“Otra raya más para el tigre”, me dice un hombre cuando le pregunto por el nuevo mercado cambiario anunciado este miércoles por las autoridades cubanas. “Lo que pasa —comenta un segundo hombre, que toma café junto al primero en un puesto particular de Centro Habana— es que a este tigre casi no le caben más rayas. Ya lo que va pareciendo es una pantera negra de tantas rayas que le han puesto”.
Los hombres se ríen ante la ocurrencia del segundo, mientras la imagen del tigre ennegrecido me viene de golpe a la mente, directa y categórica, y otras personas con sus tazas humeantes, sus sándwiches criollos o sus refrescos “de polvito” en las manos enfocan ojos y oídos hacia nuestra conversación.
“Es que esta gente está perdida en el llano —vuelve al ataque el segundo hombre, ahora con más quórum—. Hoy te dicen una cosa y mañana te dicen otra, que contradice lo que dijeron hoy. Tienen un pa’lante y pa’trás que solo lo entienden ellos, si es que lo entienden, porque a veces parece que ni eso. Y mientras, los de abajo somos los que pagamos los platos rotos y tenemos que exprimirnos más los bolsillos.”
Varios clientes asienten o murmuran, esperando quizá una escalada del discurso, pero el primer hombre disuade a su compañero de seguir por ese camino. “Deja eso, asere, que te va subir la presión si le metes demasiado cráneo a esas cosas, y ni tú ni yo las vamos a poder cambiar. Ya el gobierno sabrá lo que hace”, sentencia y apura su café intentando dar cierre a mi tentativa de debate. El otro hombre comprende la intención de su amigo, y vuelve a relajar el tono. “No te preocupes, brother, que yo tengo la presión al quilo. Si no me subió anoche cuando dijeron que iban a poner el dólar a 120, no me va a subir ahora que me estoy tomando este café tan rico”, responde sonriente y le hace un guiño a la vendedora, que había quedado atenta en el mostrador.
Cuando los dos hombres se marchan, pagado el café, es la propia vendedora, una mulata activa y exuberante, la que se me acerca todavía motivada. “Yo me alegré cuando el gobierno dijo que iba a empezar a comprar y vender divisas —me confiesa—, porque siempre va a ser más seguro hacer eso con el gobierno que hacerlo por ahí, a riesgo de que te puedan estafar. Pero resulta que por ahora solo va a comprar y al precio ese que está por las nubes, igual o más que como estaba en la calle. Y, además, tampoco van a vender MLC ni a dejar que la gente deposite los dólares en las tarjetas en MLC, que es lo que más las personas estaban esperando. Entonces, ¿cómo es que esta medida me beneficia a mí y a mucha gente que no recibe dólares ni MLC de fuera y tiene que comprarlos por la calle? Yo sé que la situación está difícil y que dijeron que más adelante piensan hacer otras cosas, pero yo hablo de hoy, de ahora mismo, no de la semana o el mes que viene, porque yo no puedo darles a mis hijos la semana que viene la comida que se tienen que comer hoy. ¿Usted me entiende?”
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Es jueves por la mañana, a pocas horas de los anuncios hechos por el ministro de Economía y la ministra presidenta del Banco Central de Cuba sobre el nuevo mercado cambiario y su tasa de arranque, y a pesar de las razones argüidas para lo ahora establecido y el optimismo gubernamental con los efectos de la medida, muchos habaneros no parecen compartir la complacencia de las autoridades ni comprender los argumentos brindados por estas para dar este paso de la manera en que fue dispuesto.
“Yo, entender, no entiendo mucho”, apunta Miguel, jubilado, quien me asegura que vio la Mesa Redonda “completica” y terminó de hacerlo con más dudas que certezas. “Lo único que entiendo —acota—, es que el Estado lo que quiere es recoger los dólares circulantes, y hacerle la competencia al mercado negro. Por eso puso esa tasa tan alta, para que la gente vaya a venderle a él. Pero, si al mismo tiempo dice que no tiene dólares para venderle a la población y reconoce que la demanda ahora es mayor que la oferta, ¿eso no va hacer que mucha gente prefiera seguir vendiéndolos en el mercado negro? Porque con la tasa que pusieron y esa demanda que hay, el precio informal va a subir más y va a ser mejor negocio seguir vendiéndolos en la calle, pienso yo.”
Tal razonamiento es compartido por otras personas con las que conversó OnCuba en la capital de la Isla, como Oscar, quien dice que con esta medida el gobierno le hizo “un favor”. Él, me cuenta, recibe dólares “con bastante frecuencia”, enviados por su hermano desde Estados Unidos, y los va vendiendo “poco a poco”, según sus necesidades, porque, asegura, que así le da “más la cuenta” a que su hermano “ponga los dólares allá y aquí me den todo el dinero en pesos cubanos”. “Y ahora me va a dar más —remata—, porque mientras el gobierno no empiece a vender dólares, quien los necesite para salir a comprar afuera o para irse de Cuba va a tener que seguir muriendo con los particulares, y el precio va a subir. De hecho, ya está subiendo. Nada más anunciaron el cambio a 120 y ya hay gente pidiendo 140, 150 y hasta a más por ahí. Después, si el gobierno empieza a venderlos y baja el precio, le diré a mi hermano que me transfiera en MLC o inventaré otra cosa, pero por lo pronto estoy hecho.”
