Quien haya visitado Cuba sabe que cada viaje comienza en el instante en que el avión toca tierra. Inmediatamente se escuchan aplausos y algarabía. Algunos esperan ansiosos el momento de reunirse con sus familiares, otros están entusiasmados, a la expectativa de conocer la Isla de primera mano.
Mi hermana gemela y yo somos dueñas de una marca de puros (Tres Lindas Cubanas Cigars) con sede en Miami, Florida. Acompañadas de un grupo de aficionados a los puros, planeamos un viaje para participar en el Festival del Habano, evento que se celebra cada año en la Isla.
Nuestro itinerario incluyó una excursión de un día a Pinar del Río, para visitar la finca de tabaco Robaina, una de nuestras vegas favoritas. Compartimos el camino con caballos y carretas haladas por bueyes, admirando los mogotes, las casas coloridas y la infinidad de fincas que cultivan tabaco. Los kilómetros de tierra colorada son espectaculares.
Compartimos unos cuantos de nuestros puros con los vegueros locales, con la esperanza de tener alguna retroalimentación positiva sobre nuestra mezcla de tabaco. Después que les dieron largas chupadas, continuamos preguntándoles: “¿Les gusta?”. La respuesta usual era: “Sí, pero no es cubano”. Tienes que amar el modo de ser de los cubanos. Nosotras esperamos colaborar algún día con ellos, aunque nuestra marca personal se fabrica en Nicaragua.
Aquí en los Estados Unidos, mi hermana y yo asistimos con frecuencia a muchos eventos dedicados a los puros, por todo el país. Pero nada puede compararse con el Festival del Habano. El viaje vale la pena por el solo hecho de entrar al centro de conferencias y ver una inmensa exhibición de cajas de Cohiba, Trinidad y Partagás. Los habanos cubanos son como una fruta prohibida, algo con lo que sueñan todos los estadounidenses aficionados al tabaco. Interactuar con los vendedores de puros, probar nuevos habanos, fue un sueño hecho realidad.
Pasamos cinco largos días probando almuerzos extravagantes en los paladares Doña Eutimia y Atelier, disfrutando el picadillo y los camarones al ajillo. Combinamos las conversaciones con comida fusión cubana, italiana, española, y mariscos frescos, y, al final: habanos y el café.
Y cuatro noches, aún más largas, dándonos banquetes de langosta y tragos de ron añejo en el paladar San Cristóbal, bebiendo interminables tazas de café con leche y fumando habanos en el Hotel Nacional. Ojalá nuestra abuela hubiera estado aquí. Ella habría disfrutado la excursión al Museo de los Orishas. Según me confirmaron: soy hija de Shangó y mi hermana gemela, de Yemayá. En varias ocasiones ya nos lo habían dicho aquí, pero cuando es una santera cubana quien lo asegura, sabes que es verdad.
Hemos estado en busca del puro cubano perfecto. Pero, con tantos para escoger, es difícil elegir solo uno. Por eso, preferimos dejar esa decisión a ustedes, los aficionados de habanos que sueñan con visitar la Isla, tal y como nosotras lo hicimos. Los invitamos a que se unan en nuestras aventuras. Para quienes nunca han visitado la Isla, tenemos una excelente noticia: los rumores son ciertos, Cuba es la joya del Caribe.
Puede que sobresalgamos en Miami, con nuestros grandes afros, amplias sonrisas y conversaciones ruidosas, pero en la patria de mis padres nosotras sí encajamos muy bien. Quienes viajaron con nosotras, todos estadounidenses angloparlantes, también comenzaron a infundirle a sus gestos y habla el argot cubano, con la vitalidad que lo caracteriza.
Este viaje definitivamente llenó nuestras almas. Caminar por las calles de La Habana, escuchar los tambores en cualquier esquina, mezclado con el ron y el aroma de los habanos, nos hizo sentir como si nuestra abuela aún estuviera viva. Ella, también ávida fumadora de puros, fue la inspiración de nuestra marca. Esta vez, como en las ocasiones anteriores, sentimos su presencia.
Es que la gente cubana se comporta como familia. El alma del país se puede percibir a lo largo del Malecón y de las muchas calles que serpenteamos durante el viaje. La ciudad de La Habana podría describirse como una galería de arte al aire libre.
Agradecemos al fuerte café cubano y a la vista del Malecón desde nuestro alto pent-house en El Vedado nuestras noches sin dormir. ¿Cómo culparnos? La vista era espectacular, el insomnio bien valía la pena. La gente mirando, escuchando música, tomando la excelente Guayabita del Pinar que combina tan bien con el habano cubano… Sin pestañar: nosotras repetiríamos este viaje una y otra vez.