Con este artículo quiero comenzar un ciclo de reflexiones desde mis visiones sobre el fascinante tema de las energías renovables, a partir de experiencias personales que la práctica y el trabajo diario como empresario me han permitido acumular en el relativamente breve tiempo que llevo vinculado al sector.
Es muy probable que en ciertos aspectos no coincida con los criterios de varios especialistas y que, de algún modo, ponga en solfa los intereses grupales o individuales de personas que han hecho un modo de vida de determinadas formas de entender y practicar la generación de energía en nuestra isla.
Desde este arranque entrego la llave para quien desee cruzar la puerta del diálogo y construir, de manera colectiva y consensuada, nociones, planes y prácticas que nos permitan avanzar en un tema crucial para el presente y el futuro de la nación.
El título viene inspirado en la obra de Enrico Turrini, uno de esos italianos que se enamoró (como mucha gente desde las más diversas geografías) de la calidez, la bondad y, en general, de nuestro pueblo, y puso a nuestra disposición sus visiones y sus estudios sobre el aprovechamiento de la energía solar en nuestro territorio. Me refiero a: El camino del sol. Un desafío para la humanidad a las puertas del nuevo milenio. Una esperanza para los países del sur, editado por CUBASOLAR en 1999, y que conserva toda la vigencia en medio de esta época de turbulencia general.
Digamos que es un problema más que evidente que la situación energética en Cuba está en niveles críticos. Frecuentemente se reportan los déficits de generación de electricidad que enfrenta el país. La fuente fundamental de generación eléctrica en Cuba radica en las termoeléctricas, distribuidas estas a lo largo y ancho del país.
Revisemos determinados principios “vitales” de funcionamiento.
Para que usted reciba corriente alterna de 127 o 240 voltios en su hogar, debe existir una infraestructura de generación muy potente, mientras más alto el voltaje, más energía se transmite. Líneas, a partir de 220 Kv, corren por esos gruesos cables y redes que derivan en subestaciones y de ahí a esos transformadores en el poste de la esquina los cuales permiten que se puedan enchufar los más diversos aparatos a un tomacorriente.
Esa potencia necesaria se genera utilizando disímiles fuentes de energía. Las más tradicionales son: los hidrocarburos (petróleo, gas) carbón, fusión nuclear, grandes caudales de agua (hidroeléctricas) y a ellas se le suman (en menor medida, pero con una tendencia irreversible hacia su aumento) la eólica, solar, biogás, las mareas y otras.
Dicho de manera breve, para que usted encienda el televisor en su casa, se ilumine o se refresque en el aire acondicionado en medio del calor que hace pensar que el diablo se mudó para su barrio, se necesita una gran potencia en una central cuyo generador se alimenta con una de las fuentes antes citadas, cada una de ellas con un costo para producirlas.
Aquí me detengo en enfatizar la palabra central porque (junto al costo y la durabilidad en el tiempo de las fuentes) se constituye en uno de los principales desafíos que enfrentamos, y no solo a nivel nacional, creo que tiene un alcance planetario.
La generación de electricidad, por la manera en la que lo plantearon sus descubridores, así como por la influencia de la revolución industrial del siglo XIX, que masificó los procesos productivos e introdujo la noción y la práctica de la producción a gran escala, se concibió (y aún se concibe) como un proceso necesariamente centralizado, como núcleos inmensos desde los cuales se distribuye para los más disímiles usos.
Este modo de producir la energía eléctrica es lo que se denomina la “vía dura”, caracterizada por maneras de generar muy agresivas con el medio ambiente, sólo conducentes a la entropía, o sea, al desorden a gran escala. Los impactos son palpables cada día. Ya no se manifiestan solo en la mala salud de las lejanas y lentas ballenas grises; se nota en nuestro vecino, un adulto mayor que desfallece por la falta de alimentación adecuada y una sensación térmica de 42 grados Celsius con la humedad relativa del 90% y las arenas del Sahara cayendo en la azotea de la casa.
Desde comienzos de siglo las guerras por el control de los hidrocarburos son cada vez más violentas y cercanas a la distopía de la saga de “Mad Max”. Las coerciones por el control del mercado de combustible atómico se globalizan, tanto como los accidentes en las centrales electronucleares. Chernobil, Fukushima y la actual contienda alrededor de Zaporozhye. En todos los casos, los humanos podemos hacer estallar el planeta varias veces.
Me adelanto en una aseveración: en Cuba la alimentación y la energía están determinando el presente y el futuro del país. Constituyen, en gran medida, el centro de gravedad de la crisis en la que estamos empantanados hace ya demasiado tiempo. Las soluciones que puedan emerger del tratamiento de esos sectores van a determinar el curso del resto de la economía.
