En Baracoa, el simple hecho de caminar es un tremendo placer. Incluso, se pudiera soportar la aventura de andar a pie toda la ciudad en apenas un día. Calles empinadas, bajadas pronunciadas, danza de bicicletas, camiones prestos a hacer malabares en La Farola, un estadio abandonado al este, el Yunque al oeste, un museo en las profundidades de una cueva, los “yumas” flotando en cada esquina…esa es Baracoa.
En Baracoa, casi todo el mundo da la impresión de conocerse. No es una ciudad gélida ni de miradas perdidas. Allí, una sonrisa se responde con un beso o con un cucurucho de coco, claro, siempre con los billetes por delante.
En Baracoa despiertas con el aroma, sobre todo de pizzas baratas en todas las cuadras y, después, a lo largo del día, sientes la fragancia del “Bacán” o “El Tetí”, platos tradicionales del terruño, a base de pescados que, misteriosamente, no están al alcance de la inmensa mayoría de sus pobladores.
En Baracoa, también hay una carretera angosta, casi perdida en el mapa, cuyo destino es incierto cuando empiezas a transitarla. Al inicio todo es verde, más tarde aparecen los cocoteros a la izquierda y solo unos metros después “te levanta en peso” la señorial fragancia del coco ya procesado.
Al cubrir ese trazo zigzagueante se perciben muchos árboles, bajitos, tan bajitos que puedes arrancar los frutos sin apenas esfuerzo, frutos como pelotas ovaladas a veces amarillas, a veces moradas.
Sin dudas, un fruto curioso ese que por allá y por acá le llaman cacao, absolutamente delicioso en su estado más puro; aunque sin el más remoto parecido al chocolate. Tal vez por eso, allí, al pie del árbol, uno no siente el majestuoso aroma del chocolate, que un kilometro más adelante, en la carretera angosta, te sorprende, te penetra, un perfume rotundo que te desorienta.
Es la Fábrica de Chocolate, el Complejo Rubén David Suárez Abella o la Empresa de Derivados del Cacao, nombres asociados a una especie de santuario donde hace medio siglo el cacao toma diversas formas, todas comerciales y no siempre tan exquisitas al paladar.
Con maquinaria obsoleta de la extinta República Democrática Alemana (RDA), de tiempos tan remotos como los años sesenta, se procesa el fruto en templo, una joya industrial cubana donde se tuestan los granos de cacao, se separan las cáscaras, los molinos proporcionan el licor y, de otros procesos, se obtiene manteca, bombones, coberturas, chocolate…Pasos mágicos para un producto mágico, yo diría, a la altura de los dioses.
El grueso de las maquinarias es la original de 1963, aunque en las dos últimas décadas se han instalado algunos equipos italianos como parte de un lento plan de modernización.