Por ahora los mexicanos no son una comunidad influyente en el sur de Florida. Sus miembros no conforman ni siquiera las cinco primeras comunidades de la zona. Su influencia se limita al mundo laboral, donde trabajan en la recogida de naranjas, en jardines privados y en la construcción, pero sin gran participación, lo cual se extiende a la zona central del estado, alrededor del llamado corredor de la carretera 40 y a las actividades agrícolas alrededor del lago Okeechobee.
Pero algunos temblores políticos sobrevienen en la comunidad cubana cada vez que México asume cualquier postura percibida como favorable al gobierno de La Habana. Históricamente, cuando Fidel Castro se aparecía por México o cuando un político mexicano iba a La Habana, había protestas y todo tipo de críticas.
Con la visita del presidente Miguel Díaz-Canel a Ciudad México en ocasión del Día de la Independencia, no iba ser diferente. Pero al contrario de lo sucedido a fines de los 90, esta vez no se ha llamado a un boicot de productos mexicanos en Miami. Quizás porque un gesto de esa naturaleza no tuvo resultados palpables. Ni siquiera la empresa de comida rápida Taco-Bell fue afectada.
Este viernes varias organizaciones de línea dura dijeron apenas que no se rinden frente a los elogios del mandatario azteca, Manuel López Obrador, a su huésped y a Cuba, pero no fueron más allá. Ni siquiera convocaron una protesta frente al Consulado mexicano.
Pero el rechazo esta ahí. Un rápida gira por los cantones cubanos como Hialeah y la Pequeña Habana, dan para notar que el viaje del presidente cubano está siendo seguido y criticado.
“No creo que fue oportuno. México es democrático, no debe compartir visiones con Cuba, un Estado autoritario, ¿me entiende?”, me dice Antonio Contreras, un empleado municipal que se define como moderado. En su opinión, dados los recientes disturbios en julio pasado en la Isla, “lo mínimo que el presidente mexicano debía hacer ahora era criticar la reacción de Díaz-Canel”.
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Más o menos lo mismo piensa su colega Álvaro Muñoz, para quien México “no puede reclamar solidaridad” por su postura en relación con la inmigración suya en Estados Unidos y “no decir una palabra por los abusos” en Cuba.
Consultadas unas 30 personas, la mayoría se pronuncia por la crítica, pero no por el boicot habitual en estas circunstancias. La explicación es casi siempre la misma: “no tiene sentido y es ridículo”.
Pero Mariah Elisa, una mexicana que trabaja como profesora sustituta en una secundaria de Hialeah, aporta un razonamiento poco frecuente. Está casada con un cubano, se quieren aunque él es mucho menos moderado que ella en política. “Mi marido dice que con el castrismo no hay arreglo. Puede ser, pero hay que conversar. Quizás López Obrador está jugando a ser un intermedio entre Cuba y Estados Unidos. Pero yo creo que lo que hay que hacer es buscar que los mexicanos entiendan a los cubanos exiliados. Porque, en fin de cuentas, todos somos inmigrantes”, explica.
Su esposo, Víctor José, la mira con extrañeza. “Nunca me has dicho eso”. Y ella le contesta casi sin pensarlo. “Nunca me has preguntado, siempre quieres criticar primero. No hablar. Ustedes los cubanos nos tienen como indios. No les interesamos”, dice.
Sin un Fidel Castro en el poder en La Habana ni un PRI autoritario en Ciudad México, bien se pudiera comenzar el reconocimiento mutuo de cubanos y mexicanos en Estados Unidos. Y dejarse de una vez por todas de vivir de espaldas con los mismos problemas.
En la frontera ya hay una aproximación. Los mexicanos cuidan a los cubanos y a nadie se le ocurre hacer boicots de tacos y tequilas.