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Pactamos el encuentro por videollamada. Antes de que entrara a la reunión virtual, durante los pocos minutos que duró mi espera, me fijé en la foto de perfil del abogado, empresario y excongresista Joe García (Miami Beach, 1963), con quien iba a conversar por segunda vez en las últimas semanas, interesada en la repercusión de las políticas de Trump para los cubanos.
Tuve tiempo de decidir que esa foto sería el pie para iniciar la entrevista. En la imagen, García aparece saludando a Barack Obama, artífice del breve deshielo entre Cuba y Estados Unidos que comenzó a finales de 2014 y expiró en enero de 2017 con la llegada a la Casa Blanca del Gobierno Trump-Pence.
“Una de muchas”, me dice cuando le comento que me ha llamado la atención su foto, tan política.
Estamos viviendo una época muy distinta a la de ese intento de normalización de relaciones entre ambos países y no puedo evitar iniciar el diálogo tirando de esas memorias envueltas ya en nostalgia.
Probablemente ese es el sentimiento más punzante y cotidiano entre quienes padecemos la lejanía física de Cuba. Pero en Miami, más que en ningún lugar, se desayuna, se almuerza y se come nostalgia por Cuba. A veces se manifiesta a través de dulces evocaciones; pero otras, de enconados enfrentamientos.
La nostalgia mezclada con frustración, desarraigo, pérdida… sentimientos atizados por la retórica confrontacional que algunos líderes propagan, medios de comunicación, influencers en redes sociales —no solo hacia el Gobierno de La Habana, sino también dirigida a miembros de la comunidad—, alimenta la creciente radicalización política en el enclave cubano.
Con tanto poder…
Joe García fue el primer demócrata cubanoamericano en representar, entre 2013 y 2015, a Florida en el Congreso. Hoy en Washington hay un secretario de Estado y tres congresistas republicanos de origen cubano. Sin embargo, es probablemente el momento de mayor desasosiego para la comunidad, que ve cómo se diluyen sus privilegios del pasado y crece la inseguridad sobre su estatus migratorio.
Más de medio millón de cubanos están en peligro de ser deportados. De ellos, unos 110 mil que ingresaron bajo el Programa de Parole Humanitario entre 2023 y 2024 podrían perder su derecho a permanecer en Estados Unidos. De momento, la jueza Indira Talwani detuvo el mandato de la Administración Trump. Pero es probable que el Gobierno, en sus apelaciones, llegue hasta el Tribunal Supremo, donde podría conseguir una victoria.
También los cubanos que entraron al país con I-220A e I-220B están en un limbo legal y podrían ser deportados. Varias personas han sido arrestadas en las últimas semanas por el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE). Uno de los casos más recientes ha sido el de Heydi Sánchez Tejeda, quien tras cinco años en Estados Unidos, acudió el martes pasado a una cita ante ICE, y terminó arrestada y deportada a Cuba. Su esposo, Carlos Yuniel Valle, denunció el caso entre lágrimas, con la pequeña hija de ambos en brazos.
Por su parte, el congresista Carlos Giménez ha propuesto suspender viajes y remesas a Cuba y ha entregado al Gobierno federal una lista de cubanos acusados de ser “agentes”, “represores”, “infiltrados” del comunismo. Las fuerzas de seguridad han iniciado la ejecución de los apresamientos y deportaciones y hacen llamados para que la ciudadanía colabore ofreciendo información, incluso bajo anonimato.
Tanto Giménez como María Elvira Salazar, Lincoln Díaz-Balart y Marco Rubio han sido descritos como “traidores” en una valla colocada en la autopista Palmetto, entre las ciudades Doral y Hialeah. El Caucus Demócrata Hispano de Miami-Dade que promovió esta campaña dijo que “en lugar de defender a nuestras familias, se han mantenido en silencio mientras las comunidades inmigrantes son atacadas, detenidas y deportadas”.

Argumentos para el cambio
La conversación con Joe García va a girar en torno a estos acontecimientos. Durante el Gobierno de Biden, García, quien fuera también director ejecutivo de la Fundación Nacional Cubanoamericana de Jorge Mas Canosa, se mantuvo muy activo, haciendo lobby, acompañando al emergente mundo del emprendimiento privado en Cuba para impulsar nuevas relaciones entre empresarios de ambas orillas. Parecía estar tratando de favorecer argumentos que estimularan a la Administración para cambiar su política hacia Cuba.
No consiguió mucho con los demócratas en Washington, que se fueron casi “en blanco”, a pesar de las múltiples peticiones y expectativas, y mantuvieron los rasgos principales del esquema de máxima presión hacia Cuba que había implementado Trump en su primer mandato.
