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Cuba: el debate político, una consideración y algunas preguntas

A propósito de un artículo publicado en la columna "Vox Populi" de OnCuba.

por
  • Julio Carranza
    Julio Carranza
mayo 12, 2021
en Cuba, Opinión
2
Foto: Otmaro Rodríguez

Foto: Otmaro Rodríguez

Recién leí otro buen y motivador texto de Julio Antonio Fernández publicado por OnCuba con título “Cuba: el odio político, una aproximación”, lo considero pauta para un debate y reflexión colectiva que nos debemos. Toca hondo.
 
Me permito algunas consideraciones y preguntas sobre el tema, no en polémica con el citado texto, más bien con la intención de complementarlo, contextualizarlo, problematizarlo.
 
Ilustro con la siguiente cita el asunto que con solvencia de argumentos allí se plantea: “Todo esto alimenta una incapacidad de viejos y nuevos ciudadanos, de aceptación de la diversidad, la alternancia política, el pluralismo político, de desconfianza en las nuevas ideas, de irrespeto de la privacidad y la dignidad humanas, de asunción de vicios estatales como el del control desmesurado de la vida íntima de los individuos, de la vigilancia de la diferencia y la representación formalista y simbólica del patriotismo”. Ciertamente es este un problema que también ha golpeado de diversas maneras a Cuba, mucho más en los tiempos que corren, pero vale advertir que no es un fenómeno exclusivo de este país, ha estado presente, aunque con determinaciones diferentes, en los más diversos y distantes escenarios del mundo político contemporáneo, pregunto: ¿qué fue (es) el trumpismo? ¿el bolsonarismo? ¿el uribismo? y ahora de nuevo, ¿el fujimorismo? —por solo poner pocos ejemplos— sino la reducción del debate político y de la política misma a una intencionada y extrema simplificación de lo que esta debiera ser como la contraposición de ideas, propuestas y alternativas fundamentadas para el manejo de “la cosa pública”. Esto ahora ha sucedido no en dictaduras declaradas, sino en supuestos escenarios democráticos y plurales, ¿o no?
 
La manipulación, las fake news, el discurso de odio, la intolerancia y la exclusión del “otro” no son solo expresión espontánea del fanatismo inculto que la acoge y la promueve, es el resultado calculado de poderes bien articulados para mantener y promover sus intereses y privilegios con cualquier instrumento a su alcance, montado ahora en la fuerza de impulso que permiten las nuevas tecnologías de la comunicación. Es la articulación manipulada de una masa dogmatizada —de un signo u otro— por una inteligencia esclarecida en sus intereses y que sabe cómo promoverlos sin escrúpulos ni principios éticos, una es el fulminante y el martillo, la otra es la pólvora y el plomo.
 
Lo que estamos viendo en esta tercera década del siglo es alarmante, quienes han seguido los detalles de las últimas elecciones en Madrid o la actual campaña en Perú o el resurgimiento de discursos fascistoides en Europa saben a qué me refiero, habida cuenta de las “energías” que impulsaron el ataque de hordas barbarizadas al Capitolio en Washington hace apenas 4 meses.
 
Hubo una época donde la lucha política era dura y difícil pero los terrenos políticos estaban definidos, lo conservador y lo progresista, lo reaccionario y lo revolucionario, la democracia y la dictadura, el colonialismo y el anticolonialismo, la oligarquía y el pueblo, sin embargo hoy todo se hace confuso, además de que la sociedad actual es mucho más compleja y diversa en su composición, la reivindicación de valores es un juego de espejos, la ética es “laxa”, por decir lo menos, sucede como afirmaba un personaje de una vieja película cubana: “los vivos están muertos, los muertos están vivos”, lo oscuro se dice claro, lo claro se oscurece, añadiría yo, o en otra invocación que ilustra “el ladrón gritaba al ladrón, al ladrón”.
 
Por supuesto que las causas de esta incierta y compleja realidad no es simple, es la combinación de una diversidad de factores resultado de los caprichosos e imprevisibles derroteros de la historia.
 
