De barberos, tradiciones y reformas económicas

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Varios son los oficios que ocupan un lugar de privilegio en la historia y en la conformación misma de la nacionalidad cubana. Pocos como el de barbero. Da cuenta el Dr. Emilio Roig de Leuchsenring de la autorización concedida por el Cabildo Habanero a Juan Gómez para ejercer como barbero-cirujano, en la ya lejana fecha de 1522.

A menor distancia en el tiempo se nos presenta la figura de Juan Evangelista Valdés Veitía (1863-1918), barbero, poeta y revolucionario, en cuyo honor se celebra cada 27 de diciembre el Día del Barbero y el Peluquero Cubano. Fue su barbería centro de conspiración donde solían reunirse los complotados antes de partir rumbo a la manigua.

En entrevista concedida a Astrid Barnet y publicada en Cubarte en enero de este año, el escritor Enrique Cirules recuerda: “En la barbería del célebre Felo Centellas supe cómo habían baleado a Chano Pozo (…) en Nueva York. (…) Allí, en esa barbería, también escuché las primeras historias de la Guerra Civil Española, por boca de los exiliados (…) que se habían refugiado en las zonas boscosas de Cayo Sabinal”.

Es que han sido las barberías sitio para la catarsis en épocas de crisis; espacio para la conversación apaciguada en tiempos de bonanza; punto de encuentro para las opiniones diversas en momentos de convulsión política; sede natural de todas las discordias en ocasión de grandes eventos deportivos. Hasta hoy.

En la barbería Fantasía —ubicada en San José, entre San Francisco y Espada, municipio Centro Habana—, se puede discutir de casi cualquier cosa mientras se espera el turno. Yankov Machado, quien posee uno de los tres sillones habilitados en el salón, es fanático del Juventus, el club italiano de fútbol. Hay constancia de ello en las paredes.

El lugar ha sido pintado; se repararon lámparas y ventiladores de techo; hacia uno de los laterales situaron un banco de madera, en recambio de las antiguas y desvencijadas sillas. Los clientes de Fantasía pueden, además, mirar la televisión en lo que el reloj avanza: en uno de los ángulos han instalado un Atec Panda que ofrece la programación de las televisoras nacionales. En cierta medida, incluso, resulta evidente la reaparición de productos de tocador, como lociones y talcos, extintos en las barberías estatales hasta donde se pierde la memoria.

En junio de 2010 sobrevino el cambio. Los tres fígaros, empleados de la Empresa Estatal de Servicios Técnicos, Personales y del Hogar, se convirtieron de la noche a la mañana en cuentapropistas, con contratos de arrendamiento sobre el inmueble que ocupaba su, hasta entonces, centro de trabajo.

Las medidas no se hicieron esperar. La más importante de ellas marcó el fin de una categoría empresarial con décadas de vigencia en el arquetipo económico nacional: el administrador, ese funcionario —por lo general ineficiente— con responsabilidad intermedia entre los directivos de un ramo y sus trabajadores. El personal de Fantasía, a lo largo de los dos últimos años, ha estado integrado en exclusividad por sus barberos, quienes corren con las cuentas y los gastos menores de reparación de un edificio que continúa perteneciendo al Estado.

Otro de los primeros logros fue el de estabilizar el consumo eléctrico, a partir de la revisión detallada de las redes que alimentan el local. En pocos meses la factura de la Empresa Eléctrica se redujo de manera ostensible y las probables causas del sobreconsumo —conexiones ilegales incluidas— fueron eliminadas definitivamente.

Lo que en un inicio fue concebido como experimento a la postre devino norma, con la promulgación de la Resolución No. 1 de 2011 por los Ministerios de Finanzas y Precios, Comercio Interior, y Trabajo y Seguridad Social. Todas las unidades de barbería y peluquería de uno a tres sillones operarían a partir de entonces con base en el Sistema de Gestión Económica y la determinación de los precios se haría conforme a la relación oferta-demanda.

En Fantasía y demás establecimientos de su tipo en la capital cubana, el coste de un pelado suele ser ahora más alto: de los diez pesos que usualmente se pagaban al barbero —aún cuando las tarifas oficiales se mantenían de modo inalterable en los ochenta centavos— se pasó a veinte o veinticinco (dígase un CUC) y otro tanto sucedió con prestaciones como el afeitado y la limpieza de cutis. Una erogación adicional para nuestros ya menguados bolsillos.

“Ahora estamos mejor”, asegura Yankov, mientras termina de dar lo cortes a mi pelado tradicional, exento de complicaciones estilísticas: con máquina y lo más rebajado posible, que no existe mejor remedio contra el irreductible calor habanero.

Sin embargo, no siempre ocurre igual. Con ciertos clientes el trabajo no resulta tan simple. A Yankov, y al resto de sus compañeros de Fantasía, los he visto realizar a veces verdaderas proezas con el cabello, auténticas obras de arte que bien justifican la suma que por ellas habrán de pagar los propietarios de las favorecidas cabezas.
 

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