Tampoco con el Gobierno cubano, sumido en el pantano de una crisis multidimensional muy aguda en Cuba, García pudo lograr mucho para reactivar nuevos diálogos.
Con la llegada de Trump otra vez a la Casa Blanca y estos republicanos será todavía más difícil. Sin embargo, Joe García insiste en enfocarse en las oportunidades. El poder concentrado en la mayor representación cubana en la política nacional se pinta como un gran momento. “Pero hay que saber usarlo” y abandonar “viejas tácticas”, dice.
Mi primera pregunta casi no tuve que pronunciarla. Cuando comencé a hablar de Obama, Joe García “se conectó” con el año 2015 y comenzó por contarme su primer viaje a la isla:

Llegar al Paraíso (en el Cotorro)
Fue una cosa reveladora para mí porque yo me había pasado casi mi carrera entera en el tema de Cuba. Hablaba mucho de Cuba, pero nunca había estado allí, y la apertura de Obama me da la primera oportunidad de viajar. Fue realmente increíble. Fui con mi hija porque pensaba que no se iba a repetir.
Fue chocante para mí, visualmente, porque yo me había caminado toda Cuba detrás de las narraciones de mis abuelos y mis padres. Mi abuelo fue chofer de la ruta 7 y, en el camino de Rancho Boyeros hacia la ciudad se me ocurrió decirle al chofer del taxi que si podíamos pasar por el Cotorro.
“¿Tú sabes a dónde vas?”, me dijo. “Sí, al reparto Paraíso”. Le preguntamos a un hombre: “Oiga, ¿dónde está el Paraíso?”, y dice: “Aquí mismo”, y se mete y se sienta para llevarnos hasta la entrada del Paraíso y entonces yo le describí la casa… tenía estos pisos, era de clase media… Había un hombre parado sin camisa con shorts y le preguntamos: “¿Usted sabe dónde está la casa del capitán García Mari?”. Y dice: “Es esta. Mira, los nombres de los hijos”. La casa se llamaba Margalipe —Margarita, Alicia y Pepe— que eran los tres hijos de mi abuela.
El taxista dice: “Entre, entre a la casa para que la vea”, pero el dueño de la casa no me invitó a entrar. Entonces me tiro una foto delante de la fachada con mi hija. Nos montamos en el carro y seguimos adelante. “Ay, pero eso es una casita chiquita”, dice mi hija. “¿Y quién te dijo que nosotros éramos latifundistas o millonarios?”, le respondí. Era una casa normal y corriente en el Cotorro. Pero fue una cosa muy… Tú sabes, ver todo eso de pronto y compartir eso…
La alegría de los cubanos
Fui en el viaje en que izaron la bandera en la Embajada de Estados Unidos, con el secretario de Estado John Kerry. Estuvimos en ese evento y en una recepción en la casa del embajador. Fuimos luego a un restaurante que está en uno de los edificios que miran al Malecón y había allí un grupo de cubanoamericanos prominentes: Carlos Gutiérrez, el exsecretario de Comercio; me parece que estaba Mike Fernández también.
Había varios emprendedores norteamericanos —les decían “los magníficos siete”, porque eran siete multimillonarios; yo no era parte de ese grupo—. Y me acuerdo que ahí estaba Gustavo Machín, que yo no lo conocía más que por foto. Me le presento y él me dice: “¿Qué piensa de Cuba?”.
“Es mucho más bello de lo que me imaginaba”. Me dio un poquito de emoción.
Estábamos viviendo una gran experiencia. Fue increíble caminar la ciudad e ir a ese evento y ver la alegría de los cubanos. Y no contenida. En la calle entera había como una euforia que había capturado el lugar, por las posibilidades que se presentaban.
Obviamente, el Gobierno cubano quería emitir eso: todos los edificios llenos de banderitas cubanas y americanas. Fue una cosa realmente impresionante e interesante, y lo disfruté enormemente.
En ese contexto me entrevistan Granma, la radio cubana… Estaba el cardenal [Jaime Ortega]; estaba Josefina [Vidal]; no la conocía muy bien, pero habíamos intercambiado cuando yo era congresista. Y mucha gente que conocía la temática de Cuba.

Es parte de Cuba
De nuevo, pensé que el gran error era que habíamos hecho esta apertura dejando fuera uno de los actores principales: el exilio cubano. Muchos participaron, pero otros no iban; Obama no los forzó a ser parte de esa solución.
Esta no es una batalla solo entre americanos y cubanos. Puede que haya empezado así, pero los cubanoamericanos en el exterior, en particular en los Estados Unidos, hemos movido al Gobierno norteamericano hacia nuestra posición y nuestra batalla.