Y algo va quedando cada vez más claro: del mismo modo que el sistema Estado-céntrico se agota y es, cada día, más incapaz de dar respuesta a la diversidad de demandas sociales y humanas del pueblo, la gestión agrícola y energética tendrán que ser descentralizadas para que sobrevivamos como organismo social.
Trataré de concentrarme en lo referente a la energía y sus desafíos en nuestro país.
Existen hoy en funcionamiento ocho centrales termoeléctricas (CTE) con 20 bloques de generación, de los que 16 están en explotación. Con solo una excepción, todos se encuentran en obsolescencia por más de 35 años de empleo. Y el “más joven” ya rebasa los 25 años sincronizado al sistema. Diez bloques se fabricaron en la hace ya 30 años desaparecida, Unión Soviética —o sea, el fabricante no existe—, dos bloques son japoneses (Hitachi), un bloque francés y un bloque cuya caldera fue construida en Eslovaquia y el turbogrupo proviene de Rusia.
Esta amalgama de cacharros viejos tiene la responsabilidad de generar 2600 Mw para el sistema. Nuestros “almendrones” eléctricos, a los cuales se les tiene por el sistema “más robusto”, además, basan su funcionamiento en energía fósil, entiéndase gas y petróleo.
En las CTE se concentra el 40,6 % de la generación y el 21,7 % funciona con fuel oil y el 21,9 % con motores diésel (los famosos Grupos electrógenos de la “Revolución Energética” de principios de los 2000, lanzada por Fidel). En números redondos, el 95 % de la electricidad en Cuba es generada mediante el uso de combustibles fósiles. Y pensemos en las famosas “patanas turcas” con el consecuente consumo.
Un par de disquisiciones finales, por el momento. Actualmente los precios del petróleo y el gas andan más locos que las películas de los Hermanos Marx y, para coronar, estamos en una lista de Países Patrocinadores del Terrorismo que elabora el gobiernode Estados Unidos y que da patente de corso para perseguir barcos cargueros e impedir que llegue una sola gota de combustible al país. Y aunque mucho crudo nacional se utiliza en la generación eléctrica, no satisface la demanda productiva real.
Por otro lado, el tejido social se hace poroso y difícil de controlar. Desde hace ya bastante tiempo estamos cada día capeando una tormenta perfecta. Uno de los “combustibles” de esa energía social son los cortes de electricidad en el sector residencial.
Seamos realistas: si a un centro de trabajo le cortan el fluido, la gente sale para su casa muy feliz, o al menos con la esperanza de que podrá “resolver” el sinfín de entuertos en los que se ha constituido la vida cotidiana de cubanos y cubanas. Pero cuando cortan la electricidad en las casas, la gente puede tener ganas de salir, muy molesta, para la calle a protestar. Por consiguiente, si se desvía energía al sector residencial en detrimento del sector productivo, ya conocemos el costo económico a mediano y largo plazo.
Estamos atrapados en un bucle difícil de resolver, sobre todo, acudiendo a las mismas fórmulas una y otra vez. Recordemos al sabio Einstein diciendo que la “insanidad” radica en repetir una y otra vez las mismas respuestas y esperar resultados diferentes.
Un año regular consta de 365 días, Cuba tiene sol para 600 días por año. Nos perfora el cráneo cuando caminamos, se puede freír un huevo en el asfalto; el mar en nuestras costas anda por más de 25 grados de temperatura, una verdadera sopa.
¿No existirá absolutamente ninguna forma para aprovechar descentralizadamente esa energía solar y producir electricidad para las casas, pequeños negocios, casas de abuelos, escuelitas, círculos infantiles, bibliotecas, etcétera? ¿Nos podrán bloquear el sol?
Dejo la puerta abierta y la llave en la cerradura.
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Brillante…sólo que la mentalidad obsoleta de muchas personas no permite avanzar lo suficiente…..hasta el sol puede bloquearse…te lo aseguro…un abrazo
Bueno, se ve q el autor sabe de filosofía, por lo menos con lo dicho aquí. Un detalle, los bloques “soviéticos” si tienen aún sus fabricantes, solo q ahora son rusos.
Gracias. Ciertamente, casi todo lo producido en la extinta URSS continuó siendo fabricado por la Federación Rusa. En este trabajo la referencia trata de hacer énfasis en la obsolescencia de los equipos, algo que se ajusta a la realidad.
Y cuando no hay sol que hacemos?
Excelente.
Quistes decir, que la mentira repetida muchas veces , llega a creerse , y eso es lo que se hace, cuando se dice que todo cambiará .
Buen comentario. La mayoría de las actividades de la sociedad, son diurnas, la demanda eléctrica puede disminuir usando sistemas autónomos, de energía renovable en casas, escuelas y comercios.
Tengo fé en que el sol pueda enlatarse y caminar a la sombra de los paneles solares por el Boulevard de San Rafael