Casi una semana después de que Cuba y Estados Unidos comenzaran a dialogar oficialmente en La Habana, se reúnen en Washington durante dos jornadas (los días 27 y 28 de enero) emprendedores, blogueros, cineastas e intelectuales cubanos para intercambiar con políticos, diplomáticos, periodistas, empresarios y académicos estadounidenses y cubanoamericanos, en un encuentro organizado por el Proyecto Cuba Posible y el Cuba Research Center.
“Cuba y Estados Unidos en tiempo de cambios” fue el nombre de estos debates, a los que asistieron más de 10 cubanos y en los que se confrontó sobre los vínculos culturales entre los dos países, los actuales desafíos políticos en la Isla, la sociedad civil cubana, la necesidad de mejorar los mecanismos de la democracia en Cuba, los potenciales vínculos económicos entre ambos para el futuro más inmediato, entre muchos otros temas decisivos.
OnCuba contactó a tres de los participantes por la parte cubana (Julio César Guanche, María Isabel Alfonso y Roberto Veiga González), y les envió varios cuestionarios, para conocer sus valoraciones sobre el saldo resultante de esos dos días en Washington, los puntos de conciliación y conflicto detectados en el encuentro, y los retos para una posible normalización de las relaciones bilaterales.
Por la propia naturaleza de los debates, con una intervención plural de ponentes, hubo puntos de consenso y puntos en los que todas las partes no coincidieron. La necesidad de mirar la sociedad civil cubana con criterio amplio y la oportunidad que para ambos países podría significar los anuncios del 17D y las sucesivas negociaciones, fueron de las ideas más consensuadas.
Roberto Veiga González es coordinador, junto a Leinier González, de Cuba Posible, un proyecto ciudadano que, según su propio decir, pretende continuar acompañando, de manera positiva y creativa, el actual proceso de reformas que se desarrolla en Cuba.
Veiga sostiene la opinión de que en el encuentro “La mayoría reconoció que ambas sociedades podrían beneficiarse mutuamente y que los cubanos podríamos hacer tributar las ventajas de la relación bilateral a favor del desarrollo del país y, con un mayor equilibrio social, hacer evolucionar a su vez el actual modelo socio-económico-político”.
Sin embargo, también sostiene que, después de dialogar durante largas e intensas jornadas, “casi todos comprendimos que nos conocemos menos de lo imaginado y que aún no vislumbramos debidamente cómo institucionalizar y fortalecer las relaciones entre ambos países”.
Uno de los puntos más discutidos fue el de los derechos humanos en Cuba. En la opinión de Veiga y otros participantes en el evento, el modelo cubano debe lograr grandes cambios, y para hacerlo “de seguro aprenderemos mucho de Estados Unidos, pero debemos ser los cubanos quienes decidamos cuáles serán dichos cambios y cómo lograrlos, sin la injerencia de poderes foráneos ni de mecanismos de subversión”.
Veiga coincide con el ensayista Julio César Guanche respecto a la necesidad de que, en el lapso restante a la administración Obama en el poder, y los tres años que debe seguir Raúl Castro en la presidencia de Cuba, “se pueda seguir una agenda de pasos integralmente concebidos y determinados hacia su concatenación y consecución, que hagan a estas medidas, si no irreversibles, sí al menos muy difíciles de desmontar”.
Guanche, quien presentó un texto en el panel “Debates actuales en Cuba” nos comenta que los puntos de conflicto no son grandes novedades. Sin embargo, el investigador plantea que “es importante poder colocar distintas perspectivas en un mismo espacio de discusión. Con ello, permanecen las diferencias, pero disminuyen los dogmas de fe y las ignorancias recíprocas”.
Para Guanche, las ventajas de este tipo de ejercicio no solo están relacionadas con las relaciones Cuba-USA. El ensayista va más allá y explica que, independientemente del curso de estas negociaciones, “necesitamos en Cuba mucha más comunicación al interior de la sociedad cubana, y muchas más vías de comunicación horizontal entre posturas «no necesariamente coincidentes» sobre este proceso en relación con los EEUU, como también sobre muchos otros temas”.
Otros puntos de discrepancia en la perspectiva de las negociaciones, según Guanche, residieron en el hecho de que la política estadunidense está enfocada en potenciar los pequeños y medianos emprendimientos privados en Cuba, entendiendo que una mayor independencia del Estado otorga mayores cuotas de autonomía en la actuación política.