El Gobierno norteamericano no es un jugador neutral; es, en muchos sentidos, un instrumento de la voluntad de la comunidad cubanoamericana.
Tanto cuando hablo con los norteamericanos como cuando hablo con los cubanos, les digo: si no involucras a los cubanoamericanos, el problema no se resuelve, porque no es un exilio, es parte de Cuba. Y la batalla de Cuba no es una batalla bilateral, es también una guerra entre cubanos.
Los cubanoamericanos tenemos un papel, por nuestro éxito económico y nuestro afán por esta temática, y porque siempre se refresca el exilio. Generación tras generación vienen nuevos y cambia el exilio.
Cincuenta años después de la Revolución rusa, los nobles rusos que se habían ido a París ya eran parisinos, sus hijos ya no hablaban de Rusia, aunque posiblemente mantenían sus títulos nobles rusos por el valor que les daba en Francia. Pero se habían olvidado de la posibilidad de ser parte de su país.
En el caso de los cubanoamericanos, mantenemos una identificación con Cuba mucho más patente. Yo mismo, que te hablo del Cotorro y conocía la ruta 7 de mi abuelo, sin haber estado nunca en Cuba.
Parte del error de los Gobiernos de Cuba y de Estados Unidos es haber tratado de resolver el problema sin los cubanoamericanos.

MR: Por décadas ha habido convergencia entre los intereses de ese exilio y del Gobierno de Estados Unidos, pero hoy se están viendo fracturas, se está perdiendo el halo protector mientras, paradójicamente, hay más representación de ese exilio en el centro del poder federal.
Hay una frase que dice: “Cuando Dios te quiere castigar, te da lo que quieres”. Y no ha habido comunidad cubanoamericana con más poder que la de hoy día. No será de mi partido, pero reconozco que mis colegas del Partido Republicano han llegado a poderes que el propio Mas Canosa nunca hubiera podido soñar.
El diálogo de finales de los 80 fue un monólogo de Fidel, porque tenía un gran poder; se lograron muchas cosas, pero también se destruyó el exilio cubano. Ese poder que tuvo Fidel para enmarcar el momento y usarlo para su conveniencia trajo también el Mariel y una serie de eventos que enrarecen la cosa.
La Fundación Nacional Cubano-Americana (FNCA), de la cual yo soy un producto en muchos sentidos, nace en ese momento [1981] y fue precisamente porque los líderes del exilio se habían sentido usados.
Con el Mariel, por primera vez hubo una migración que puso en cuestión la generosidad de los americanos para con los cubanos. En esa oleada había criminales que el Gobierno de Cuba soltó de las cárceles, homosexuales que fueron forzados a emigrar, y llegaron a una comunidad que… sin decir la ficción de que eran todos “rabiblancos”, como les dicen en Panamá, indudablemente había tenido a los más ricos y una sólida clase media.

Los “rabiblancos” de la Revolución cubana
Los cubanoamericanos antes de los 80 eran casi todos blancos. Y de pronto viene Mariel, que nos hace cuestionarnos unos a los otros: ¿Somos cubanos todavía? Porque nos tropezamos con cubanos que no conocíamos. Los contactos entre Cuba y los Estados Unidos habían sido muy difíciles. Obviamente, no estábamos recibiendo a los rabiblancos de Cuba.
En contraste, por ejemplo, con la inmigración de los últimos cinco años hemos vuelto a recibir a muchos de los “rabiblancos” de la Revolución cubana. Gente con mucha educación, con nexos previos con esta comunidad; gente que tenía cuasi negocios en Cuba y propiedades que pudieron vender para venir o que tenían familias exitosas aquí que los pudieron traer.
Entonces, créase o no, esta última inmigración que ha llegado es similar a la primera si lo mides en niveles de cultura, educación. Yo discrepo en esto con mucha gente, pero me siento cómodo al decirlo: si la emigración de los 60 era de oro, esta es de platino, porque, además, son jóvenes, más educados en términos de escolarización, son tecnócratas en muchos sentidos, profesionales, aunque muchos de ellos no usen esos títulos aquí.

Los golden boys de la batalla contra el comunismo
La primera generación, como tenía un nivel tan alto, tuvo una capacidad de integración mucho mayor. Por eso es que los cubanos llegamos a una ciudad donde solo pasaban el invierno los americanos ricos y la convertimos en una ciudad latina, una ciudad de turismo el año entero en la que uno va a buscar esta vibra cultural.
En los 80 perdimos el control; de pronto éramos mal mirados cuando habíamos sido siempre bien vistos. Éramos, como dicen los americanos, los golden boys de la batalla contra el comunismo, porque éramos fáciles de absorber, no había limitaciones. Y en muchos sentidos Mariel produce ese choque. Precisamente por eso es que se crean grupos como la Fundación, que decían: “Nosotros tenemos que controlar nuestro destino. Aquí Fidel está poniendo las condiciones, no nosotros”.
