De todas las proposiciones con las que nos tienta el verano, hay una sola que es verdaderamente eficaz: la playa.
Nos metemos en cualquier litoral —no solo parajes sofisticados como Guardalavaca, clásicos como Varadero o cualquiera de esos destinos comunes de Santa María o de Guanabo— y somos automáticamente clandestinos: encaramos a desconocidos; convivimos —casi desnudos— con extraños totales; vacilamos abiertamente todo lo que se mueva; las chicas se depilan en ofrenda a un Dios pagano llamado Anpubis, es decir: “el que no tiene pelo”; los chicos contraen el bíceps o el abdomen siguiendo criterios misteriosos; los vendedores se multiplican como la rubéola, y lo venden todo: tamales, refrescos, helados, ajustadores “de copa grande y de copa chica”, Viagra Power Max. Porque la playa promueve todos esos milagros alternativos sin siquiera proponérselo. Y ya se sabe que si hay una droga a la que el cubano es sensible, esa es la ilegalidad.
Y después está eso que los ingleses llaman la Big Picture: el mar; los paisajes espectaculares; los topless; las cataratas de alcohol; las parrandas de esos antiguos bandos nacionales: el partido de los Bucaneros y la facción de la Cristal; la música “culta” e incidental; ese personaje típico de la Cuba del siglo XXI que es el “amichi” (Usted lo reconoce por su inconfundible pregón en un dialecto antiguo: “hi my friend, my friend, Do you want a tabaco? Would you like a langosta?”); las trusas extrañísimas y desafiantes; los trikinis Vanesa; los zombis de las cremas factor 40. Es decir: todas las claves, a menudo despreciadas en otras temporadas, que hacen de la playa el espacio extraterritorial por excelencia: un lugar de puras posibilidades, donde las leyes del mundo se suspenden y son reemplazadas por otras, desenfrenadas o cándidas, perversas o convencionales, que rigen la única dimensión en la que no hay otro rey que el deseo y el calor: el verano.
A propósito: ¿Y cómo se llaman los cultores de la playa? ¿Playeros? ¿Playistas? ¿Playados? ¿Playones? ¿Playazos?
OnCuba de verano. Ya lo dijo un filósofo presocrático: “playa playa, piscina piscina”. O para que se entienda en otros territorios: “beach beach, pool pool”.
Felices los normales, esos seres extraños que no van a la playa.
esto está tan artificiosamente mal escrito!