Parecería hoy más urgente que nunca hablar de diálogo, política y bien común. La perentoria necesidad de reencauzar el proyecto de justicia, soberanía, igualdad y dignidad, curtido en la historia emancipadora cubana, exige asumir, en reflexión y práctica, estos asuntos.
El Papa Francisco, en su encíclica social “Fratelli Tutti” (Hermanos todos), articula esos y otros temas al destacar la necesidad de ajustar las maneras de hacer política, con atención a la vitalidad que el diálogo entre diferentes otorga al horizonte común.
El Pontífice describe, de un lado, la tendencia global de la mala política, advierte sus mecanismos de exasperación, sospecha y polarización, lo cual niega a otros y otras el derecho a existir y a opinar; política que manipula el debate hacia un estado permanente de cuestionamiento y confrontación, y favorece formas insólitas de agresividad, insultos y descalificaciones, hasta que se logra destrozar al “otro”.
De esta manera, según afirma Francisco, funcionan las ideologías de distintos colores, que destruyen todo lo que sea diferente para reinar sin oposiciones. Dentro de esa lógica, un modo eficaz de licuar la conciencia histórica, el pensamiento crítico y la lucha por la justicia es vaciar de sentido las grandes palabras, como democracia, libertad, justicia y unidad.
En este contexto, existe la tendencia hacia una reivindicación, siempre amplia, de los derechos individuales (individualistas prefiere decir el Papa Francisco) que esconde una concepción de persona humana desligada de todo contexto social y antropológico.
Hoy vivimos la tensión entre la libertad individual de la modernidad, para hacer lo que nos plazca, y la libertad como vinculación pública, para hacer lo que debemos; tensión esta verificable entre la competencia y la cooperación, entre el individuo y el colectivo, entre el debate y la deliberación.
La falta de diálogo que subyace en la mala política implica que ninguna de las partes está preocupada por el bien común, sino por la adquisición de los beneficios que otorga el poder o —en el mejor de los casos— por imponer su forma de pensar.
Contrario a esa realidad, el Papa Francisco sugiere una mejor política puesta al servicio del bien común, que replantee de modo integral los diversos aspectos de la crisis. Esta buena política busca caminos para crear comunidades en los distintos niveles sociales, y supone el desarrollo de un sentido social que supera toda mentalidad individualista.
La auténtica vida política, fundada en el derecho y en un diálogo leal entre los protagonistas, asume que cada mujer, cada hombre y cada generación encierran una promesa que puede liberar nuevas energías relacionales, intelectuales, culturales y espirituales. Es cierto que el diálogo asoma las diferencias y que estas generan conflictos, pero la uniformidad genera asfixia.
En la reflexión citada antes, Francisco aborda el diálogo como esa capacidad de dar y recibir, permaneciendo abiertos a la verdad, para encontrarnos y ayudarnos mutuamente; un diálogo paciente y confiado, para que las persones, las familias y las comunidades puedan transmitir valores y acoger lo que hay de bueno en la experiencia de los demás.
El diálogo debe encuadrarse como búsqueda de puntos de contacto y, sobre todo, como apuesta por trabajar y luchar juntos y juntas. Diálogo iluminado por razones, por argumentos racionales, por variedad de perspectivas, por aportes de diversos saberes y puntos de vista, y que no excluye la convicción de que es posible llegar a algunas verdades elementales que deben ser sostenidas.
Es necesario tratar de identificar bien los problemas que atraviesa una sociedad para aceptar que existen diferentes maneras de mirar las dificultades y de resolverlas. El camino hacia una mejor convivencia implica siempre reconocer la posibilidad de que el otro y la otra aporten una perspectiva legítima a la experiencia, al menos en parte.
Para encaminar el diálogo como pieza de una mejor política, hemos de reconocer que la utopía humana tiene muchos nombres: socialismo, reino de Dios, comunismo, fraternidad y amistad social, buen vivir, sociedad justa y fraterna, sociedad de justicia y paz, etc.
Hablamos entonces del diálogo entre visiones diversas del bien común, visiones plurales de la emancipación, la dignidad y la justicia. Francisco lo nombra como “amistad social” y “fraternidad universal”, para las que plantea, como reconocimiento básico, asumir cuánto vale un ser humano, siempre y en cualquier circunstancia.
En su comprensión del bien común, el Pontífice refiere dos términos que son pilares del proyecto cubano: la solidaridad y la noción de pueblo.
Solidaridad es pensar y actuar en términos de comunidad, es prioridad de la vida de todos y todas por encima de la apropiación de los bienes por parte de una minoría, es luchar contra las causas estructurales de la pobreza, la desigualdad, la falta de trabajo, de tierra y de vivienda, la negación de los derechos sociales, políticos y laborales. Solidaridad que hace parte de una ética global que asume la cooperación, la interdependencia y la corresponsabilidad de toda la familia humana.
Francisco alerta sobre el intento por hacer desaparecer del lenguaje la noción de “pueblo”, lo que podría llevar a eliminar la palabra “democracia”, es decir: el “gobierno del pueblo”. Si no se incluyen en el discurso público, junto con una sólida crítica a la demagogia, se estaría renunciando a un aspecto fundamental de la realidad social.
El diálogo político, en tanto medio para construir vínculos democráticos entre el individuo y el conjunto social, tendrá límites claros si no proyecta entre sus fines remover las diferencias estructurales e históricas que generan accesos desiguales a la política, los derechos y la justicia.
Por ello, el diálogo político es soporte de una democracia deliberativa y participativa. Es condición para la producción de conciencia individual, gremial, clasista, social; conciencia que solo emana de la práctica política.
El diálogo político, en su dimensión liberadora, es el encuentro de los seres humanos para “saber y actuar”, generadores de pensamiento crítico, fuentes de poder desde las interacciones, actitudes que impugnan al autoritarismo, la arrogancia, la intolerancia, el fundamentalismo. Es acto creador y lugar de encuentro.
Un orden social como el cubano, basado en principios de soberanía, equidad, dignidad, y justicia social, tiene en el diálogo político liberador una condición elemental.
Bienvenido Francisco vengase con nosotros a vivir a nuestro Barrio aqui en Camaguey, seremos 100 porciento solidarios con vuestra santidad, compartiremos con usted el pan, el sol, la alegria, todos nuestros problemas y penurias que son muchos, incluso si nos lo permite le llamaremos amistosamente Pancho, bienvenido Pancho a nuestro orden social, disfrutelo.
Excelente artículo que expone ideas, conceptos, puntos de vista y propuestas de gran vigencia y más aun en estos tiempos, con el diálogo como mejor mediador ante la diversidad de pensamientos si se pretende lograr un pais y una sociedad superior