Es cierto que el Diálogo creó oportunidades como los viajes, el intercambio, la liberación de miles de presos y sus familias que llegaron aquí. Pero llevó un tiempo digerirlo. En este pueblo [Miami], decirle a alguien “marielito” era un insulto. Y hoy día ser “marielito” es un orgullo: “Yo vine con el Mariel”. Pero tomó tiempo.

El burro se murió
Se tiene la tendencia a recordar lo bueno y desechar lo malo, pero sin duda los eventos de finales de los 70 y principios de los 80 fueron percibidos como una pérdida por parte del exilio; una debilidad nuestra, una victoria de Fidel, aunque a Fidel le salió mal también porque le vino la Embajada de Perú, el Mariel… precisamente porque los primos de Miami, los gusanos, regresaron convertidos en mariposas y eso le creó una pelea interna.
Como te decía, cuando Dios te quiere castigar, te da poder o te da lo que pediste. En el caso de nosotros los cubanos, pedíamos poder y ahora queremos usar el poder para moldear a Cuba desde nuestra visión. Pero la visión de un exilio no es la visión real del país.
Quiero que me devuelvan lo que era mío, —que en mi caso no era ni siquiera mío, era de mi abuelo; quiero el burro que dejé amarrado abajo de la mata y quiero una democracia estilo Suiza en el Caribe. Pero en Cuba, primero que todo, el burro se murió. Segundo, la propiedad no es lo que era. Y tercero, no hay suizos.
“Me saco un ojo por verte ciego”
Hay políticos que han sido muy exitosos alimentando las envidias, los odios, los resentimientos.
Cuando llega Trump es cuando escala la retórica. La gente se olvida de que el candidato presidencial más votado en Miami fue Hillary Clinton [con una diferencia de casi 30 puntos porcentuales en las elecciones de 2016 que ganó Trump].
Si uno fuera a diseñar un arma para luchar contra un país, un embargo no sería la más eficaz. Si yo entrara a la oficina de un político hace 60 años y le dijera: “Tengo el arma perfecta para destruir el comunismo en Cuba. Vamos a poner un embargo que va a durar 65 años, pero al final vamos a ganar”, me cogen y me tiran por una ventana; si no es que me toman por loco.
Pero como es lo que nos dejaron… Es como cuando uno encuentra un hombre que se ahoga en el mar; en las manos tiene un pedazo de madera, pues es lo único que pudo agarrar y no lo suelta porque no hay más nada para agarrar.
Nos dejaron una ley [del embargo] que los americanos pusieron porque les habían quitado sus propiedades y era para castigar a Cuba. Y nosotros [los cubanoamericanos] cogimos esa arma, mala como era, y la hemos usado, apretado, cambiado.
Una de las negociadoras cubanas en el tiempo de Obama me dijo: “Los americanos ni sabían todas las cosas que nos habían hecho con las regulaciones”.
Yo a veces comparo el embargo con un divorcio donde tú le dices a tu abogado: “Bueno, yo le doy la mitad de la casa, le doy este carro, pero yo quiero el gato”. El abogado te dice: “Pero a ti no te gustan los gatos”, y le dices: “Sí, sí, pero a ella le encanta su gato y yo la voy a torturar”. ¿Sabes por qué? Son hasta perversas las cosas que nosotros hacemos; a veces nos hacen daño a nosotros mismos, pero pensamos: “Me saco un ojo por ver al otro ciego”.

Las viejas tácticas
Con muchas de estas políticas, particularmente con lo que está proponiendo ahora Carlos Giménez, seríamos el único país del mundo desde donde no puedo ir a ver a mi familia y amigos, no puedo mandar ayuda…
En este momento, que debería ser de gran victoria para nosotros [la comunidad, el exilio], nos damos cuenta de lo difícil que es hacer lo que uno quiere, aunque tenga todo el poder del mundo.
No tenemos el poder de convencer a un miembro del politburó o del Consejo de Estado cubano de ser capitalista o demócrata porque me da la gana y porque tengo el poder. La vida no funciona así. Fidel tuvo todo el poder del mundo sobre los cubanos y, sin embargo, aquí estamos.
Regresamos entonces a las viejas tácticas —todo lo que se le ocurre a Carlos Giménez es eso—, y también hay algunos que no lo dicen públicamente, sino en privado: les encantaría que el Ejército americano resolviera el tema de Cuba por ellos.
