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El nombre de Heydi Sánchez está apareciendo desde hace un poco más de una semana en notas de prensa internacionales, desde NBC hasta The Guardian, CNN o El País. La cubana protagoniza, junto a su esposo y su pequeña hija de poco más de un año, uno de los episodios más crueles que va dejando la implacable política antiinmigrantes de la Administración de Donald Trump.
Heydi fue deportada a Cuba el pasado 24 de abril después de seis años viviendo en Estados Unidos, a pesar de estar casada con un ciudadano estadounidense y haber sido madre en esa nación.
Su historia ha sido como una larga carrera de obstáculos que hoy choca contra la más alta de sus vallas, una que no se sabe aún cómo podrá ser superada.

El inicio
“Llegué a los Estados Unidos en 2019 cruzando fronteras”, cuenta Heydi, quien además asegura que su decisión de emigrar de Cuba estuvo centrada en tener una familia. “Aquí [en Cuba] era imposible, ya había probado todos los largos tratamientos y ninguno funcionó”.
Su entrada a la nación norteamericana tampoco fue un camino de rosas. Luego de recorrer sola, como miles de cubanos, el largo y peligroso trayecto desde Nicaragua, Heydi entró al programa de Protocolos de Protección al Migrante que implementó Trump en su primer mandato y que obligaba a los solicitantes de asilo a esperar en México mientras sus casos eran procesados en Estados Unidos.
“Yo tenía que entrar a los Estados Unidos y regresaba a México. Fui a la primera corte, y a la segunda corte no pude asistir por problemas muy personales. A los días regreso, hablo con el oficial que está en el puente y le explico lo sucedido y él me dice que me deja pasar solo a decisión del juez.
“No me llevaron ante el juez, simplemente me dijeron que ya tenía orden de deportación y que me iban a llevar a un centro de detención. Pasé nueve meses detenida, sin caso ninguno, supuestamente me iban a deportar, estuve en Laredo, Louisiana, Miami, otra vez Louisiana, otra vez Laredo y Taylor que es donde me sueltan bajo supervisión como I-220B.
“Desde que yo estaba en los centros de detención mi familia contrató un abogado para tratar de reabrir el caso, nunca nos dimos por vencidos, siempre tratamos de hacer algo, tuve cinco abogados. Mi esposo dijo: ‘vamos a hacer las cosas bien, vamos a casarnos legalmente, poner la petición’, esperando y confiando que en algún momento me dieran la oportunidad de poder legalizarme, pero no fue así”.
Este fue el camino que mantuvo a Heydi en un estado no solo irregular, sino totalmente indefensa desde el punto de vista legal.

A pesar de ello la cubana emprendió una vida con total normalidad. Estudió y se formó como asistente de enfermería, profesión que ejerció hasta último momento (era cuidadora de una persona mayor que padece de cegera y sordera), conoció a su actual esposo con quien mantiene una relación desde hace cuatro años y logró su sueño de crear una familia.
“Mi vida en los Estados Unidos era muy tranquila, de mi casa al trabajo y del trabajo a la casa. Nunca tuve ni un ticket [multa]. El objetivo era lograr tener familia, que nos costó mucho trabajo, pero esa era nuestra meta, nuestro sueño, lograr tener nuestra casita, nuestra bebé y así fue”, nos narra.
Su pequeña es fruto de un proceso de inseminación in vitro, único procedimiento válido para Heydi, quien asegura pasó más de 20 años en tratamientos antes de emigrar.
“Yo llevé todo mi diagnóstico de aquí y el médico dijo ‘no vamos a perder tiempo’. El primer embrión lo perdimos, después de que me lo habían implantado no prendió. Pasamos como seis meses esperando para poder poner el otro embrión y fue el que prendió. Esa niña es mi milagro”, dice Heydi entre lágrimas, las cuales han sido la constante desde que asistiera a esa cita migratoria el fatídico martes 22 de abril. Dos días después llegó deportada a La Habana.

La pesadilla
“Cuando me liberan en los Estados Unidos, me dejan bajo supervisión. Cada cierto tiempo, cada seis meses, un año, yo tenía que acudir a las citas de ICE (Servicio de Control de Inmigración y Aduanas). Ellos simplemente ponían otra firma en la planilla y me daban fecha para otro año, por ejemplo.
“De repente me ponen cita en noviembre y luego en marzo y de repente en abril otra vez, y eso me llamó la atención porque era muy pronto. Le comento a mi abogada y ella rápido se pone las pilas.
“Me llaman el lunes en la tarde, yo estaba trabajando, y me dicen que el oficial que me atiende decide cambiar mi cita para una semana antes, es decir, eso fue un lunes, para el martes. Yo le digo que necesito prepararme en el trabajo, buscar a alguien que me cubra porque ahora mismo yo no puedo decir mañana voy a faltar porque esa persona se queda descuidada. Y además tengo una niña chiquita que necesito organizarme. Me dijo que no, que el oficial quería que me presentara.
“Me encerraron en esa oficina con mi abogada. Ella le explicó todas las cosas de la niña, todo el proceso que yo he pasado, todos mis documentos en orden. Pero el oficial dijo que ya eso no servía, que ya eso estaba decidido.
“Ahí es cuando me dicen que llame al papá de la niña, que la venga a recoger, que yo voy a quedar bajo custodia de ICE”, revive su pesadilla para OnCuba.