Oscar, como Miguel y otros habaneros, tampoco comprende “eso de que ahora ya se pueda venderle dólares al Estado, cuando hasta ayer no se podía por el bloqueo”. “A mí me conviene, porque si me veo apretado y no aparecen compradores, voy y le vendo al gobierno mis billetes, todo legal y limpio, pero igual me llama la atención. ¿Qué van a hacer con esos dólares que esperan recoger —se pregunta—? Porque, que yo sepa, el bloqueo no se ha acabado. ¿Los irán a sacar en un contenedor y cambiarlos en algún lado a escondidas? ¿O será que esos son los mismos dólares que después planean vender en los bancos y en las CADECAS? Porque si es así, no los van a vender a un precio más bajo del que lo compraron, porque el gobierno sí que nunca pierde”.
La compra de divisas del Estado: un camino sobre un callejón de piedras
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Uno de los aspectos que más preocupa a las personas de lo anunciado este miércoles es el impacto de la medida en los precios de los productos y servicios, sobre todo en el pujante y socorrido mercado informal y también en el sector privado, y, en general, sus consecuencias en la carestía de la vida, en medio de una sostenida crisis económica en la Isla, multiplicada por los efectos de la pandemia, las sanciones estadounidenses y las ineficiencias y fallos internos. Así lo pudo comprobar OnCuba en su recorrido por varias zonas de La Habana la mañana siguiente a los anuncios, cuando varios entrevistados dijeron no compartir la opinión del ministro de Economía de que lo ahora dispuesto “no genera ningún fundamento ni justificación para incrementar los precios”.
“A mí me gustaría creer que no deben subir los precios, como dijo Gil, pero si el dólar sube y, además, no le venden MLC a la población, lo más lógico es que las cosas sigan subiendo de precio. No digo las de la libreta ni otras que oferta el Estado en pesos, porque a esas el propio Estado las puede regular, pero sí las que hay que comprar por la calle, con los particulares y los revendedores, que si te pones a sacar cuentas pues no son pocas, y dependen de la oferta y la demanda”, sostiene Miguel.
“Yo creo que si el gobierno tomó esta medida es porque espera que tenga un efecto positivo, porque no me cabe en la cabeza que vayan a hacer algo si saben que lo más probable es que vaya a salir mal. Pero eso no significa que en la práctica no pueda salir mal, porque ese perro ya nos ha mordido unas cuantas veces. Mire lo que pasó con el dichoso ‘Ordenamiento’, que lo único que hizo fue desordenar más el país y ahora hasta han tenido que dar marcha atrás a algunas cosas que implementaron en ese momento, como la de poner una sola tasa de cambio”, reflexiona el jubilado.
“Mire, periodista, yo no soy economista y mucho menos ministro —me responde, por su parte, Jorge Ernesto, quien espera su turno en las afueras de un taller privado de celulares —, pero cualquiera que haya vivido en Cuba en los últimos años sabe que los precios de la mayoría de las cosas suben cuando sube el dólar, porque todo está conectado. Y lo peor es que luego casi nunca bajan”. El joven considera “ingenuo” creer que “porque el gobierno diga que no deben subir los precios, ya no van a subir”. “Al gobierno hace rato que eso se les fue de las manos, y no creo que ahora vaya a ser diferente porque, por las razones que sean, hay carencia de muchos productos, de comida, de medicinas, y eso lo único que hace es darle ala al mercado negro —añade—. Puede que todavía no suban los precios, porque es muy pronto, pero lo van a hacer, a menos que el gobierno empiece a vender dólares y frene el cambio informal. Pero no creo que eso vaya a pasar pronto, porque el propio ministro dijo que ahora no podían hacerlo”.
Teresa, finalmente, coincide con Jorge Ernesto en que “el verdadero pollo del arroz con pollo” es que haya más ofertas en pesos cubanos. “Y eso hasta ahora —apunta— no se ha podido lograr con todas las demás medidas que ha tomado el gobierno. Hay que ver si esto, que ya el propio ministro advirtió que no iba a tener un efecto inmediato, tiene realmente resultados y no falla como ya han fallado otras cosas”. La mujer, quien afirma haber ocupado cargos de administración estatal, reconoce que “lograr que todo salga bien, no es fácil”, y más con un contexto “tan complejo” como el que sufre Cuba, pero añade que “precisamente por eso hay que pensar muy bien qué lo que se va a hacer”.
Particularmente, le preocupa que, con la nueva tasa de cambio establecida, entre en circulación más dinero cubano, lo que, a su vez, incida en un mayor efecto inflacionario. “Con más billetes circulando y la oferta deprimida —opina Teresa—, van a seguir subiendo los precios. Eso es economía básica. Y la gente que no pueda vender dólares, que es una buena parte de la población, va perder todavía más su capacidad adquisitiva, al menos frente al mercado informal, porque los salarios esta vez sí no van a subir. Entonces, el verdadero pollo del arroz con pollo para detener esa inflación, más que comprar o vender dólares, es que pueda aumentar la oferta, y si esa oferta se produce en Cuba, mucho mejor. Pero ojalá fuera tan fácil de hacer como de decir”.