Aunque hay quien les dice ventanillas, las ventanitas son quizás el invento cubano que más impacto social ha tenido en Miami. Y también en la vida comunitaria de la ciudades de gran población hispana.
Se trata de pequeñas o medianas ventanas, transformadas en mostradores que suelen dar directamente a la calle. En ellas se sirve todo tipo de dulces, croquetas, pequeños sandwiches y, sobre todo, café. Muchos litros de café durante todo el santo día. Algunos se permiten fumarse un tabaquito mientras saborean la “aromática bebida”, como se estila decir en el periodismo cubano de la Isla, porque dentro no se puede fumar.
Pero la ventanita constituye también un lugar de socialización, de encuentros donde se consolidan amistades y se forjan otras nuevas. A mi mejor amigo en Miami lo conocí en la ventanita del restaurante “Versailles”, en la famosa Calle Ocho de la Pequeña Habana. Este es un lugar al que también acuden (o lo hacían antes de la pandemia) personas que salen del cine o del teatro, de eventos deportivos o fiestas familiares. “La ventanilla del ‘Versailles’ tiene una característica interesante en estos tiempos turbulentos de la política. La gente discrepa como solo los cubanos saben hacerlo, pero curiosamente no alzan la voz”, dice Dionisio Almeida, un español instalado en Miami hace 40 años y que desde el primer día hizo de la ventanita una especie de despacho.
Marucha, una de sus empleadas, discrepa. Dice que ha tenido que obligar a bajar la voz a la gente porque a veces la alzan y no se dan cuenta. “Pero no se molestan, piden disculpas”, apunta. De hecho, lo que más le gusta desde que llegó de Cuba, por el puente marítimo del Mariel, es que hay grupos que se tratan como una familia, de la que los empleados forman parte. Muchos clientes, afirma, cuando se van de viaje siempre regresan con un pequeño regalo para las empleadas de la ventanita. Los empleados en esa parte del restaurante, al menos en Miami, son casi siempre mujeres, aquí en el resto de la Pequeña Habana, el centro de la ciudad, y hasta en Miami Beach, donde los restaurantes cubanos tienen una popularidad que a muchos les llama la atención porque se trata de barrios con clientes de mayoría anglo.
En términos históricos, nadie sabe a ciencia cierta cuándo comenzó la popularidad de las ventanitas. Pero hace unos años, The Miami Herald hizo un pequeño estudio. Entrevistó al fundador del “Versailles”, Felipe Valls, quien contó cómo la ventanita fue algo que inventó para sus establecimientos, La Carreta y el Versailles, “como una necesidad para vender para fuera. Así vendíamos más café”, explicó.
La ventanita terminó revolucionando la industria del café. Al menos en Miami y en ciudades como Tampa y Union City, se popularizó el “café cubano”. Claro que hablamos del estilo de colar el café, no del café que viene de la Isla (el embargo no lo permite). Se sirve con el azúcar ya incluido, después de batirlo y de hacer una mezcla de melaza antes de terminar de llenar la tacita. Y bien caliente. Las ventanitas también sirven otras variantes como el cortadito, con una pizca de leche, y el café con leche, en el que la proporción de esta última es mayor. Para una rueda de amigos, siempre salta la colada, que da para unas cuatro o cinco personas.
La popularidad de las ventanitas y el aumento del consumo de café han llevado al desarrollo de marcas del producto. En el “Versailles” se cuelan entre 100 y 110 kilogramos diarios. Debe ser el establecimiento de mayor consumo de la ciudad. Para abaratar el producto, Valls creó su propia marca: Café La Carreta, una mezcla de arábigo colombiano con café centroamericano más fuerte. No despierta a un muerto, porque se necesitaría un milagro, pero anda por ahí.
Hasta ahora, solo los huracanes han obligado a cerrar las ventanitas. Su hora de mayor clientela suele ser el amanecer. Sirven desayuno para trabajadores, choferes de taxi, empleados de oficina, policías y bomberos que se dirigen a sus trabajos y apenas tienen tiempo de detenerse en una ventanita. Rápidamente, y de pie, se paran a desayunar un pastelito de guayaba, croquetas o pasteles con una colada o con café con leche.
Pero la pandemia ha sido una amenaza. Al alcalde de Miami-Dade, Carlos Giménez, se le ocurrió cerrar las ventanitas por el avance de la COVID-19. Cuando lanzó la idea, hubo cierto descalabro. “Este no quiere ser electo, está delirando, lo vamos a combatir más que a Fidel Castro (en Miami todo tiene que ver con Fidel, incluso las ventanitas)”, afirma Benito García, una especie de emperador de la ventanita del “Versailles”. Afortunadamente, alguien tuvo el buen tino de advertirle al edil, que va a las elecciones para congresista federal en noviembre, sobre la posibilidad de perder en los comicios.
Las ventanitas son un patrimonio de las urbes hispanas en Estados Unidos. Pero lo cubanos revindican su autoría y patrimonio. Como dicen algunos, si antes de su llegada Miami era “un pueblo de campo”, sin ellas no sería un pueblo “civilizado”.
“Durante todos estos años he visto parejas declararse matrimonio en esta ventanilla”, recuerda Marucha. “Y celebraciones de bautizos. De la iglesia vienen para acá”.