Pero los americanos saben también que eso no funciona y casi todos los jugadores sofisticados en este tema lo saben. Cuba no es una amenaza para los Estados Unidos, no importa lo que digan para justificar más gastos militares.

Llegar al poder y no saber usarlo
Cuba históricamente tenía una retórica política antiamericana. Sin embargo, el pueblo cubano nunca fue antiamericano. También el anticubanismo aquí funciona muy bien, pero la realidad es opuesta.
Tú no puedes decir aquí que todo el mundo está en contra de Cuba y que lo que queremos es la guerra, cuando tienes 20 vuelos al día yendo a Cuba y el comercio más grande con la isla desde 2014 acaba de ocurrir hace unos meses. [Las exportaciones de alimentos de Estados Unidos a la isla en febrero de 2025 han sido las mayores desde marzo de 2014.] Y casi todas esas exportaciones están siendo financiadas y manejadas por mipymes en Cuba, que no existían hace cinco años, y por cubanoamericanos y empresas norteamericanas.
El problema es llegar al poder y no saber usarlo. El embargo de más de 60 años no ha sido eficaz, con la excepción de que existe un grupo de gente cuya política en muchos sentidos descansa sobre el embargo y se usa como un arma para crear éxito político aquí [en Miami], algo que obviamente trae dolor y sufrimiento para los cubanos.
Al Gobierno cubano esto le permite evitar resolver el problema. Tú me dices que hay un hueco en el techo de tu casa y está entrando agua, pero tú te pones a trabajar sobre el piso en vez de en el techo; porque tú no quieres lidiar con ese problema.
Tratar de resolver la temática de Cuba sin los cubanoamericanos, que fue por donde empecé, es precisamente lo que nos lleva a este punto, porque no hemos sido capaces como nación de encontrar un entendimiento.

Rompiendo con el exilio tradicional
Como dice Norberto Fuentes, la Revolución cubana nunca se desmovilizó: la guerra entre cubanos la mantuvo Cuba, ideológicamente; igual que los cubanoamericanos adoptaron la forma de ser más americanos que los americanos para mantener el espíritu confrontativo.
Es lo que nos lleva al conflicto donde está María Elvira Salazar, que se ve en la encrucijada de ser representante de los cubanos, pero se ha comprometido con este Gobierno [de Trump] a deportar a hispanos, incluso a su propia gente. Ella está rompiendo con el exilio tradicional.
En mi caso, viajé a 17 países a traer cubanos; fue un exilio que luchó para que los del Mariel pudieran venir, los de Guantánamo, los que estuvieron presos. El exilio siempre estuvo del lado del inmigrante, nuestro hermano.
Ahora nuestros políticos miran con indiferencia el sufrimiento de personas que están entre nosotros y que van a ser mandadas de vuelta a Cuba.
Nuestros políticos flaquean
Regresarían no a una revolución de izquierda empoderada, sino al desorden dejado por la mala administración de un país. Es la primera vez que vemos a este Gobierno [de Estados Unidos] hacer cosas de esta manera, en particular a nosotros. Es como decirles: “Vete para Cuba a esperar la guerra económica”.
Lo van a hacer con nosotros, los niños lindos, los golden boys de la Guerra Fría. Ahora ya no quieren saber de nosotros en muchos sentidos y nuestros políticos flaquean. Duele su ausencia y el silencio ante este atropello de un derecho que los norteamericanos siempre habían establecido para esos que buscaban libertad.
Ahora, los norteamericanos no van a poder mandar medio millón de cubanos a la isla sin que La Habana acepte que se puede hacer.
Pienso que somos suficientemente cubanos todavía para darnos cuenta de que más sufrimiento no va a traer lo que estamos buscando; y tengo que imaginar que tampoco los dirigentes de Cuba se despiertan todos los días pensando en cuánto mal le pueden hacer al pueblo, sino que tratan de hacer lo mejor que se pueda dentro de un contexto y un sistema que está irreparablemente roto.
Y eso yo no tengo que explicárselo a los cubanos, ellos lo ven.
Porque tú le puedes echar la culpa de todo lo que pasa en Cuba al embargo, pero me parece que hay un momento en que te das cuenta de que, por ejemplo, no recoger la basura en Cuba no tiene nada que ver con el embargo y tiene todo que ver con la incapacidad del Gobierno.

MR: Desde el 20 de enero ha habido algunas demostraciones —pocas todavía— de enfrentamiento a la línea dura antiinmigrante del Gobierno de Trump. ¿Qué pasa con la comunidad cubana que votó mayoritariamente (55% en Miami-Dade) por él en las pasadas elecciones?
Hay un viraje que está ocurriendo todos los días.
