolton los días contados? Depende del futuro de Maduro y la evolución en Caracas; y de los tribunales estadounidenses en las demandas a Cuba. Si el primero resiste, el presidente se convence de que su asesor de Seguridad no tuvo en cuenta todo lo necesario. Si las demandas al amparo de la Ley Helms-Burton son retrasadas o desestimadas por los jueces, más allá de las elecciones presidenciales de 2020, entonces Bolton es un inútil. Lo habrá dejado en ridículo y a Trump no le gusta eso. Comentará acaso que nunca le gustaron los bigotudos, para justificar sus desaires.