El caricaturista Bill Griffith y su viaje a Cuba

La función de un creador no es aportar fórmulas y recetas, sino constatar la riqueza, vitalidad y contradicciones de la realidad —en este caso, de la cubana, en general bastante desconocida y usualmente poco relevante más allá del sur de la Florida.

Bill Griffith. Foto: Ink Publications.

El caricaturista Bill Griffith es el creador de Zippy the Pinhead, un personaje-payaso que fustiga el consumismo y otras aristas de la realidad estadounidense.

El autor hizo un viaje de dos semanas a la Isla.  Griffy —personaje que constituye una suerte de alter ego del artista— la define de la siguiente manera: “Cuba es algo así como una Irlanda tropical provista de un exuberante verdor y de gentes abiertas y amistosas cuya simpatía y carencia de distancia emocional son intimidantes”.

 Lo hace por vía negativa, es decir, teniendo en cuenta lo que no es usual en su cultura originaria, donde el individualismo y las inseguridades de la vida cotidiana llevan a las personas a tratarse con una dosis de distanciamiento, sobre todo en las grandes ciudades. Esta es, en última instancia, la causa del impacto: por oposición a la suya, la cultura cubana es extrovertida, comunicativa, interactiva, abierta, solidaria…—enfatiza Zippie— “son tan humanos…”.

Se produce entonces un diálogo entre el payaso y Griffy: “Los cubanos son seres diferentes a los que he conocido. Las reservas les son ajenas o no conocen el retraimiento. Te envuelven con su manto de intimidad, son unos seres tan vivos que es realmente aterrador”. A lo que Zippy responde: “Lo sé. Me siento emocionalmente drenado con solo preguntar por una dirección en la calle, de regreso al hotel”.

Ello lo conduce a un shock emocional aún mayor al salir de La Habana y llegar a Cienfuegos, un viaje que pone en solfa, por la vía del humor, el racionalismo de su cultura: “¿Qué me está pasando aquí?”, se pregunta. “¿Por qué me conmueve tanto la intensidad emocional de esta gente? Esto es demasiado para mi reprimida alma yanqui, curtida por los medios de comunicación. ¿Acaso los estaré idealizando? ¿O mi deseo de soledad en la nieve será un mecanismo de aislamiento emocional contra cualquier ser humano? ¿Es esto de algún modo una forma de re-nacimiento? ¿Cuándo dejaré de analizarlo todo para así poder disfrutar el momento?”.

Y entonces reflexiona: “Es cómico, pero incluso en sus excesos los cubanos me parecen más humanos que la mayoría de mis compatriotas… Me siento atrapado en un torbellino generador de ideas y sentimientos. ¡Por primera vez en mi vida no me siento alienado!”.

El autor se ve absorbido no por la vida nocturna, los cabarets, los enclaves turísticos o la música tropical, sino por los seres humanos. Este es, si alguno, el rasgo distintivo de su enfoque. Evade, pues, los lugares comunes para concentrarse, en cambio, en lo que muchos no ven, es decir, en la existencia de personas reales en las que se mezclan la curiosidad, la voluntad de un intercambio humano sin motivaciones espúreas —esos hustlers tan frecuentes cuando se trata de turistas– con una persona que porta una cultura diferente. En un pueblo de campo, mientras Griffy dibuja, tres niños se le acercan para, simplemente, ver lo que hace, lo cual le motiva la siguiente reflexión:

“Generalmente estoy acostumbrado a esto; pero es diferente. Esa niñita observando con tanta atención lo que estoy haciendo… y tiene su mano en mi hombro. Está completamente absorta en la experiencia, mirando sin parar el dibujo y el modelo. No está pidiendo limosna. No quiere nada de mí, solo mirar. Es algo así como una inocencia pretelevisiva. Creo que si lo pienso con más detenimiento, voy a llorar”.

Su discurso está marcado por una visión corrosiva de su cultura-matriz. En ella, afirma el creador, no existe la vitalidad de los cubanos, a pesar de sus vidas cotidianas, llenas de problemas: “Allá en casa todos vivimos en nuestras pequeñas unidades individuales de consumo. Aquí se vive la vida, con muchos problemas, es cierto, pero se vive la vida””.