“Sin embargo –expone Guanche-, la política de Cuba está basada en lo contrario, en potenciar las megainversiones extranjeras directas, y mantener su administración en el sector estatal de la economía, entendiendo que así puede evitar la concentración de la propiedad y redistribuir el ingreso. De esta lógica contradictoria cabe esperar la emergencia de obstáculos para el mayor despliegue de relaciones”.
Al hablar de otros posibles obstáculos Guanche menciona que la normalización “extiende consecuencias que no se refieren solo a una nueva actitud política por las partes oficiales involucradas, sino también al aprendizaje de la cultura de relación entre sociedades con escasa interacción reciente, y a códigos morales para relacionarnos entre cubanos con trayectorias de hostilidad mutua”.
Otra de las que accedió a responder algunas preguntas sobre los debates en Washington fue la miembro de Cuban Americans for Engagement (CAFE), María Isabel Alfonso, quien asegura que uno de los puntos en los que los debates hallaron consenso fue en cuanto a la necesidad de ampliar los mecanismos de participación ciudadana en Cuba.
“Dentro de ello –dice Alfonso- se incluye la necesidad de una ley de asociaciones más amplia que la actual, que se verifique una mejor institucionalidad jurídica en el campo de los derechos humanos”.
El fortalecimiento de la diplomacia entre Cuba y Estados Unidos y la necesidad de reforzar las relaciones pueblo-pueblo estuvo sobre la mesa también. Alfonso opina que estas relaciones son una de las formas más efectivas de ejercer la diplomacia y que “pasos discretos en zonas concretas de cooperación (cultura, música, deportes), son puntos alcanzables y vitales para los cubanos”.
Alfonso considera que dichos puntos de diplomacia suave o «soft diplomacy», “pueden preparar el terreno para la conversación sobre temas más escabrosos, como el de los derechos humanos (…)”.
Abordada sobre las perspectivas respecto a intercambios educativos, Alfonso aseguró que la delegación cubana presentó varias propuestas, como la creación de un programa Fullbright entre Cuba y EEUU y la posibilidad de una universidad norteamericana en Cuba, “acciones que, de ser considerada su implementación, de seguro ocurrirán a muy largo plazo. Lo que sí se puede percibir ya es un auge en los programas de universidades norteamericanas en La Habana”.
Entre las acciones a implementar a más corto alcance, “estaría la continuación de un programa de visas y becas para estudiantes cubanos, pero sin filtros ideológicos (…). Otro aspecto que mencionamos fue la importancia de la enseñanza del inglés en Cuba, lo cual sería una premisa importante para todo tipo de intercambio académico”, comentó Alfonso.
En el evento también tuvieron espacio algunos de los temas más cruciales para el futuro de las negociaciones, algunos de los cuales Raúl Castro exigía hace poco a la administración estadounidense para el normal curso del restablecimiento. Según los participantes entrevistados, aunque todos estos temas no fueron mencionados, sí estuvieron presentes como telón de fondo en los debates.
Algunos de ellos fueron el mantenimiento del embargo económico, el tema de la compensación a las propiedades norteamericanas nacionalizadas en Cuba luego de 1959, las reclamaciones cubanas por las pérdidas que ha ocasionado el bloqueo, el reclamo de devolución de la base naval de Guantánamo, la controversia en torno al mantenimiento de la Ley de Ajuste Cubano…
La semana pasada, Fidel Castro envió una carta a la Federación Estudiantil Universitaria, en la que expone su falta de confianza en las intenciones de los Estados Unidos y su política. Al recordar esta misiva, Alfonso comenta que “Eso no quiere decir que no se debe tratar de construir una cultura de confianza, en la que lo responsable es incentivar lo positivo”.
Sus palabras al respecto son bastante realistas: “Se necesita capital, inversiones, contactos académicos y educacionales, superación, atraer a emigrados de vuelta, incluso para repatriarse hacia el país que los vio nacer. Es importante sustituir las culturas de dominación y resistencia por una de convivencia respetuosa y civilizada, por más difícil que así sea, contando con la situación de asimetría con respecto a los EE.UU. en que se inserta la historia de la nación cubana”.
Roberto Veiga piensa, por su parte, que el éxito en el restablecimiento de los vínculos bilaterales exige que “ambas sociedades, y ambos estados, se conozcan cada vez más, y que la generalidad de las acciones que se acometan desde las dos partes esté signada por la capacidad de generar confianza política”.
Y Guanche nos comenta rotundamente: “La comprensión misma de qué entender por normalización es un reto mayúsculo, cuando antes no fueron casi nunca «normales». En el «casi nunca» radica una posibilidad para hoy”.