La izquierda revolucionaria sigue pagando los tremendos errores y crímenes del stalinismo, surgido allá y luego con diferentes intensidades replicado acá y acullá y de las insuficiencias del llamado socialismo real, cuyas bases resultaron ser tan frágiles como el cristal, carcomido, no solo por la permanente agresión de sus adversarios, también y fundamentalmente, por sus propios errores, limitaciones y espejismos. Por su parte, la derecha reaccionaria, que parecía arrinconada, ideológicamente desnuda y sin alternativas promisorias en la ya lejana década de los 60 y primeros 70, recompuso su fuerza, no solo económica y tecnológicamente, sobre todo su disputa y capacidad de avance en el imaginario de una parte notable de una población en muchos lugares y países confundida y decepcionada por los resultados de lo que debió ser y no fue.
 
Hace algunos años en Managua en un diálogo con el destacado y ya desaparecido intelectual Ernest Mándel este me decía: “el drama de esta época es que las masas víctimas de los problemas que le impone el capitalismo global no son conscientes de cuál es su solución histórica por mucho que ésta se ha expuesto teóricamente”.
 
La simplificación de la historia y la subestimación de la cultura vista como conocimiento, identidad, sensibilidad y sentido de la ética es un terreno abonado para la cosecha del odio, la irracionalidad, la vulgaridad y el fanatismo fatuo.
 
¿Ha quedado Cuba y su difícil proceso político de las últimas seis décadas excluida de esto?, obviamente no, ¿podría haber sido de una manera diferente?, ¿es este solo y esencialmente el resultado de errores que se pudieron haber evitado pese a las consecuencias y circunstancias de la tremenda guerra que se le ha hecho?, las respuestas a estas últimas preguntas son parte de un debate necesariamente fundamentado y amplio y aún así me temo que no habría resultado concluyente, al menos no de manera fácil y simple.
 
Se debe tener en cuenta la asimetría de poderes en los intereses antagónicos que concurren en todas partes a esta “batalla” donde parece que toda racionalidad, conocimiento, civilidad y cultura ha quedado excluida.
 
No es lo mismo la Cuba que defiende una alternativa de soberanía nacional desde su aislamiento, bloqueo e insuficiencias de recursos, por errores y hasta horrores que pueda cometer y haber cometido en ese empeño, y el poder formidable que se le enfrenta. Algunos, desprovisto no sólo de conocimientos históricos, también ausentes de toda ética, ante la evidencia de esas asimetrías prefieren apostar, en un ejercicio de oportunismo evidente, a lo que perciben como “caballo ganador” y se suman, frecuentemente con saña, a esa fuerza extraordinaria que se opone no solo al socialismo sino también a un proyecto de nación soberana.
 
Obviamente, los errores, insuficiencias, inflexibilidades, extremismos fatuos, dogmas, aldeanismo, paternalismos, intolerancia, burocratismo, imposiciones de falsa unanimidad, reduccionismo de la política y su dinámica al diferendo con EEUU, por importante que esté sea y ambiciones espurias —que también las hay—, bien expuestas en el texto que motiva este, más allá de las explicaciones que puedan tener, son factores que alimentan al “monstruo” que se debe enfrentar —en el sentido martiano del término.
 
Pero “los árboles no deben impedir ver el bosque”, los avances sociales y el ejercicio de soberanía de la revolución cubana han sido enormes, ahí están las evidencias, pero también es preciso comprender que las circunstancias, el contexto internacional para el país no podría ser más difícil, es necesario dar cuenta del todo y superar lo que desde dentro entorpece el camino de la nación, de más está decir que la clave esencial está en la cultura, en el conocimiento adecuado de la historia, en el sentido de nación, de la justicia social, de la justicia toda y en la ética. También a estas alturas sabemos que son estos factores difíciles de “instalar” y más de “mantener” activos en la conciencia común, sobre todo si no se acompaña de la posibilidad de solucionar sus problemas materiales, reconocer sus legítimas aspiraciones, articular una opción viable de desarrollo democrático y reconstruir positivas expectativas para el futuro. A estas altura es un reto enorme, más complejo de como este se apreciaba en 1959, ahora la “mochila” es más pesada, pero no hay alternativa, es lo qué hay, o se le enfrenta y se le supera, lo cual es posible —sobre todo si entendemos bien de que se trata—, o será un capítulo de retroceso en esta larga y tensa historia.
Ni el problema que enfrenta el país se reduce a la guerra genocida que se le hace, ni esta puede ser desconocida o subestimada, cualquiera de esas perspectivas se caería por incompleta y no conduce a una comprensión justa, real y objetiva de la realidad en la que se vive.
 
