“Derribar a hachazos troncos de marabú de casi medio siglo, tan duro que parece hierro; abrirse paso a hachazos porque el machete no aguanta –por muy afilado que esté pierde el filo al momento al chocar contra los troncos. Después trozar y apilar la leña, levantar los hornos para convertirla en carbón; cuidar del horno días y noches, bajo sol o luna, para que arda parejo, sin llamas y que no se cuele el aire por algún hueco. Se recubre con paja y tierra, pero con tanta sequía es difícil conseguir yerba y mezclamos tierra, agua y paja, para con esa masa cubrir el horno. Hecho el carbón, apagar brasas ardiendo, dejar que enfríe y llenar los sacos para ser exportados. Casi nada”, dice Luis Alberto, un carbonero del pueblo de Horquita, cerca de la Ciénaga de Zapata.
Los carboneros producen decenas de miles de sacos de carbón vegetal para la exportación, pero su trabajo es uno de los menos retribuidos en la agricultura cubana. Viven alejados de la familia, rodeados de monte y marabú, tiznados.
Luego de varios años creciendo en los campos como plaga, el marabú ha comenzado a resultar provechoso en la producción de carbón vegetal. Actualmente este combustible es comercializado por varias empresas cubanas que exportan hasta 80 mil toneladas anuales a siete países de Europa y Asia. Además, un acuerdo firmado en enero de 2017 entre la empresa estadounidense Coabana Trading LLC y la estatal CubaExport ha convertido al carbón de marabú en el primer producto cubano que llega al mercado norteamericano después de cincuenta años.