“Nunca me preguntaron si podía llevarme a la niña. Al contrario, yo le gritaba, llorando le supliqué, ‘por favor, no me quites a mi niña. Eso es lo único que yo tengo, yo pasé mucho trabajo para tener a mi niña, no me quites a mi niña’. Esa opción a mí no me la dieron, a mí nunca me preguntaron”, responde a uno de los puntos más importantes en este caso y que difiere de otras deportaciones que la administración Trump ha realizado en las últimas semanas y en las que los pequeños hijos de emigrantes han sido deportados junto a sus padres a pesar de ser ciudadanos estadounidenses por derecho de nacimiento.
“Cuando me quitan la niña, rápido me ponen esposas y me llevan a una celda. Eso fue en la mañana temprano. Como a las 3 de la tarde nos llevan en un bus para la cárcel de Pinellas. Ahí pasamos la noche.
“Al otro día nos vuelven a trasladar a las oficinas de ICE en Tampa, hasta las 4 de la tarde que viene un bus que nos lleva a Miami. Llegamos sobre las 10. Esperamos en el Centro de Procesamiento Krome hasta la madrugada, en el bus, esposados. Nos llevan como a las 3 de la mañana a BTC (Broward Transitional Center). Allí nos dieron el mono gris y nos hicieron cambiarnos rápido, y al aeropuerto”, relata sobre la experiencia vivida por ella y otros 81 cubanos que fueron deportados en ese mismo vuelo, esposados manos, pies y cintura durante el proceso.
“Todos con su historia”, dice Heydi, aunque sin dudas la suya sea una de las más desgarradoras.

“El avión salió sobre las 10 o 10:15 de la mañana, más o menos”, nos detalla para terminar el relato de lo vivido en las 48 horas que han fracturado su vida y la de su familia, donde realmente la más afectada es su pequeña.
“En el momento en que despegó ese avión, yo dije ‘¿y ahora cuándo voy a volver a ver a mi niña?’. Mientras el avión se iba alejando, yo perdía el consuelo. Es muy difícil, pasamos mucho trabajo para poder tener esa bebé y arrebatármela así de las manos, verla como ella está ahora sufriendo es muy duro. Yo puedo llorar, puedo gritar, pero ella no sabe cómo expresar lo que está sintiendo”, dice visiblemente desesperada.

Los interminables días después
Heydi está quedándose actualmente junto a su madre y su padrastro, en la casa de este último en La Habana. Ella, como otros muchos cubanos vendió sus propiedades para emigrar y deja muy claro que “aquí estamos prestadas” refiriéndose al inmueble, que además presenta visibles problemas constructivos.
A Cuba llegó con lo que tenía puesto al asistir a la cita de ICE y el dinero que poseía en ese momento le fue entregado en un cheque que no tiene manera de cobrar en la isla.
Su pequeña está en su casa en los Estados Unidos al cuidado de su padre y su abuela paterna.
“Ahora mismo la niña está muy inquieta, no para de llorar, no quiere comer sus comidas. Es horrible a la hora de dormir porque me llama, me grita. Yo tengo que subir dos cuadras para lograr conectarme y cantarle para que ella se calme. Ella no sabe, no entiende por qué su mamá no está. Lo único que me dice cuando hablamos es ‘mamá ven’”, dice Heydi, quien entre otros dolores vive el de tener que extraerse y botar la leche de sus senos de los que aún se alimentaba su bebé.
“Yo estoy sufriendo, pero la niña está sufriendo más que yo y no están mirando las consecuencias de lo que va a causar en ella. Eso es lo que más nos preocupa a mi esposo y a mí ahora, el estado de salud de la niña”.

Hace tres meses su pequeña mostró un episodio grave de convulsiones que actualmente se encuentra en investigación médica y sin diagnóstico.
“La niña últimamente está presentando ataques de epilepsia Se está atendiendo con un neurólogo. Estamos esperando resultados, recién le hicieron un escáner, y un electro. Están haciéndole cosas a ver si le está afectando su cerebro, si puede traerle algún trastorno”, explica preocupada por las consecuencias que pueda provocar en esta circunstancia la inestabilidad que vive hoy la pequeña.

“Nosotros no queremos nada de política”
A más de diez días de su deportación, y a pesar de la visibilidad que ha alcanzado su caso, y de todas las gestiones que su esposo y abogada están haciendo en Estados Unidos, hasta ahora no ha habido ningún pronunciamiento del gobierno de ese país.
Tampoco en Cuba Heydi mantiene ningún vínculo con las autoridades de la isla, más allá de la atención recibida a su entrada.
“Yo entré mal, de mis pechos se botaba la leche y enseguida me apoyaron con una psicóloga que me dio ánimo, me dio fuerza, pero ya. Nosotros no queremos nada de política, no nos interesa, lo único que nos importa es reunir la familia nuevamente”, deja claro.
“Estamos recogiendo firmas para que nos apoyen y que llegue a donde tenga que llegar y le ablande el corazón a la persona precisa. No sé quién pueda ser, pero yo le imploro, por favor, que nos ayude con una visa humanitaria. No por mí, no por mi esposo, sino por la niña que es quien más lo necesita.
“Yo tal vez pueda aguantar pero la niña no, ella no tiene culpa, ella no vino a este mundo a sufrir así y por ella soy capaz de cualquier cosa”, asegura.
—¿Tienes fe?, atino a preguntarle.
—Sí, tengo mucha fe en Dios.