Un señor me contó el otro día que había traído a cinco o seis familiares. Él ayudó a pagar su llegada aquí. Llegaron y tienen una I-220A. Este señor me decía que ya casi le habían devuelto todo el dinero, trabajando. “Me recubanizaron”, me dijo también. Este es un hombre que se fue de Cuba muchos años atrás, pero mantuvo el nexo con su familia y, cuando vio la oportunidad, usó su gran capital para sacarla. Dice: “Yo ya no puedo pensar en vivir sin ellos el resto de mi vida. Yo los voy a esconder, pero yo no los voy a regresar porque son parte de mí, son mi familia”.
Tengo una amiga que trajo a la madre con 80 años. Y doy gracias a Estados Unidos, gracias a Joe Biden, por dejarla traer una mujer de 80 años. Yo sé que esa hija, que es peluquera, no va a mandar a su madre de vuelta; no importa lo que le diga la ley norteamericana, porque sería inhumano.
Entonces tú estás mirando esas cosas y ves a los locos que hacen dinero echándole sal a la herida. Te dicen: “Bueno, estos pan-con-bisté, estos cubanos que llegaron para comer, hay que devolverlos y cuando lleguen a Cuba, ellos son los que van a hacer la revolución”.
Pendejo, ve tú para allá. Si tú piensas eso, móntate tú con tu sombrero y tus estupideces en un avión y vete tú a enfrentarte al Gobierno de Cuba. Pero no vas a mandar a mi familia de carne de cañón para demostrar tu teoría de lo que puede ser una Cuba diferente.
Escoge a tus enemigos
Están diciéndoles a los cubanos que olviden que son cubanos, que olviden lo que es Cuba, que olviden sus nexos, su amor, para poner su lucha por encima de eso.
Es el mismo problema que nos trajo aquí: que la Revolución era más importante que el amor que yo tenía por un hermano. La Revolución era lo más importante de la sociedad cubana. Y lo que nos encontramos era lo opuesto: que aquí la sociedad norteamericana no te forzaba a hacer nada. Pero de pronto, cuando [los cubanoamericanos] tienen el poder, quieren forzarte a que sufras aquí en vez de allá, por la misma razón.
Escoge a tus enemigos con cuidado, dicen, porque, a fin de cuentas, te parecerás más a ellos que a otros; porque uno en la lucha empieza a adoptar las técnicas de su opuesto.
La Revolución dividió a la familia cubana. Y ahora aquí hay algunos líderes políticos que quieren hacer lo mismo para que triunfe el concepto de ellos.
Esto significa el colapso de la esperanza de ambos lados. Igual que uno se da cuenta en muchos sentidos de que el Gobierno de Cuba ya no puede dar esperanzas, también uno lo oye en la retórica de los cubanoamericanos aquí.

MR: A solo 90 días del Gobierno de Trump y viendo la conflictividad que ha suscitado con la mayoría de sus decisiones, no solo sobre temas migratorios, ¿qué pasará en las elecciones de medio término en 2026? ¿Qué comportamiento podría tener el voto cubano?
No me voy a poner a tener expectativas y a especular sobre la política norteamericana en 2026. Porque en política eso es una eternidad. Pero nuestros políticos tienen que agilizarse porque se está creando una fuerza muy grande contra ellos y contra su negligencia ante los intereses de esos cubanos que se encuentran entre nosotros.
Un congresista no representa solamente a sus votantes, representa a todos los que viven en su recinto, porque no todo el mundo votó; no todo el mundo tiene el derecho a votar, pero las decisiones que toma como congresista implican a todos los que viven en su recinto.
Y se está viendo que los cubanos están haciendo preguntas difíciles a sus líderes electos, porque una cosa es el cubano que no conozco, que fue deportado a Cuba desde una cárcel en Atlanta porque cometió un crimen, a que sea mi hermano, que yo traje de Cuba después de mucho sufrimiento.
Esa realidad va a tener impacto en 2026, igual que la política de Obama tuvo un gran impacto en esta comunidad y cambió muchas mentes —que después cambiaron de nuevo porque no vieron la esperanza que buscaban—.
Los políticos cubanoamericanos están en una encrucijada que, precisamente, invita a la posibilidad de encontrar un espacio para negociar, de poder encontrar una solución más amplia.
Un tercer camino
Puede haber un tercer camino que todos podamos caminar juntos. No llegaremos al mismo lugar en el mismo momento, pero por lo menos empezamos un recorrido como cubanos hacia esa Cuba de todos y para el bien de todos.
Por otro lado, yo sé, en lo que hemos visto en los últimos años, que si le abren una rendija pequeña a Cuba, el éxito de emprendimiento que trae todo cubano como parte de su cultura puede crear beneficio al pueblo de Cuba y puede crear un poco de entendimiento.