No sorprende entonces que lo bueno de Cuba, según su pensamiento, consista en no haber sido marcada por lo que denomina “la mcdonalización”, un símbolo de la estandarización y, en último análisis, de pérdida de la identidad en el contexto de la aldea global hegemonizada por las industrias culturales. Griffy y Zippy dialogan caminando por La Habana Vieja:

Griffy: ¡La Habana! ¡Tremendo lugar! ¡Es una gema arquitéctonica! ¡Y sin McDonald’s a la vista!

Zippy: Sí, pero seguro que habrá muchos Kentucky Fried Chicken y Burger Kings. ¿Verdad?

Griffy: No, Zippy, aguántate. ¡Estamos en uno de los pocos lugares del planeta que no ha sido tocado por la cultura comercial estadounidense!

Foto: Amazon.com

Como personaje, Zippy es un producto típico de la cultura del consumo, una de las razones por las que el punto de vista del caricaturista lo asume como un idiota. “Mucha gente me escribe cartas ácidas diciéndome que Zippy es un estúpido”, declaró Griffith en una entrevista. “Y eso es precisamente lo que no entienden, que es un estúpido”. Pero a la vez, encarna al etnocentrismo: para Zippy, es imposible que el mundo pueda existir sin esos símbolos de la cultura estadounidense. Según dice, Cuba es el país “de donde es el cubismo”…

La permanencia del payaso en la Isla transcurre casi únicamente entre helados de chocolate y añoranza de hamburguesas; solo muy de tarde en tarde articula dos o tres pensamientos coherentes respecto a una cultura que no entiende, ni en el fondo puede entender: “carreteras vacías, carros fabulosos y helados deliciosos”, reflexiona. “¿Quién dijo que el socialismo no funciona?”.

Por otro lado, se enfrenta también al problema del potencial migratorio de la sociedad cubana. El exterior —escribe un especialista— se ha convertido para muchos cubanos en una aspiración socioeconómica, en una forma de futuro de vida que supera la realidad nacional, en una especie de búsqueda existencial, lo cual se manifiesta no solo en el aumento sostenido de la emigración hacia lugares de asentamiento histórico, sino también en la existencia de comunidades cubanas en países donde tradicionalmente no las hubo. Sobre este contexto, el artista testimonia un interesante diálogo con potenciales emigrantes. Dos le dicen:

Cubano 1: —La Revolución nos ha dado muchas cosas… salud, educación, servicios sociales… ¡Pero ya estamos cansados de sacrificios!

Cubana 1: —¡Todavía somos patriotas! Pero ¿por cuánto tiempo debemos seguir sufriendo mientras el resto del mundo progresa?

Es obvio que el punto de referencia del Cubano 1 no es exactamente el resto del mundo, sino el Primero y, sobre todo, los Estados Unidos. Hay aquí un problema implicado: la idealización de la vida al otro lado –el Yuma, le dicen. En ello incide una pluralidad de factores, entre los cuales cabe destacar la influencia histórica de la cultura estadounidense en un escenario de crisis económica.

Griffy trata de enmendar ese simplismo con el testimonio autorizado de un ciudadano estadounidense: «¡Los Estados Unidos tampoco son una utopía, odio decírselo!». El riesgo es el de siempre: la recepción de ese discurso  como un teque político, la renuencia a aceptar la existencia de problemas en el lado de la abundancia que, por graves que sean, se percibe no pueden ser iguales o superiores a los de la vida cotidiana en Cuba.

Bill Griffith. Foto: Ink Publications.

Este mecanismo, signado por la propensión a lo rotundo, determina en fin de cuentas que se pierda, como afirmó una vez la socióloga Miren Uriarte, «la complejidad de lo que quiere decir vivir en un país como los Estados Unidos, con toda la panoplia de contradicciones y problemas de ser latino».

Las lecturas de Zippy the Pinhead en Cuba pueden ser polisémicas. Queda sin embargo fuera de toda duda la obra del artista y su visión desafiante y personal. En definitiva, la función de un creador no es aportar fórmulas y recetas, sino constatar la riqueza, vitalidad y contradicciones de la realidad —en este caso la cubana, en general bastante desconocida y usualmente poco relevante más allá del sur de la Florida.

 

 

 

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