El equilibrio es siempre un ejercicio riesgoso, pero es imprescindible para cruzar con éxito una delgada “cuerda floja” y obviamente, la pérdida de equilibrio de otros no debe provocar la pérdida del equilibrio propio.
 
Habrá nuevas oportunidades para las generaciones futuras, sin dudas, pero a lo que a las actuales se refiere es un desafío que hay que asumir aquí y ahora.
 
 
 
Nota:
Esta opinión fue publicada por Julio Carranza, colaborador de OnCuba, en su perfil de Facebook, la compartimos con su expresa autorización.
Etiquetas: CubaPolíticaPortada
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Julio Carranza

Julio Carranza

Doctor en Ciencias Económicas y Profesor universitario.

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Comentarios 2

  1. Fidel Vascós González says:
    Hace 4 años

    Durante los últimos tiempos, nuestros debates públicos en Internet han girado principalmente en torno a los asuntos económicos del país, sus problemas y las posibles soluciones. Lo nuevo que identifico en estos artículos de Julio Antonio Fernández Estrada y de July Carranza es que introducen elementos sociales, políticos y filosóficos en el intercambio de ideas. Ya era tiempo para que ello sucediera. La realidad de la sociedad cubana no se manifiesta aislada en sus partes integrantes sino en el conjunto interrelacionado del todo. Por eso, no bastan las transformaciones en el área económica. Es inevitable abordar medidas que transformen también la vida social y política del país para que coadyuven al desarrollo económico y no lo entorpezcan. En este sentido, hay que tener en cuenta que nuestro referente principal es la fracasada experiencia socialista de la Unión Soviética y los países socialistas europeos, que deben analizarse sin olvidar los extraordinarios éxitos de todo tipo que acumularon esas naciones y la efectiva solidaridad que brindaron a numerosos pueblos – entre ellos el nuestro- en su lucha por la liberación nacional y la defensa de la independencia y soberanía frente a las agresiones del imperio norteamericano y el capitalismo mundial. En la Cuba de hoy se debe trascender el socialismo de Estado excesivamente centralizado aprendido de la URSS, cuya aplicación en nuestro país ya muestra síntomas de agotamiento. Esto nos plantea la necesidad de encontrar nuestro propio modelo de socialismo. En este empeño parto de la pluralidad de tipos de propiedad sobre los medios de producción definidos por la Constitución de 2019. Esta característica es la base que hace surgir diferentes puntos de vista, ideas y opiniones sobre disímiles asuntos económicos, sociales y políticos. La unidad al respecto hay que encontrarla en un proceso que tenga en cuenta la diversidad, lo que nos lleva de la mano al debate plural, abierto y llevado a cabo mediante el convencimiento. La existencia de Internet y las redes sociales, con todo y sus peligros, ayudan en este sentido. Nuestro socialismo requiere ampliar su accionar democrático. La democracia no se define por el hecho de si hay un solo partido o si hay varios. El núcleo duro de la democracia reside en las relaciones entre el Estado y la sociedad civil. Los partidos políticos no definen la existencia de la democracia por sí mismos. Para ampliar la democracia en Cuba hay que establecer una fluida relación entre el Estado y la sociedad civil. Es en la sociedad civil donde actúa realmente el pueblo soberano. En esta dirección se ha avanzado en nuestro país y hay que seguir avanzando. Para ello hay que empoderar al pueblo plena y directamente de manera que los ciudadanos participen de forma creciente en las decisiones de los asuntos públicos mediante convocatorias cuyos acuerdos alcanzados por votación mayoritaria de los convocados tengan, en su caso, carácter vinculante. Las decisiones de carácter público no deben ser tomadas exclusivamente por el Estado, sino también por los ciudadanos utilizando las distintas modalidades de la democracia directa. Entiendo la misión histórica de nuestro Partido único como el promotor de estas relaciones democráticas entre el Estado y la sociedad civil mediante un eficiente y bien concebido trabajo político e ideológico.
    Fidel Vascós

    Responder
  2. Jose dario sanchez says:
    Hace 4 años

    companero Fidel : lo que usted entienda y comprenda no es el problema.Por que no se le pregunta al pueblo cubano que entiende y comprende ?? Ese si es el verdadero problema.Usted,Fidel,es un voto…….como el viandero de la esquina.es tan dificil entender eso ?? Gracias…..ojala se lo dejen leer…..

    Responder

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