Yo no me paso la vida fajado con gente en Cuba, del Gobierno de Cuba; te puedo decir que hemos hecho hasta amistad con gente que yo pensaba que eran profundos enemigos. Serán oponentes ideológicos míos, pero muchos de ellos tienen hijos, tienen familia en Miami. Antes yo me pasaba la vida tratando de darles educación política sobre Miami y sobre lo que pasaba aquí. Pero resulta que conocen Miami tan bien como yo.
Lo más fácil en la vida es no cambiar. Pero si vamos a encontrar una solución, tengo que aprender otros métodos. Ser viejo y maduro es saber que uno no se las sabe todas.
Hay que implementar otro concepto de nación.
El otro día vi a Díaz-Canel hablando de inmigración y trató de ser comprensivo dentro de su espacio político. Pero si él es el presidente de Cuba, el presidente de todos los cubanos, nos guste o no nos guste, también tiene que actuar en beneficio de esos 500 mil cubanos a los que quieren deportar de aquí. Y yo no veo eso tampoco de parte de Cuba. Peor, veo un Gobierno que trata de usar esto como una oportunidad política.
Convencer a los de Hialeah
El Gobierno de Cuba trata de buscar personas en los Estados Unidos que se sumen a la lucha contra el embargo, tratando de convencer a 350 millones de americanos de que el embargo es malo, en vez de convencer a 500 mil cubanoamericanos. Honestamente, esa es una estrategia ridícula que han seguido por décadas.
¿Por qué no vas a Hialeah? ¿Por qué no le apruebas las visas más rápido a la gente? ¿Por qué no les ofreces tierra [a los cubanos en el exterior], como les estás ofreciendo a los vietnamitas, para producir en Cuba? No, no pueden porque eso sería enfrentar el hueco en el techo.
No ves una iniciativa que de verdad resuelva el problema. Por eso es que el Ordenamiento ha sido un desastre tan grande: por no reconocer elementos básicos que implican al exilio cubano. Y el concepto de las pymes es tan odiado por parte de la nomenclatura revolucionaria histórica que no deja que las pymes resuelvan problemas reales en Cuba.
Los impuestos son la creación más inteligente. Los gobiernos reciben beneficios sin invertir. El Gobierno de Cuba no ha podido aprender eso. Cada vez que encuentra algo que funciona, lo abraza para matarlo, por incapacidad. Los gobiernos hacen leyes, regulan, redistribuyen, pero no son emprendedores. Igual que hablamos previamente del éxito de ventas, de importaciones en febrero pasado, la mayoría hechas por pymes, también hay que decir que el número de pymes está disminuyendo.
El otro día el director de Auge, Oniel Díaz, que es un tipo brillante en Cuba que está luchando por ese espacio, habló de eso. ¿Cómo en un momento donde lo que necesitamos son más pymes, hay menos porque es más difícil conseguir una licencia? Absurdo. Ahí es donde nos encontramos.

MR: Con la experiencia de haber sido congresista de origen cubano, ¿qué recomendación les darías a tus colegas? ¿Qué harías para representar adecuadamente a los cubanos del sur de la Florida en el Congreso, durante esta época, con Trump en la Casa Blanca?
Bueno, no estoy ahí precisamente por no ser preferido por la mayoría de la gente que vive en el sur de la Florida. Así que a ellos les va a costar trabajo aceptar el consejo que yo les dé. Pero les diría que tienen poder, pero el poder se usa para cambiar las cosas.
No puedes decir: “Bueno, vamos a bombardear La Habana hasta que se rindan los comunistas”, porque en La Habana vive gente que yo quiero, vive gente que ellos quieren, viven familias de los constituyentes [votantes] de ellos.
Cuando tienes poder y con eso puedes afectar el juego, tienes que bajar la retórica.
Yo les sugeriría a los congresistas de origen cubano ser racionales. A Trump lo que le gusta es decir que ganó. Y los que han podido negociar con Trump lo dejan decir lo que él quiere y entonces ellos dicen lo que quieren. En política tienes una audiencia primaria y una secundaria. Y hay que darse cuenta de que el megáfono de Trump es muy grande. Cuando él dice que ganó, sale en todos los lugares. Hay que saber negociar con alguien así.
En esta negociación, para terminar con una solución y que todo el mundo esté contento, hay que implicar a los dos lados de la realidad cubana. Hay márgenes para conseguir éxitos. Pero hay que cambiar la retórica. Ahora, si para mí ganar significa matar al otro, entonces no hay manera.
La justicia implica futuro. La venganza, no. A la venganza no le importa lo que pase el próximo día.
Cuando uno negocia con un hermano, uno no siempre gana, pero es hermano. Nosotros tenemos que mirar a Cuba igual; no vamos a recibir todo lo que queremos, pero tenemos que darnos cuenta de que sí podemos recibir una parte de eso.
Yo pienso que nadie en Cuba pretenderá quedarse viviendo en las condiciones en que se vive hoy día; que ser cubano no debe implicar miseria; o que un niño te diga que quiere ser extranjero cuando sea grande. Es una cosa tristísima y, de nuevo, cuando se anula la esperanza, se limita la imaginación.
Al limitar la imaginación, no hay camino hacia el futuro. Y hay que encontrar ese camino porque nos pertenece a todos.
Tenemos que pretender pequeñas victorias que podamos celebrar, para que la Cuba más grande, la Cuba a la que todos pertenecemos, sea protegida precisamente por esos actos pequeños de confianza, de esperanza, de hermandad, que puede crear la Cuba futura.

MR: Si fueras parte de un grupo negociador creado ahora mismo en nuestra imaginación, donde se sentaran el Gobierno cubano, la comunidad cubana de Estados Unidos y el Gobierno de EE. UU., ¿qué pedirías a cada uno de esos actores?
Como primer paso, para quitar lo que es áspero y que le hace daño a la nación cubana, Cuba debería liberar a los presos políticos. Los norteamericanos, por esa concesión, deberían decir: “Bueno, mira, por tú hacer eso, nosotros estamos dispuestos a recibir aquí a ellos y su familia, no forzadamente. Y como recompensa los quitamos de la lista de países patrocinadores del terrorismo y permitimos con eso hacer un poquito de banca para ayudar a la sociedad civil”.
También, por decreto presidencial, les diría: “Les vamos a quitar todas las restricciones del embargo a las empresas privadas en Cuba, las pymes, las empresas que no están asociadas con el Estado, como un paso de buena fe de parte de nosotros”.
El Gobierno de Cuba debería usar esa oportunidad para decir: “Ok, está bien, aquí hay norteamericanos que tenemos en cárceles cubanas; se los devolvemos a ustedes”.
Pero fíjate, yo sé mis limitaciones, no soy tan imaginativo como para saber cómo resolver este problema, porque hay muchas emociones inmiscuidas.
Pero sí sé que lo que yo pienso de Cuba hoy es diferente de lo que pensaba la última vez que estuve allí; y es diferente de la primera vez que estuve en Cuba, y definitivamente es diferente de cuando estaba al lado de Mas Canosa en la Fundación Nacional Cubanoamericana. Y si algo me enseñó él es que el liderazgo implica asumir responsabilidad. El líder tiene que saber cuándo quedarse solo.
El líder tiene que saber distinguir entre liderazgo y populismo. Aquí [en Miami] hemos perdido esa perspectiva. Obviamente, atacar al Gobierno de Cuba es popular en Miami.
Si yo no he sido tan crítico —como mis hermanos de aquí quisieran que yo fuera con el Gobierno de Cuba— es precisamente porque hablo con personas allá, y sé que eso no me trae ningún beneficio para mantener esa conversación. Igual que cuando personas del Gobierno de Cuba tratan conmigo, contienen su retórica antiamericana y no son tan críticos.
Tenemos que darnos cuenta de que la retórica y la realidad son muy diferentes. Y los cubanos somos los maestros de la retórica. Cuando tú le pides a un cubano que te recomiende un médico, te dice: “Te voy a recomendar a mi primo, que es el mejor médico del mundo”.
Fíjate, en Miami hemos creado una Cuba virtual; en muchos sentidos, esta es la parte norte de La Habana, y eso en cualquier otro contexto puede ser uno de los grandes logros de Fidel Castro: mandar a un grupo de los hijos de su nación al país más avanzado del mundo. Si pueden regresar a su tierra natal, como ocurrió tras el cautiverio babilónico de los judíos, la tierra natal mejora, renace.
No digo que Cuba no mantenga la cultura cubana; esa sigue estando en Cuba. En Miami, una de las grandes tragedias es que tenemos nostalgia y no cultura —un amor profundo—, y cuando vienen nuevos inputs, al inicio los rechazamos, pero luego nos damos cuenta de que son como nosotros y entonces los amamos.
Estamos aquí preservando la Cuba que fue, no la Cuba que es. Y nosotros somos parte de eso. Si los cubanos de allá vivieran como vivimos los cubanos que estamos afuera, sería bueno para la cultura y la nación cubana. Pensemos un poquito: eso es todo lo que queremos.
Si nos miramos uno al otro y confiamos en cosas pequeñas que podemos hacer para que la vida del cubano mejore, la vida de la nación va a mejorar.